Ante la duda…
Los años pasaron, los niños que antaño nos veíamos como hermanos dejamos de frecuentar la casa de la abuela y, en consecuencia, fuimos perdiendo el contacto. Entonces las pláticas con la abuela incluían actualizaciones de la vida del resto de los familiares, una prima estaba embarazada, la otra iba a casarse, una más subió o bajó de peso. En una ocasión le dije que parecía que una prima estaba disgustada por una supuesta demanda familiar, de lo cual yo no tenía muchos detalles, por lo que mi abuela me recomendó “ante la duda, mantén la lengua muda”. Muchos años después, sigo con la duda y con el consejo.
El circo mediático que se desató durante el juicio de Johnny Depp vs. Amber Heard, habla más de nosotros como sociedad, que de las partes involucradas como individuos. Primero, de nuestra necesidad de encontrar una víctima y un victimario, el bueno y el malo de la historia, de polarizar y escindir a las personas negando así la naturaleza polifacética e imperfecta del ser humano. De esta manera, se formaron bandos que defendían al actor o a la actriz, según se acercara al estereotipo de víctima perfecta en el imaginario colectivo, olvidando que, aunque las estructuras sociales favorecen el que los hombres ejerzan violencia sobre las mujeres, ello no quiere decir que una mujer no pueda a su vez, ejercer violencia sobre un hombre, como quedó asentado durante el juicio según lo que declaró la ex psicóloga de la pareja, Laurel Anderson, quién reconoció en la pareja interacciones de abuso mutuo. En este sentido sirva citar el tercer axioma de la comunicación de Paul Watzlawick: “La naturaleza de una relación depende de la gradación que los participantes hagan de las secuencias comunicacionales entre ellos”, derivado del cual se puede entender, que no se puede establecer con exactitud quien agredió primero ni si algunas de las reacciones de agresión fueron producto de agresiones previas entre ambos, solo que se agredieron mutuamente.
Segundo, de la misoginia que tenemos tan naturalizada como sociedad, pues nos es mucho más fácil juzgar y odiar a una “mujer mentirosa”, tacharla de oportunista, ambiciosa, aprovechada y revestirla de todos aquellos conceptos que calificamos como indeseables en una “buena mujer”, aquellos que no encajan en el arquetipo de mujer sumisa y sufrida, que si bien, no merece justicia, al menos alcanza la empatía y lástima de unos cuantos sectores de la sociedad. Y es esta misma misoginia la que nos da la facilidad para justificar la conducta violenta de los hombres, sea porque “está en su naturaleza” “es una forma de mostrar carácter”, o porque la contra parte lo “provocó”, se lo “merecía” o “es que ella también lo agredió”.
Tercero, ¿Qué decir de la eterna rivalidad entre las mujeres? Mientras que, Elaine Bredehoft, abogada de Heard, fue tachada de inepta y poco profesional, no faltó quién alabara a Camille Vásquez como abogada, que la proclamara un ícono feminista, un modelo de mujer a seguir que representa el deber ser de una mujer profesionista. Lo que de nuevo nos deja ver que es más importante para la sociedad, enfrentar mujeres con sus pares, que establecer un criterio objetivo, ya que ambas abogadas sólo comparecieron a juicio en representación de los intereses de sus clientes, nunca para pelear u obtener una medalla a la mejor o peor litigante del juicio.
Además, podemos mencionar cómo, lo que sucede detrás de las paredes, en la privacidad del hogar de un matrimonio, nos preocupa más cuando satisface nuestro morbo que cuando se señala como un problema estructural de violencia contra las mujeres. Al día de hoy, seguimos pensando que los problemas de pareja, la peleas entre novios o esposos son solo eso y no, el síntoma de la violencia machista que cobra, al menos en nuestro país, la vida de 11 mujeres a diario.
Tristemente, somos mucho más estrictos al medir las cualidades de una mujer, que las de un hombre y por lo mismo, mucho más severos, a la hora de juzgarlos. Por poner un ejemplo de las polémicas recientes, en el caso de Luis de Llano, que si bien, no reconoció haber abusado de Sasha cuando era apenas una niña de 14 años, sí aceptó haber iniciado una relación “amorosa” con ella. Esto no nos escandaliza, no nos sorprende, porque es consecuencia de una serie de creencias en las que consideramos que, las mujeres maduramos antes que los hombres, somos coquetas desde niñas, tenemos la capacidad de decidir si queremos una relación con alguien mayor y que inclusive, es mejor para las mujeres tener su “primera vez” con un hombre que tenga experiencia. Todas estas ideas van revistiendo las relaciones abusivas de hombres mayores con niñas y adolescentes, satisfacen la cultura de la violación y la pedofilia y permiten al abusador salir bien librado socialmente.
Entonces, un acto aberrante ya no nos parece tan grotesco o nos permite encontrar un nuevo culpable, en la niña precoz o la madre negligente.Somos como sociedad, muy prestos para juzgar y muy poco prudentes a la hora de emitir nuestras opiniones. Detrás de una pantalla criticamos las acciones de los demás y nos olvidamos que, al lado de nosotros, se encuentra esa amiga, hija, tía, vecina que puede requerir un espacio seguro. Por eso creo que sería prudente aplicar el dicho de mi abuela “ante la duda, mantén la lengua muda”, reflexionar y ser críticos antes de emitir nuestras opiniones sesgadas.
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