Estamos ante el fin del neoliberalismo
La era neoliberal ha quedado en el pasado. Se aproxima un parteaguas económico histórico, con cambios en la filosofía económica que ha regido al mundo durante los últimos cincuenta años. La etapa neoliberal iniciada por Ronald Reagan y Margaret Thatcher cierra sus puertas para dar nacimiento a algo que aún no sabemos bien a bien en qué consistirá. Lo que sí sabemos, empero, es que el cambio traerá inestabilidad.
El punto de inflexión histórico queda claro con la reciente renuncia de la primera ministra británica, Liss Truss. Llegó al poder en un contexto económico parecido al de Margaret Thatcher, con alta inflación y elevadas tasas de interés. Trató de aplicar una medicina similar a la impuesta por la llamada Dama de Hierro: bajar los impuestos a los ricos sin recortar gasto público, creyendo que por arte de magia crecería la economía. Sin embargo, en tan solo unas horas los rendimientos de los bonos británicos se dispararon, la libra esterlina se devaluó, y los inversionistas huyeron. Paradójico: Truss quería atraer a los mercados, pero los mercados le respondieron con un rotundo rechazo. Lo que antes funcionó, hoy ha dejado de funcionar.
Los mercados no son los únicos que rechazan la ortodoxia neoliberal. En un profundo cambio político, los ciudadanos se han unido al rechazo. De acuerdo con un estudio de 2017 del politólogo Lee Drutman, los votantes en Estados Unidos que combinan un liberalismo social (a favor de la legalización del aborto, la marihuana, los matrimonios homoparentales y la migración) con un liberalismo económico (menor intervención del Estado en la economía) han dejado de existir. Es decir, los neoliberales. Hoy en día, la gran mayoría de los votantes tienen dos combinaciones: liberalismo social con mayor intervención del Estado (izquierda), y conservadurismo social con asimismo un mayor involucramiento del Estado (conservadores). La ideología de izquierda se ha mantenido en gran parte constante, sin embargo, el gran cambio proviene de la derecha: la guerra civil que se venía librando desde el siglo diecinueve entre neoliberales y conservadores ha sido ganada por los segundos. Y ese mismo fenómeno lo podemos ver en Alemania, Francia, Italia… y México.
Sería una combinación fatal para cualquier político mexicano adoptar un discurso de menos Estados y más individualismo. Es decir, abogar por la reducción de programas sociales y hacer a un lado el discurso de valores y tradiciones nacionales. La fórmula discursiva ganadora la adoptó precisamente el presidente Andrés Manuel López Obrador a través del nacionalismo mexicano y la creencia en el Estado como una fuerza para bien. Sin embargo, como Donald J. Trump, dejó sus promesas a medias: una vez en el poder hizo hincapié en la parte nacionalista, pero implemento políticas neoliberales en lo económico. Y por eso, no resulta raro que los mexicanos reprueban al presidente en la gran mayoría de sus políticas públicas… mientras sienten una afinidad por su persona.
En un mundo crecientemente peligroso, el Estado y el nacionalismo están de vuelta. La hiperglobalización, esa era vivida entre el fin de la Guerra Fría y la pandemia global, ha quedado atrás. Si queremos seguir preservando la democracia-liberal, más vale encontrar una nueva filosofía que mejor equilibre al individuo con su comunidad, a las élites con sus poblaciones, al libre mercado con el Estado, y a las naciones con el mundo.
@FernandoNGE
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