Ciudad de México.- Las manchas y pecas en su rostro son solo el reflejo del arduo camino que ha recorrido para lograr su sueño: cruzar la frontera de Estados Unidos. Con sus zapatos tipo crocs rosa fosforescente y su mochila verde transparente, Crisol Juliette, de 24 años, salió de Venezuela, Puerto Cabello hace más de tres meses, con la ilusión de tener una mejor vida.
Cruzó la selva de la región del Darién y varios países antes de llegar a México, continuó por varios estados, sobrevivió a un intento de abuso sexual y hace tres días que permanece en las inmediaciones de la Central de Autobuses del Norte, en la Ciudad de México, con la esperanza de comprar un boleto de autobús que la lleve a Matamoros, Tamaulipas, donde dice que estará «casi al borde» de alcanzar su sueño. Pero el viaje no lo hizo sola, la acompaña su pequeña hija Crishna, de un año.
Crucé por ella, para darle un mejor futuro
«Crucé con la nena, había personas que me ayudaron con ella, pero hay zonas que son muy duras. Duré seis días con la nena en el Darién y la traía enferma. Crucé por ella, para darle un mejor futuro.»
Las noches son las más duras. Sus ojos reflejan los desvelos y el miedo a los que se ha sometido por cuidar a su hija, relata que el ser mujer y madre migrante las expone y vulnera al doble. Junto a ella, por más de 100 días, no solo ha vivido las inclemencias del tiempo por vivir a la intemperie, sino que además la ha protegido de la violencia que se vive dentro de la caravana migrante e incluso de posibles ataques sexuales:
«Me pasó algo con un señor que quería abusar de mí y se desnudaba enfrente de la niña y me tuve que venir a la terminal por eso.»
En Puerto Cabello, donde nació, la joven estudiante no solo dejó trunca su carrera en administración de empresas, pues abandonó sus estudios estando en el segundo semestre de la universidad. También dejó sus sueños y a su familia con la ilusión de construir una mejor vida para su hija en Estados Unidos. «Estudiaba. En mi país llegué hasta la universidad, me quedé en el segundo semestre y ahí decidí salirme. Venezuela está caótico, como en todos lados», reflexiona con tristeza mientras con unos mechones de su cabello rizado se cubre el rostro para protegerse de los rayos del sol.
Cada día se enfrenta a sus mayores miedos. En el camino y para resguardarse de las circunstancias se ha refugiado con algunas personas, otros migrantes, que como dice» tienen buen corazón» por lo que ahora se han vuelto su familia.
«Conocí a un chico en la terminal, le conté lo que me pasó con el señor y le dije que no me dejara sola y ahora está aquí, apoyándome, cuidándome.»
En la Central de Autobuses hay más de 10 familias, y decenas de grupos de venezolanos que se repliegan en la periferia del estacionamiento y en los vidrios de las entradas a la central camionera que sobreviven en situación de calle. Fumando y mirando sin rumbo pasan el tiempo.
«Quiero llegar a Matamoros y espero que en unas semanas pueda estar del otro lado, pero no nos quieren vender el pasaje por los documentos» comenta.
Así como Crisol más de un centenar de migrantes esperan la ayuda humanitaria o la solidaridad de los ciudadanos, los boletos en clase económica rondan los 2 mil pesos y solo dos empresas camioneras les dan los servicios de transporte.
Si bien la dependencia les permite dormir en las salas de espera y les brinda colchonetas, la mayoría prefiere permanecer afuera pues el apoyo, dicen, llega más rápido así. Solo algunos piden limosna u ofrecen cargar el equipaje de los viajeros a cambio de unas monedas.
«Llevo tres días aquí, han sido duros porque ha estado llorando la nena, pero una señora nos ayudó con comida y ropa», menciona la joven madre apenada.
Sobre la acera Crisol desplegó una caja de lo que pareciera perteneció a un refrigerador y junto con dos pequeñas mantas de bebé acondicionó una pequeña cama donde ella, por ser delgada, y su pequeña hija caben perfectamente. Como Crishna aún depende del pecho de su madre Juliette solo asegura realizar una comida al día para ella pues «con eso tiene para las dos», en un día de suerte cena y desayuna.
«Ahorita estoy un poco corta pero las personas, las señoras nos han ayudado mucho, pero si he estado mal económicamente».
Las mujeres y madres migrantes como Juliette que viajan solas, no solo se protegen de caer en migración y ser deportados sino de la misoginia, violaciones e inseguridad que además se vive en los grupos migrantes de venezolanos hacia las mujeres. Sin embargo, continúa firme con su sueño y comenta que está decidida a resistir lo que venga por su hija, para poder llegar al país vecino. (EL UNIVERSAL)
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