A LA BÁSCULA

El que se enoja… 

Reza el refrán popular que ‘el que se enoja pierde’, y en tiempos recientes he utilizado con muchísima frecuencia esa frase con el añadido: pero cuando el que se enoja es el Presidente, es el país el que pierde. Otros lugares comunes a los que he recurrido con este singular personaje es que el respeto es una carretera de dos vías, de ida y de vuelta; que el respeto no se pide, se gana; y que el que se ríe se lleva, y el que se lleva se aguanta.

En los días recientes quizá todos esos lugares comunes se han concentrado en uno solo porque hoy más que nunca, me parece que el presidente está enojado, muy enojado, porque no puede concebir que, siendo el rey de los bloqueos, las marchas, los plantones, alguien más se atreva a organizar una marcha que el Presidente considera que es contra él, contra su gobierno.

No logra asimilar que este domingo se vayan a realizar marchas en diversas entidades y ciudades del país en defensa del Instituto Electoral (INE) el último de los organismos autónomos que le falta de tener sometido a sus caprichos como lo ha hecho ya con otros, e incluso con los otros poderes. Está acostumbrado a que sus iniciativas no se les cambie ni una coma, y que a su forma de pensar nadie se atreva a ponerle un signo de interrogación, porque probará toda la fuerza de su furia.

Aunque quiere aparentar que lo de la marcha lo tiene sin cuidado, el lenguaje corporal y verbal que ha venido utilizando en los días recientes, demuestra que su estado no es el más adecuado y ni siquiera medianamente equilibrado, porque muy pronto se sale de sus casillas y pierde los estribos.

¿Usted recuerda a algún presidente mexicano que haya provocado tal divisionismo y polarización entre los mexicanos clasificándolos como los buenos y los malos, los ricos y los pobres, los empresarios y los obreros, los liberales y los conservadores, los chairos y los fifís?

Por el simple hecho de pensar distinto a él, particularmente en el tema de la reforma electoral, respecto de la que un importante sector de la sociedad se ha pronunciado en su defensa, y ese simple hecho les ganado de parte del Presidente, los adjetivos de cretinos, corruptazos, rateros, racistas, deshonestos, hipócritas, neoliberales, conservadores, simuladores, corruptos, racistas, clasistas, aspiracionistas, ladinos, entre muchos otros, y si no les ha dicho más es quizá porque son todos los insultos que se sabe, porque su léxico es muy pobre.

En este país, cada día que pasa se vuelve más peligroso pensar diferente al Presidente, y más todavía expresarlo. Lo ha dicho en días recientes la periodista Anabel Hernández, que hoy es más peligroso hablar del Presidente que de los cárteles de la droga o de sus líderes. Los estudiosos dicen que en la medida que se le permita el libre tránsito, la violencia siempre va en aumento, siempre va creciendo.

En los días más recientes han salido más insultos de la boca del Presidente, que balas de un arma automática por segundo; y uno espera que los disparos que hoy son de insultos, mañana no sean de balas. Total, ha hecho todo lo que necesitaba para tener al Ejército de su lado.

Para no variar mucho con aquello de los lugares comunes, dicen algunos –entre ellos algunos brillantes pensadores- que los insultos son una mezcla de rabia y de falta de argumentos, que las injurias son los argumentos de los que no tienen razón, que la ignorancia se mide en la cantidad de insultos que se usan cuando no se tienen argumentos para defenderse, y que quien insulta pone de manifiesto que carece de argumentos.

El Presidente se siente con todo el derecho de insultar, defenestrar, ofender, agredir a quien le pegue su gana –esta semana enderezó también sus ataques contra dos brillantes intelectuales, Juan Villoro y Roger Batra-, y cuando alguien tímidamente le regresa el boomerang, asume el papel de víctima arguyendo que le faltan el respeto a la investidura presidencial, cuando en su actitud de pendenciero de barrio, sea él el primero en faltarle el respeto a la investidura presidencial.

Nadie se puede pasar la vida insultando a todo el que se le antoja, y esperar a cambio que todo mundo lo respete. Y parece que cada vez pierde más veces y más fácil los estribos.

Esta semana el Presidente nos mostró lo más florido de su repertorio de insultos, y no sé si en calidad de mientras asumamos la actitud pasifloriana que recomienda la columnista Martha Anaya: “Pero ni preocuparnos de tantas descalificaciones ¿verdad? Total, es tan solo el Presidente de la República el que habla”.

Aunque no debemos olvidar que el que se enoja pierde, pero cuando el que se enoja es el Presidente, el que pierde es el país.

laotraplana@gmail.com

 @JulianParraIba

 

Autor

Julian Parra Ibarra
Es director del diario digital La Otra Plana y la revista impresa Metrópolis. En cuatro décadas de ejercicio periodístico ha trabajado en diarios como El Norte de Monterrey, La Opinión-Milenio en Torreón, Esto en la Ciudad de México y a.m. en León, Guanajuato entre otros; ha sido conductor en programas de radio y televisión. Es columnista en varios medios impresos y digitales de Coahuila y Durango.
Otros artículos del mismo autor