“Fácil es criticar…”
Aprendí a cocinar desde muy chica, en parte debido a que mi padre no tenía miedo de que entráramos a la cocina y también porque el tiempo para cocinar era limitado, así que la ayuda no le caía mal. Cuando una de mis tías tuvo una embolia, me hice cargo en un par de ocasiones de la comida de todos, mientras mi madre y abuela se encargaban de atenderla. Como imaginarán los lectores y recordarán mis primos, aquello distó de ser un éxito. Cuando le dije a mi abuela que sentía mucho no haber preparado mejor los alimentos y llegaron a sus oídos las quejas de los pequeños, mi abuela nos dijo: “fácil es criticar, lo difícil es obrar”.
Cada vez es más frecuente encontrar comentarios negativos en redes sociales. La cultura de cancelación se ha vuelto una herramienta muy utilizada para castigar a quienes no comulgan con ciertas posturas. No pretendo satanizar las RRSS ni la tecnología, ya que entiendo que, en nuestro contexto, su uso es inevitable y hasta necesario; aun así, pasar por alto sus efectos negativos parece asociarse con consecuencias importantes como en el caso del estafador de Tinder, quien desde el 2017, se dedicó a embaucar a diversas mujeres por medio de la aplicación de citas haciéndose pasar por millonario. Existen otros ejemplos del abuso y mal empleo de estas herramientas, como los numerosos grupos de Telegram, Instagram, Facebook, etc., donde los usuarios (hombres en su mayoría) se comparten contenido íntimo de distintas mujeres sin su consentimiento. Más tarda en hacerse viral este contenido, que en crearse otros tantos de respaldo, consiguiendo los miembros, eludir la responsabilidad penal de dichos actos.
Aunque en los ejemplos mencionados las mujeres actuaron sin cautela, confiando de manera imprudente en las personas con quienes interactuaban del otro lado de las pantallas, más allá de verlas como víctimas y, en el peor de los casos, señalarlas de “inmorales”, como si a los demás nos revistiera el velo de la rectitud, podemos decidir conscientemente tomar la alternativa de observar sus ejemplos y analizar su contexto ya que, en estos casos, se pueden ver mujeres de todo tipo: diferentes edades, creencias, estatus económico, nivel académico y profesional, porque los depredadores de mujeres no distinguen entre ellas.
Lo cierto es que estos peligros no nacieron con las redes sociales. Tomemos por ejemplo a Ted Bundy, quien entre 1974 y 1978, realizó más de 30 feminicidios. Las mujeres sabían ya de la existencia de un asesino serial y, aun así, no dudaban en ayudar al joven con el brazo escayolado que parecía en problemas. Algo similar ocurría con “El coqueto”, un chofer de ruta que fingía una falla mecánica para bajar a todos sus pasajeros, excepto a una, a quién le prometía llevar hasta su destino luego de arreglar la falla. Con este modus operandi cometió 8 violaciones y 7 feminicidios entre 2011 y 2012 en la ciudad de México.
Fácil es culpar a todas estas víctimas por confiadas, lo difícil es establecer políticas efectivas que abonen a la solución y disminuyan la perpetración de estos delitos. A las mujeres se nos educa para ser femeninas y bien portadas, servir a los demás, ayudar siempre que podamos, complacer a nuestra pareja y en general, para desarrollar un papel sumiso en las relaciones. Aunque los tiempos cambien y existan conceptos como la violencia de género y el empoderamiento, éstos se han utilizado para tantas cosas que ahora carecen de contenido y solo son palabras que se usan para rellenar discursos políticos a “favor” de las mujeres. Cuando se trata de aplicar la ley Olimpia, o el concepto de perspectiva de género en la investigación de delitos e integración de denuncias, la experiencia dista mucho del deber ser legal. Y como sociedad, seguimos atacando a las mujeres por enviar esa foto, salir de noche, beber de más o no saber escoger con quién se junta, como si las personas trajeran una etiqueta de “narcisista abusador” pintada en la frente.
Propongo menos señalar a las mujeres y más señalar las conductas de los agresores. Dejemos de solapar actitudes machistas en nuestras casas para que nuestras hijas crezcan con la confianza de contarnos lo que viven fuera de ellas. Más exigir a nuestras autoridades que hagan su trabajo para que más mujeres se atrevan a denunciar a sus abusadores. Y más empatía por parte de nosotros: entendamos que una cosa es lo que leemos desde nuestro celular y otra, la vivencia de todas esas mujeres que, aunque quizá cometieron el error de confiar en la persona equivocada, esto no es algo que a alguno de nosotros nunca le haya pasado. Recordemos la próxima vez que estemos por emitir nuestra opinión respecto a una víctima, que como decía mi abuela “fácil es criticar, lo difícil es obrar”.
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