La simplicidad es extremadamente importante para la felicidad
Dalai Lama
La satisfacción de nuestras necesidades, materiales y psicológicas, reales e incluso ilusorias, es un imperativo categórico para los seres humanos. Es la impulsora vital.
La satisfacción de nuestros deseos, estrechamente ligada a la de nuestras necesidades, pero intrínsecamente diferente, es forzante, pero no irresistible, por tanto, optativa y de resultado incierto. Es la impulsora espiritual.
Todo lo que necesito se convierte en un deseo, pero no todo lo que deseo se convierte en una necesidad, a menos que no pueda discernir entre una y otro. Y eso es justamente lo que nos pasa a los seres humanos: tenemos una constante confusión entre ambas fuerzas impulsoras de la energía vital.
Por eso hemos amalgamado “tener” con “ser”, complicándonos terriblemente la vida. En esta complicación radica nuestra infelicidad.
Nuestros conceptos sobre las cosas que más anhelamos en la vida muestran esta confusión de origen: entendemos generalmente la felicidad como la situación en que la vida es como queremos que sea, la alegría como el resultado del logro y el contento como conformismo.
Sin embargo, todos sabemos, en el fondo de nuestro corazón, que ninguno de esos tres sentimientos tiene que ver con “tener”, “alcanzar”, “lograr”. De niños la mayoría de nosotros sentimos felicidad, alegría y contento por las cosas más simples y sencillas que había a nuestro alrededor. Hasta que penetró en nosotros la educación para el miedo, a través de la palabra y el ejemplo incesantes.
Miedo que opera en nuestra vida cotidiana, pero se vuelve monstruoso en situaciones como esta pandemia, que no tiene para cuándo, porque la enfermedad y la muerte se acercan peligrosamente.
Mientras la situación de alerta no pase, y a menos que nos insensibilicemos como medio de defensa, naturalizando la tragedia, con el miedo y el estrés se magnificará nuestra necesidad psicológica de estabilidad y compensación ante los problemas y los riesgos que estamos viviendo.
Y si en la cotidianidad, debido a la confusión entre el “tener” y el “ser”, somos incapaces de retornar, con corazón de niños, a las cosas simples y sencillas que siempre han estado ahí para hacernos felices, alegres y contentos, pues en situación de alerta general ni siquiera nos acordaremos de que existen.
Comenzaremos a deprimirnos, a perder la esperanza, a sentirnos vacíos, desorientados, porque las circunstancias no cambian y el riesgo no desaparece.
Como creemos que el ser está en el poseer, nos dará más miedo del común, por una mayor percepción de peligro, la posibilidad de no tener, perder o no poder mantener, por ejemplo, esa casa que creíamos haría felices a nuestros hijos, cuando en realidad ellos pueden serlo en cualquier circunstancia, siempre y cuando estén profundamente conectados con nosotros.
En la defensa del “tener” dejamos de disfrutar la felicidad natural de los niños, nos desconectamos de ellos y, con eso, de la verdadera esencia de la vida: la sencillez como actitud mental, no como estilo de vida material.
Porque la lucha cotidiana por “tener”, “lograr”, “poseer”, nos aisla de los otros. Competimos, en lugar de solidarizarnos, defendemos, en vez de compartir, y así nos extraviamos del “ser”, para convertir la posesión en la fuerza motriz de nuestras vidas. Con ello perdemos la capacidad de disfrutar con alegría y contento lo esencial, que es lo que ya está, mucho de lo cual nos lo da la naturaleza sin más.
“Ser” es conectarse profundamente con esas cosas sencillas de la vida, las que damos por hecho, pero que son esenciales, como respirar.
A diferencia del tener, que requiere “ir en pos”, el “ser” ya es, siempre es. Su naturaleza es la conexión. Ahí está la verdadera felicidad: en apreciar lo que ya está. Entonces cesa el pensamiento, se abre el corazón, se llena de gratitud y todo cambia.
Y sobre este proceso, y cómo provocarlo nosotros mismos, trayendo sencillez todos los días a nuestras vidas, hablaré la próxima semana.
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