El 11 de julio pasado vino un golpe a la dictadura que impera en Cuba. Protestas masivas en 40 poblaciones de la isla pusieron en evidencia el descontento social tras 62 años de socialismo puro y duro, que tiene a la mayoría de la población en condiciones precarias. El saldo fue de 1,270 personas detenidas y unos 60 procesados, no’más por salir a las calles a gritar “¡Abajo la dictadura!”, “¡Libertad!” y “¡Patria y Vida!” en contraposición al lema de la Revolución Cubana “Patria o Muerte”.
Lo relevante de este movimiento fue que madrugaron al régimen. Nunca en la historia del castrismo había habido protestas de esta manera. En 1994 ocurrió el “Maleconazo”, pero se limitó a unos barrios de La Habana y fue sofocado en corto tiempo. En esta ocasión la manifestación fue más amplia, y aunque después de unos días fue controlada, surgió una plataforma de organización llamada “Archipiélago”.
Un grupo de artistas y activistas políticos se integraron a través de este grupo de discusión política en redes sociales, con en el que planearon una nueva protesta para el 15 de noviembre pasado. Pero esta vez el aparato de inteligencia cubano sí se puso las pilas y sofocó la manifestación antes de que ocurriera.
¿Cómo? Pues, quienes manifestaron su deseo de protestar en redes sociales fueron citados para interrogatorios, a los líderes de Archipiélago les dieron arraigo domiciliario y estricta vigilancia policial afuera de sus casas; y militarizaron las calles con elementos y agentes vestidos de civil para amedrentar a la población. Lo único que se escuchó en las calles fueron aplausos, la única forma de protestar desde el confinamiento.
La dictadura está a la defensiva y en modo de supervivencia. Pero por más operativos de prevención de protestas que lleven a cabo, el descontento social no se va a apagar. La cantaleta de culpar al imperialismo yanqui de los males del país cada vez parece convencer menos a la gente. Y denunciar a la comunidad internacional por ventilar la pobre calidad de vida que existe en la isla, difunde aún más la idea de que el castrismo no quiere la felicidad de su pueblo, sino la subsistencia del régimen a toda costa.
Es incierto que vaya a pasar en Cuba, pero la historia de las revoluciones demuestra que, una vez que la conversación entre la gente valida que las creencias propias son iguales a las de la mayoría, como el deseo del fin de la dictadura, se vuelve una bola de nieve. En ese punto esto se vuelve una lucha de clases: el proletariado contra la élite, un principio marxista que, irónicamente, podría desbancar al gobierno revolucionario cubano, que llegó al poder bajo esta ideología.
Israel Navarro es Estratega Político del Instituto de Artes y Oficios en Comunicación Estratégica. Twitter @navarroisrael
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