En ocasiones, noticias perecidas se juntan; como ahora que, en dos días, 8 y 9 de julio, cuatro personalidades dejaron la política, dos porque murieron y dos porque dimitieron.
Shinzo Abe de 68 años y premier de Japón durante 10 años, fue asesinado en la ciudad de Nara cuando pronunciaba un discurso de su campaña para senador.
Líderes mundiales expresaron pesar por la muerte de este político de centroizquierda, impulsor de la democracia y de la unión y seguridad de la región Indo Pacífico y artífice del resurgimiento económico japonés, con un plan que le permitió crecer durante casi una década, incorporar inmigrantes y mujeres al mercado laboral, estabilizar la deuda y ejercer cuantioso gasto público.
En Japón es ilegal tener armas, los policías no las llevan y los políticos no andan con guardaespaldas, lo que facilitó a un desempleado de 41 años matarlo con una pistola hechiza, pensando que pertenecía a la secta que arruinó a su madre.
Boris Johnson de 58 años, líder del Partido Conservador y uno de los 14 primeros ministros británicos que le han tocado a la reina Isabel, dimitió acusado de mentiras, incompetencia, frivolidad, ilegalidades y borracheras.
La caída de este impulsor del Brexit, siempre despeinado y aferrado al cargo durante tres turbulentos años, fue celebrada por millones.
Boris fue tonto hasta para burlarse; este junio en la cumbre del G7 en Alemania, se mofó de Vladimir Putin por sus fotografías sin camisa y propuso a los otros mandatarios quitarse la ropa y mostrar sus pectorales “para demostrarle que somos más fuertes”.
Pronto le llegó el descontón “No sé si quiere desnudarse de la cintura para arriba o de la cintura para abajo, en cualquiera de los casos sería repugnante… para ser armonioso, debe dejar de abusar del alcohol y otros vicios y hacer ejercicio” espetó Putin.
Luis Echeverría Álvarez, presidente de México de 1970 a 1976, falleció a los cien años aborrecido por todo un país.
Ascendió en la escala pública a base de servilismo; Irma Serrano, la Tigresa, amante del presidente Gustavo Díaz Ordaz, contó que era tan lambiscón que siendo secretario de Gobernación ella le aventaba naranjas para que se las pelara.
Junto con Díaz Ordaz fue responsable de reprimir a médicos, al movimiento estudiantil de 1968 y la masacre de Tlatelolco.
Y ya como presidente, de la matanza de universitarios en el halconazo de 1971, la “guerra sucia” contra militantes de izquierda y grupos guerrilleros y las muertes de los profesores Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, dirigentes del Partido de los Pobres.
Polarizó a la sociedad propiciando fuga de capitales, secuestros y asesinatos, entre ellos el del empresario Eugenio Garza Sada.
Cuatriplicó la deuda externa y devaluó el peso al doble, empobreciendo a los mexicanos; aumentó la burocracia en millón y medio de plazas y dilapidó dinero público; despilfarro que aún pagamos.
Cooptó intelectuales con prebendas, fue informante de la CIA, persiguió a sus críticos y golpeó a Excélsior, el más importante periódico de la época para lograr la salida del director Julio Scherer y sus principales periodistas.
Se sentía líder del Tercer Mundo, ambicionó ser Premio Nobel de la Paz y Secretario General de la ONU y solo llegó a “embajador itinerante” en las Islas Fiyi; disfraz del destierro al que lo envió su sucesor, José López Portillo.
Acusado de genocidio por la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado, fue detenido en junio de 2006.
Declaró durante horas ante el Ministerio Público, sin aceptar su responsabilidad en los asesinatos de estudiantes; que calificó de “tragedia nacional”.
Cumplió en su casa condena de 2 años y meses y fue liberado, pero no exculpado.
A su favor solo puede decirse, que redujo a 40 horas la semana laboral de los burócratas, condenó al dictador Francisco Franco por decretar la ejecución a garrote vil de cinco antifascistas y otorgó asilo a perseguidos de las dictaduras argentina, uruguaya, boliviana y chilena.
Rajapaksa Gotabaya, de 73 años, renunció a la presidencia de Sri Lanka, isla del Océano Índico con 22 millones de habitantes.
Y huyó con su primer ministro, cuando enfurecidos manifestantes quemaron un palacio y entraron a su residencia, se regocijaron en la piscina, acostaron en las camas, tomaron té y entregaron a la justicia millones de rupias, equivalentes a 49 mil euros, que en billetes nuevecitos encontraron en los aposentos.
Horas después Rajapaksa abandonó la isla en avión militar, rumbo a las Maldivas.
Lo acusan de corrupción y la mayor crisis desde la independencia en 1948, escasez de combustibles, electricidad y alimentos.
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