Elizabeth Taylor, novelista inglesa 1932-1975
El hotel de Mrs. Palfrey
“Hoy se muere más temprano que ayer
por lo que decimos adiós a la vejez”,
(Palabras de una homilía que escuché hace cinco años.)
¿Será verdad que en el fondo de nuestro corazón no queremos llegar a ser viejos? ¿Tenemos miedo de que el reloj marque la hora final? Dentro de cinco años México será un país de ancianos. Los de hoy ya no estarán mañana. El futuro se esfuma como la nube de una tarde y la vida se renueva para los que acaban de llegar.
La adultez todavía es un período redituable, dicen los expertos, pero la vejez o ancianidad no lo es porque es incapaz de tener autonomía, tomar decisiones y ser autosustentable, es decir, se vive un proceso de regresión pueril, se pierde la condición física y estética, nos transformamos en entes feos y pobres y nuestro destino no puede ser entonces sino el estar solos, o en la calle caminando sin rumbo ni destino, o en un asilo y hotel públicos de ruina, soledad y abandono como le tocó vivir a la señora Palfrey, personaje central, en ese lugar llamado hotel Clearmont, la antesala de la muerte.
Para la escritora inglesa Elizabeth Taylor, cuyo nombre homónimo al de la actriz de Cleopatra y La gata sobre el tejado de cinc, el fenómeno de la senectud y su aureola de comportamiento final tiene mucho que ver con la actitud y la realidad del ser humano ante su propia historia personal. Ella misma por casarse con un pastelero de nombre John William Kendall Taylor abandonó su nombre de origen, Doroty Betty Coles, para pasar a llamarse como la actriz de cine más famosa del momento, Elizabeth Taylor, la de los ojos violeta, la que en su momento opacó y le hizo sombra a su obra literaria.
Muchos amantes del cine hemos sido testigos de los cambios físicos de artistas de la talla de la misma Elizabeth Taylor, Richard Burton, John Wayne, Henry Fonda, Andy Warhol, Simone de Beauvoir, Silvia Pinal, John Huston, Mario Moreno “Cantinflas”, Greta Garbo, Giorgio Armani, Tina Turner, Silvia Pinal, la mayoría de ellos ya fallecidos, e incluso a nuestros padres. El rostro y el alma nunca se olvidan, decía un amigo.
La novela “El hotel de la señora Parfley” cuyo título original en inglés es Mrs. Palfrey at the Claremont, para mí fue un descubrimiento total cuando el tema habla de la vida de ancianos cautivos de un mundo de soledad y auto-compasión, y donde se vive, dice la autora, en un mundo cerrado, donde la vida no es, se reinventa. Vino a mi mente el film de Vittorio de Sica Uumberto D, nominada al gran Premio del Festival de Canes, la historia de Umberto Domenico Ferrari, un hombre que de lo único que dispone es el dinero de su jubilación y de la buena voluntad de las personas, su único amigo es un perrito al que ama, pero el mundo le es hostil porque ya no desea vivir.
Y ratifico mi sorpresa porque quien escribe ha comenzado a vivir, quizás, a través de la invención los primeros rasgos consistentes en vivir otra vida, distinta a la de hace 40 años, con más experiencia, con menos dolor cuando ya se han ido las columnas del sostén moral, pero nos queda y, en eso somos poderosos, un mayor discernimiento de sensatez y criterio siempre positivos y alentadores.
Editado por la editorial Bruguera en su colección Narradores de Hoy, este libro viene a dar repuestas a muchas dudas sobre el comportamiento femenino, en este caso de la mujer en su etapa gereátrica o de senectud, vejez, ancianidad, madurez y ocaso, con el extraordinario personaje central que recae en la señora Palfrey, Laura Palfrey a lo largo de 255 páginas de una excepcional narrativa y estilo costumbrista parecido al de Jane Austen (1775-1817) para quienes han leído Orgullo y prejuicio y Emma, de ahí que a esta autora la llamen la Jane Austen del siglo XX.
Y es que la vida no es otra cosa que el caminar en el círculo vital del costumbrismo y de nuestras relaciones con los demás. Recién llegada al hotel Claremont, la vida de Laura Palfrey, una mujer mayor, viuda desde hace años, con una hija distante en Escocia e ignorada por su nieto, por primera vez se enfrenta a la desolación de la torpeza física, el miedo y falta de ilusiones, sin que nadie la ayude.
