Todo comenzó con una mentira
Se ha dado el paso que muchos temíamos. El presidente de la República propuso una reforma electoral cuyo fin último es cooptar a las autoridades electorales del país y acabar con nuestra democracia. Haciendo uso de una letanía de falsedades, esta historia se ha repetido en un sinfín de países, y nunca termina bien.
Todo comenzó con una mentira. Como bien comenta el historiador de la Universidad de Yale, Timothy Snyder, los gobiernos actuales con tendencias autocráticas son en extremo mentirosos. Sin embargo, no dicen muchas de las grandes mentiras que caracterizaron a los regímenes comunistas o fascistas del siglo pasado, los cuales creaban una realidad alterna donde la gente vivía y moría. Más bien, los gobiernos populistas de derecha e izquierda –todos con tendencias autoritarias– dicen muchas medianas mentiras que tienen un efecto acumulativo y que inevitablemente incrementan la polarización social. A veces, sí, dicen la Gran Mentira. En México, cuando el presidente afirma que tenemos los procesos electorales más caros del mundo, que no hay pluralidad política, que los consejeros electorales están comprados y que el INE realiza boicots, cae en mentiras medianas. Y la Gran Mentira es la idea detrás de todas ellas, que también pronuncia públicamente: no vivimos en una democracia.
Algunos países de Europa del Este ya se encuentran plenamente inmersos en esta historia. La llaman “democracia iliberal”. Naciones como Hungría y Polonia llegaron a este punto de manera gradual, como una especie invasora que de manera lenta pero determinada se devora a su nuevo ambiente. Grzegorz Ekiert, profesor de la Universidad de Harvard, hace un recuento de su desarrollo. Primero, los gobiernos populistas de derecha en Europa Central tomaron control de los servicios de seguridad, despojaron de independencia a la fiscalía general, y purgaron a las Fuerzas Armadas, el servicio civil y el cuerpo diplomático. Acto seguido, se hicieron del control de los medios de comunicación, para posteriormente asaltar la independencia del Poder Judicial y controlar las empresas del Estado. Sin embargo, la mayor preocupación siempre son los cambios a la ley electoral, ya que, en palabras del autor, “elecciones libres y justas y la supervivencia de la democracia está en juego”.
México no se encuentra en ese grado de democracia iliberal, pero muchas de las medidas adoptadas por la actual administración federal apuntan en esa dirección: la destrucción de la Policía Federal, la semi-compra de las Fuerzas Armadas, el retiro forzoso de los cuadros burocráticos, la politización del cuerpo diplomático, el asedio a los medios de comunicación y el Poder Judicial, y el empoderamiento a las empresas del Estado. Y ahora, una reforma electoral que solo traería la politización extrema, la eliminación del criterio meritocrático y su sometimiento al poder Ejecutivo federal.
“La mentira sobrevive al mentiroso”, dice Timothy Snyder. Para fortuna de nuestra República, la reforma no tiene posibilidades de ser aprobada en el Congreso de la Unión. Sin embargo, surge la pregunta de qué tanto nuestro cuerpo político absorberá las innumerables mentiras vertidas sobre ella desde la silla presidencial, y cuánto más se afectarán las instituciones que tanto tiempo nos costó construir pero que, debido a su fragilidad, resultarían un tanto fáciles de destruir.
@FernandoNGE
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