Retrato agridulce de un artista sobreviviente a la homofobia, los prejuicios sociales y a una familia castrante y egoísta
Esta potente serie, estrenada en TNT (canal de pago disponible en Movistar+, Orange TV, Vodafone TV), resulta un programa indispensable, de gran valor y fuerza que, pese a su título, que puede apartar a muchos espectadores prejuiciosos, resulta una grata sorpresa en su agridulce retrato done, por fortuna, no se trata de ninguna manera de ensalzar a un personaje homosexual real, sino transmitir algunos de los acontecimientos clave en la existencia de Bob Pop, un chico homosexual de un pueblo pequeño, que busca desesperadamente encontrar su identidad. Desde el comienzo de la serie -compuesta por seis capítulos de 25 minutos cada uno como promedio- nos enteramos de distintos sucesos de su vida en los años ochenta, cuando es un adolescente con problemas de sobrepeso y es el objeto de burla de sus compañeros de clase. Durante los años noventa cuando estudia en Madrid y en el presente, donde ya es un escritor célebre, que se codea con el mismísimo Pedro Almodóvar y que sobrevive a una esclerosis múltiple.
Creada y escrita por Bob Pop y dirigida por Alejandro Marín, la mejor característica de esta serie es que en sus escasos seis episodios nos habla con crudeza y con verdad, no abusa del morbo ni se empantana en datos superficiales y, con un estilo al borde de la comedia negra, revela verdades dolorosas y necesarias del mundo gay y de las relaciones familiares asfixiantes.
De acuerdo con lo que se muestra en la ficción, casi la totalidad de los acontecimientos que se muestran son reales y, con una fuerza impresionante (sobre todo considerando episodios duros y hasta crueles de los que él es víctima) este artista, famoso en España por su trabajo en diversos programas de Andreu Buenafuente, narra su pasado, sus experiencias sexuales, las burlas por su condición física y su homosexualidad declarada, sin victimizarse ni apelaren ningún instante al mal gusto o a la provocación gratuita.
Todo parte con la historia de un chico de un pueblo pequeño, donde todos se preocupan por la vida de los otros, marcado por dos realidades: es gordo y es homosexual. Es humillado diariamente en el colegio, agredido por los matones del curso y que por añadidura sufre la presión de una madre neurótica y cleptómana y el maltrato físico por parte de su padre. Sufrimiento que, por fortuna para los espectadores, es suavizado con una pátina de humor muy negro y algo absurdo que, incluso en los instantes más fuertes (como la impactante y para nada esperada violación que el protagonista sufre en el parque) o más románticos (el reencuentro con el compañero de curso que era el único que lo apoyaba), nunca se desborda.
Un atractivo básico de la serie es descubrir la forma en que el protagonista descubre, gradualmente, su existencia, el potencial de su talento en la escritura, su reafirmación como ser humano y vivir su sexualidad sin trancas ni inhibiciones.
A pesar de que resulta imposible no empatizar con los dolorosos acontecimientos que jalonan la existencia del protagonista, lo que eleva el estilo de la serie es el tono positivo de cada uno de los episodios que se muestran, la forma en que el director arma un relato posible, entendible, capaz de revelar el crecimiento de una persona. De esta forma, desde el inicio, dejamos el sentimiento de lástima de lado y se disfruta de esta autobiografía que a todas luces resulta una joya inusual para la casi siempre monótona pantalla chica.
El sexo que se muestra en esta serie es uno sin tabúes, sin vergüenza donde se muestra la realidad de las relaciones sexuales del protagonista, sin maquillar ni un solo acontecimiento de manera innecesaria y con escenas sexuales donde se muestra la realidad de los saunas gay, el sexo casual en lugares públicos o las relaciones de pareja (casi) perfectas.
Para aplaudir la actuación de Candela Peña quien desarrolla un notable trabajo interpretando a la odiosa madre de Roberto Enríquez, el nombre real de Bob Pop. Es ella un personaje perfecto, capaz de hacernos reaccionar con su comportamiento errático, egoísta y cobarde frente a un hijo al que no logra comprender y hasta sufre transformación física para dar en el tipo de la madre, con una capacidad admirable.
Un hecho no menor es la decisión de no mostrar jamás el rostro del padre castigador (curioso papel de Carlos Bardem, nunca visto en la serie), en una suerte de dulce venganza del creador de la serie. Con esto, los espectadores entienden de inmediato que, al no verse su rostro, se está tratando de subrayar que ese hombre egoísta y abusivo, no merece ni siquiera ser visto, con lo cual la venganza de Bob Pop queda completa, situación que él mismo ha explicado a través de diferentes medios de comunicación social: sí, efectivamente es la personal venganza de Bob, un exorcismo de los abusos a los que su progenitor lo sometió. Con este brillante recurso dramático, la serie alcanza cuotas mayores de mordacidad y verismo.
De este modo, la serie golpea fuerte donde más duele y exalta la necesidad de respetar la forma de asumir la sexualidad y la identidad, sea un hetero o un homosexual. Más allá de cualquier valoración o de los comentarios que la serie provoca, “Maricón perdido” es un proyecto digno, creíble y querible, con episodios que nos hacen reflexionar a la vez que nos entretienen. Pero por encima de todo, plasma una existencia que, más allá de la orientación sexual, merece nuestro respeto y nuestro afecto. Ojo, en el episodio final, de pronto, el director hace un corte notable e introduce una reunión del personaje real junto con Pedro Almodóvar, donde en instantes brillantes, se reflexiona respecto de la serie, de la vida y del destino de cada uno. Ese solo segmento es, en sí mismo, digno de todo elogio y un metadiscurso absolutamente notable.
Autor
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Periodista, Escritor
Doctor en Proyectos, línea de investigación en Comunicación
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