Ucrania, y el regreso de la historia
Si la historia de las relaciones internacionales consiste en el esfuerzo por incrementar el poder, el establecimiento de espacios de influencia y la adquisición de mayores niveles de seguridad por parte de los Estados nacionales, entonces estamos ante el regreso ineludible de la historia. La invasión de Rusia a Ucrania anuncia el fin del mundo unipolar estadounidense, empeños serios por terminar con el orden liberal internacional y un futuro más confuso e incierto. Y era de esperarse que ese anuncio sucediera en Europa, y más específicamente en la antigua tierra de los Rus: Ucrania.
De acuerdo con el difunto académico de la Universidad de Harvard, Samuel P. Huntington, por la mitad de Ucrania atraviesa una antigua falla civilizatoria en la que se encuentran la civilización occidental y la civilización eslava cristiano-ortodoxa. El oeste de Ucrania es católico, su población habla ucraniano y en el pasado estuvo bajo el control de Polonia, Lituania y el Imperio Austro-Húngaro, todas naciones católicas occidentales. Pero el este de Ucrania es predominantemente cristiano-ortodoxo, la población habla ruso y se encuentra compuesta en gran medida por rusos étnicos. De 1654 hasta 1991 Ucrania estuvo bajo el control de Rusia, y desde su independencia obtenida a raíz de la caída de la URSS el oeste ha votado por candidatos pro-occidentales y el este por candidatos pro-rusos.
A partir del centro de Alemania comienzan a abrirse las vastas llanuras de Europa del Este. No hay ningún gran río o montaña que impida la marcha de un ejército hasta el centro de Rusia. Los rusos lo saben bien: en el siglo diecinueve Napoleón marchó con su Grande Armée hasta Moscú, sembrando desolación a su paso. Y poco más de cien años después Hitler irrumpió con la Wehrmacht y las SS, necesitándose 25 millones de almas soviéticas y batallas del tamaño de Kursk y Stalingrado para ponerle un alto a la Alemania Nazi. Le llaman “profundidad estratégica”: las potencias necesitan espacio alrededor de sus Estados para responder a amenazas eficazmente. Estados Unidos tiene dos mares y dos vecinos benignos que lo protegen, aunque durante el siglo veinte se portó despiadadamente con aquellas potencias que osaron establecerse en el continente americano, o con aquellos países del continente que intentaron albergar a potencias extranjeras.
La caída de la URSS trajo consigo la expansión de la Organización del Atlántico Norte (OTAN) hasta las mismas fronteras de Rusia. ¿Cómo reaccionaría Estados Unidos si en las ciudades mexicanas de Tijuana, Ciudad Juárez y Nuevo Laredo estuviesen estacionadas tropas, tanques y misiles rusos y chinos? La invasión rusa a Ucrania es la crónica de una invasión anunciada: expertos estadounidenses como Henry Kissinger, Zbigniew Brzezinski, William Perry y el gran George F. Kennan advirtieron del error que significaría la expansión militar estadounidense a solo unas cuantas millas de San Petersburgo.
“Creo que es un error trágico” dijo Kennan en 1998 al enterarse de la ratificación del Senado estadounidense a la expansión de la OTAN. Y mientras la guerra continúa en las llanuras europeas, un enemigo más formidable para los estadounidenses, con una cultura milenaria y agravios históricos pendientes, toma nota. Entramos en aguas turbulentas, y básicamente ningún ser humano vivo ha entrado alguna vez en ellas.
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Autor
- Licenciado en derecho por la Universidad Iberoamericana (UIA). Maestro en estudios internacionales, y en administración pública y política pública, por el Tecnológico de Monterrey (ITESM). Ha publicado diversos artículos en Reforma y La Crónica de Hoy, y actualmente escribe una columna semanal en los principales diarios de distintos estados del país. Su trayectoria profesional se ha centrado en campañas políticas. Amante de la historia y fiel creyente en el debate público.
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