De acuerdo con el último censo de hormigas, hay 20 cuatrillones en el mundo; nos tocan de a dos millones y medio por persona.
Ahora me explico el montón que tengo y seguramente ignoran que Matías ya está en el cielo, porque las suyas siguen en mi casa.
Estoy convencida que debe evitarse a los animales estrés y sufrimiento, pero dudo si solo a mamíferos, peces, aves y algunos roedores o también a los insectos.
Y me sorprenden los monjes budistas que hasta campanitas se ponen en los pies, para que se quiten y no pisarlas.
Yo las mato con lo que encuentro, porque hay enormes, grandes, medianas, chicas y diminutas, negras, cafés, rojas, naranja, palidísimas y casi transparentes.
Las chiquitas de la cocina adoran el queso; las de la recámara el agua y en el vaso que dejo en el buró, amanecen los cadáveres de algunas sedientas.
Las del comedor saben cómo meterse a las bolsas, a devorar campechanas.
Las de la biblioteca se especializan en mis pies descalzos y las del jardín, se tragan en horas rosales y arbustos completos.
Como anoche, que dejaron pelón a un naranjo precioso y cargadito de azahares y fruta; porque tras de todo, las desgraciadas son exquisitas y les gusta lo tierno.
Y no es que sea fodonga o esté la casa inmunda, mis vecinos andan igual o peor; y cuando hace años escribí sore el tema, me llovieron recetas para exterminarlas.
Les he echado de todo y me blindo para que no me den ternura, cuando se abrazan al tocarlas el insecticida, las bolitas de naftalina, la pimienta o la canela en polvo.
Pero la compasión desaparece al mirarlas arrastrar con sus poderosas mandíbulas que cargan más de tres veces su propio peso, los nuevos brotes de mis plantas más bonitas.
Y son tan listas que me ven de reojo y se fingen muertas para que las deje en paz, pero al ratito se retuercen y se paran a caminar.
No recuerdo donde leí que las hormigas nativas nunca entran a las casas y lo hacen solo las extranjeras.
Y que las chiquititas son argentinas y no tienen depredadores naturales, por lo que comen sin control los huevos de las mariposas, saquean panales de miel y son la amenaza de agricultores, porque se suben en los pulgones de las plantas para viajar con ellos.
Pero como todo en esta vida cambia, hoy resulta que debemos quererlas.
Un artículo de Rebecca Dzombak, publicado por el New York Times este 22 de septiembre, sostiene que, con excepción de la Antártida, viven en todos los continentes y climas y pasan su vida sacrificándose por la conservación de nuestros ecosistemas.
Que trabajan duro moviendo la tierra y aireando campos, esparciendo semillas y acelerando la descomposición y se alimentan y sirven de alimento.
“No tenemos idea de lo mucho que les debemos y lo mucho que de ellas dependemos”, declaró Patrick Schultheiss, ecologista de la Universidad de Hong Kong.
Agregando que para calcular su número se necesitarán de muchos más ceros que los que conocemos, porque hay más de los 20 cuatrillones en que las estima el último censo.
Con lo que aprendí que existe la palabra cuatrillón y hay censos de hormigas.
Precisó Schultheiss que 20 cuatrillones equivalen al número 20 con 15 ceros; dos y medio millones por cada ser humano.
Y que sus cifras son conservadoras y resultado de conteos en más de mil 300 localidades y no incluyen a las que viven bajo tierra.
Que cálculos anteriores eran únicamente aproximaciones, con base en la población total de insectos del planeta extrapoladas a las hormigas, porque se carecía de estudios en regiones como el centro de África y el sudoeste de Asia.
Y que su bio masa, es casi el 20 por ciento de la humana y pesa alrededor de 12 megatones, equivalente a dos Pirámides de Giza.
No creo que este dato, tenga importancia en la vida diaria; porque al estarlas aplastando, a nadie se le va a ocurrir pensar que se está echando, dos pirámides.
Sabine Nooten, coautor de la investigación, coincide en que el número de hormigas es muchas veces mayor, “solo arañamos la superficie.”
Y The Economist de este 6 de noviembre, divulga la investigación de Janina Diehl y Peter Bieder-mann de la Universidad alemana de Freiburgo, precisando que los humanos no fuimos los primeros granjeros.
Nos ganaron las hormigas que como insectos sociales trabajan en conjunto “y extendieron su benéfica labor a base de miles de mandíbulas.”
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