PIÉNSELE

Tienes que saber cómo aceptar el rechazo y cómo rechazar la aceptación

Ray Bradbury

Es el pensamiento, y no el acontecimiento, lo que enferma y alivia; produce dolor y felicidad, miedo o seguridad. La base de esto es la química cerebral. Esa es una de las grandes aportaciones de la neurociencia a la comprensión de la naturaleza humana.

Lo que pensamos y sentimos está indeleblemente ligado y en interacción constante con la memoria del cuerpo. A veces es un pensamiento el que denota una tormenta emocional y una serie de malestares físicos, otra una sensación corporal o una rauda emoción reactiva.

La operación es compleja, pero lo importante para que nos permita cambiar nuestro estado de ánimo relativamente rápido es entenderla en su generalidad. Su especificidad es para los curiosos y los investigadores.

Veamos un ejemplo: todos sabemos que el rechazo afecta profundamente. A menos que hayamos hecho un trabajo constante y enfocado de gestión emocional, todos, hasta los más despreocupados respecto de los juicios ajenos, llegamos a sentir dolor emocional y hasta físico, pues se activan las zonas del cerebro que producen este último, como en realidad pasa con otros malestares emocionales, solo que hay algunos más dolorosos que otros para nuestros órganos, músculos, nervios y articulaciones. Cada persona lo sentirá diferente, además.

Pero no lo activa el rechazo mismo, sino la insatisfacción de las necesidades emocionales de ser aceptados, pertenecer y/o recibir reconocimiento, ligadas a creencias ancestrales sobre la importancia que tiene para la propia sobrevivencia encajar en un colectivo, a heridas de la infancia que tratamos de compensar en vez de sanar, o incluso a cuestiones superficiales, cosas del ego, como la popularidad.

Estas necesidades emocionales, a su vez, están entretejidas con pensamientos que generalmente expresan más nuestros miedos que nuestras seguridades, porque los primeros son prácticamente espontáneos, dirigidos a la autoprotección, mientras los segundos deben ser creados, desarrollados, de alguna manera entrenados, para dirigir nuestra atención hacia lo que sí queremos para nuestras vidas, y no hacia lo que tememos que nos pase, porque aquello a lo que uno está atento, se materializa.

La forma en que nos sintamos dependerá de nuestros pensamientos convertidos en narraciones, es decir, en una forma de interpretar situaciones y circunstancias para relatárnoslas a nosotros mismos de manera convincente, y luego a los demás.

Si dependemos más de la aceptación ajena que de la propia, buscaremos justificarnos, primero en fuero interno, en vez de asumir las consecuencias y la responsabilidad por nuestras acciones, porque estaremos más centrados en especular lo que estarán pensando y sintiendo los demás en relación a nosotros. Esto será interpretado por nuestra química cerebral como un rechazo real, pues ésta no distingue entre la realidad y la imaginación. Lo mismo es para ella el pensamiento producto de la especulación que del hecho.

Saber que nuestra mente funciona de esta manera, nos permitirá una rápida resiliencia. Podremos, tras experimentar el malestar y el dolor que deben sentirse emocional y físicamente, de manera natural, ante un hecho traumático, iniciar un proceso mental en el que podamos encontrar un pensamiento, práctico o divino, que produzca una hormona de bienestar: dopamina, endorfina, serotonina y oxitocina.

Porque eso es lo que hace el pensamiento positivo. La cuestión energética, es decir, aquella realidad que podemos producir a partir de la energía que generamos, tiene una base bioquímica indiscutible: el pensamiento produce alivio y bienestar porque genera las hormonas que los proporcionan, estos sentimientos cambian nuestro ánimo, éste modifica nuestra perspectiva, ésta cambia la forma en que interpretamos y nos narramos las cosas, esto produce una diferente percepción de la realidad y ésta por último se transforma.

Si llevamos a cabo este proceso de principio a fin, con conciencia de lo que estamos haciendo, lograremos todo aquello que nos propongamos. Cuando lo transcurrimos más llenos de creencias mágicas e ingenuidad, que, de conocimiento científico, nos quedamos atorados, nos desilusionamos y lo abandonamos.

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El Heraldo de Saltillo
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