A veces disfruto del sublime placer de sentarme y pensar. Otras veces nada más me siento. Pero cuando pensamos hacemos honor al natural distingo que se le ha conferido a la humanidad, somos aquellos seres que saben que saben, el “homo sapiens sapiens”. Entre todos los pensamientos, complicados y sencillos, largos o cortos, grandes o pequeños, aunque me parece que su tamaño no es distintivo de su eficacia, a veces en lo más breve está la vida y su bondad en ella, los hay buenos y malos, pensares que construyen el futuro y mientras no se siembren en la tierra son sueños, pero también aquellos que amenazan desde el pasado reviviendo, a nuestra elección, dolores o alegrías. Si estamos como estamos es porque somos como somos, se agregaría que somos lo que pensamos.
Existe entre todos los pensamientos, uno especial que se denomina razonamiento motivado. Este es la creencia que la opinión propia es mejor que las otras y nos hace ignorar o disminuir la opinión de otros para mantenerla. es un sesgo cognitivo en el que se implican aspectos individuales como las emociones y miedos. Tras esos pensamientos actuamos, nuestro comportamiento se guía por esos razonamientos. Aristóteles escribió, nos convence lo que nos conviene, y ese razonamiento motivado expresa nuestra mera conveniencia. La pandemia de COVID19 ha revelado muchos de esos mitos que a fuerza de voluntad los seguimos manteniendo como ciertos. “Quien me ama no me va a contagiar”, “solo los jóvenes enferman ahora” y sobre todo “la infabilidad de la vacuna” usados por quienes quieren disminuir la gravedad de la situación. Pero otros ven la reclusión militarizada, la incapacidad ante cualquier virus y la desestimación de la tasa de mortalidad son usados por quienes quieren aumentar la gravedad de la situación. Así, en una misma situación puede leerse y aumentarse según las emociones que estén inmersa en ella, nuestro miedo y reacción ante él.
Quienes tienen más conocimiento están mejor preparados para detectar los engaños que cierta información puede llevar a raíz de emociones inmersas en ella, pero si caen en la trampa del razonamiento motivado son capaces de aducir más razones para creer en cualquier cosa que quieran creer. Cuando nos enfrentamos a la realidad la ajustamos a nuestra pretensión, a aquello que nos da seguridad. La realidad de cada quién es la percepción de cada cual, escribió Umberto Eco.
En política ocurre igual, nos aproximamos a la corrupción desde una visión emocional de ella, quizá en parte pensando que el estudio del pasado nos revelará el manejo del futuro. Quienes implican emociones pudieran incluso suavizar la corrupción como aquel ingenioso falsificador Han Van Meegeren, quien tras haber estafado millonariamente con sus falsificaciones se identificó como un héroe holandés por vender el cuadro falso a Herman Göring durante la ocupación Nazi. Hay mexicanos para quienes todo es corrupción y este país nunca ha tenido un funcionario honesto y hay mexicanos para quienes nada es corrupción sino acciones patrióticas para asegurar la salvaguarda económica de la célula social básica, la familia del ladrón. Sin embargo, no podemos obviar que la ausencia de estrategia para aproximarnos al futuro que deseamos, que se enralece por aquello que motivadamente pensamos, nos va a pasar la factura. El cobro del vacío siempre es mayor.
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