En Clearmont la señora Palfrey formará parte de un grupo de ancianas que por tarifas reducidas que ofrece el hotel, viven en la antesala del geriátrico o de la muerte y ellos lo saben bien, o mejor dicho ellas que por voluntad propia llegaron y se instalaron en el decrépito hotel Clearmont. Sus nombres Mrs. Burton, Mrs. Post, Mrs. De Salis, Mrs. Arbuthnot y Mr. Osmond, un viejo gay que vive distanciado de las mujeres pero que disfruta de su presencia, pues al igual que Mrs, Palfrey anhela un cambio en su vida, y por qué no, enamorarse de la señora Palfrey pues él lo tiene todo, casas, dinero, playas, etc.
“A medida que uno se hace viejo, la vida se vuelve todo en recibir y no dar. Uno depende de los demás para los placeres y las cosas. Es como volver a ser un niño” –dice el señor Osmond correctamente. Las circunstancias de la vida se acercan al espíritu de la señora Palfrey cuando se “enamora” del joven Ludo, un joven escritor que por casualidad conoce y al que hace pasar en el Claremont como su amado nieto, (ya que el verdadero nieto de nombre Desmond nunca llega y en el fondo de su corazón ella lo rechaza), una mentira o un sueño que anhela porque eso debe ser la vida, procurar que no se nos escape la felicidad hasta el último instante y un latido del corazón bañado con alegría, lágrimas y placer por pequeño que éste sea.
La autora de este libro, Elizabeth Taylor fue una novelista reconocida y admirada por grandes lectores y escritores. Murió de cáncer en 1975, vivió en la campiña, alejada de Londres, con su esposo y dos hijos, lejos de la mafia literaria de su tiempo, con una ideología política ligada al partido comunista, y, más tarde, a la militancia laborista.
Su inolvidable personaje en esta novela, la señora Palfrey no está tan lejos de parecerse a ella y a los personajes de Jane Austen cuando se trata de darle fondo a cada uno, con detalles parecidos a los que desarrolla Jane, por ejemplo, en Orgullo y prejuicio, una novela de amor cuyo deleite radica en el diálogo plural y familiar de las familias Bennet y Bingley, donde las relaciones y la belleza de las mujeres es muy fina y sin menoscabo de su sexualidad, todo a través de un vocabulario bien cuidado.
Las mujeres del hotel Claremont son algo diferente, mujeres con pasado pero que han perdido todo, belleza, juventud, ganas por la vida. Entre ellas no hay un lenguaje libertino ni escatológico, como personas pudientes conllevan su vida a la par con sus iguales, cuidándose las unas de las otras e incluso pendientes de que algo diferente les mueva ese corazón cansado, como lo desea la señora Palfrey, pero sin saber por qué, no obstante que el señor Osmond le promete casamiento.
La novela de Elizabeth Taylor nos habla de un texto de clima y personajes, señalan sus críticos, con un narrador que acompaña a la señora Palfrey y tiene tiempo para seguir a los demás personajes. “Cada uno de ellos tiene sus rituales, macerados con los años y muchas veces convertidos en muecas, como el señor Osmond un conservador y xenófobo que envía cartas a los periódicos”. Y dice el propio Osmond: “A medida que envejecía, miraba con mayor frecuencia el reloj y siempre era más temprano de lo que creía. En mi juventud era siempre más tarde”.
La vida de la señora Palfrey no tiene ningún sentido, salvo que busca un poquito de felicidad al lado de su querido amigo y escritor Ludo, joven, bien parecido, mucha personalidad, detalles que jamás encontraría en su nieto y que alientan a Laura a seguir con vida hasta el momento que ella decide morir, al salir estrepitosamente a la calle sin el cuidado debido, muriendo atropellada. Ella que vivió una vida de alcurnia y linaje, ahora no tiene nada y todo porque el proceso de envejecimiento es inevitable, una fase de déficit crónico e irreversible.
En pocas palabras, El hotel de Mrs. Palfrey es una tragedia colectiva, el prologuista Paul Bailey califica al libro como una hermosa obra, él fue uno de los primeros que la comentó y la autora le agradeció con palabras diciéndole que sus libros han caído en un pozo y que deberán estar ahí, a lo que Paul le responde “yo continúo leyendo sus libros a los que he llegado amar por placer y para aprender. Envidio a los lectores que llegan por primera vez a su obra y si los leen como usted quiere que se lean los gozarán y aprenderán muchas cosas”.
Y es que debe haber sido durísimo compartir el nombre con alguien tan famoso. El resentimiento debía aflorar seguido, sobre todo cuando recibía la autora cartas de admiradores que, esperando que ella era la célebre actriz de Gigante, le pedían fotos suyas en bikini.
“Mi marido piensa que debería enviárselas y dejarlos perplejos, pero el problema es que no tengo bikini”.
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