Los llamados “adultos jóvenes” están pasando por una angustiosa crisis en los Estados Unidos. Aquellos cuyas edades oscilan entre los 25 y 34 años están muriendo a tasas alarmantes, con aumentos en la mortalidad no vistos en décadas. Lo anterior no obedece únicamente a la pandemia, sino a otros factores como las armas, los homicidios, el alcoholismo y la drogadicción. ¿Qué se encuentra detrás de estas “muertes de desesperación” y, sobre todo, cuál es el estado de los adultos jóvenes mexicanos?
Los datos son abrumadores. Un reciente reporte del diario Bloomberg titulado “Young American Adults Are Dying – and Not Just From Covid” (“Los jóvenes adultos estadounidenses están muriendo – y no solo de Covid”) revela tres datos elocuentes sobre su situación: entre 2019 y 2020 sus muertes se incrementaron en 19%; dicho incremento ha sido el mayor desde 1918; su tasa de mortalidad es la más elevada desde 1953. Mientras que el resto de los grupos de edad han tenido una mejoría continua desde 1950, los adultos jóvenes han destacado por tener avances y retrocesos en su tasa de mortalidad, siendo los años recientes algunos de los peores del último siglo.
La historia no es del todo nueva. En 2015 el académico estadounidense de la Universidad de Princeton, Angus Deaton, publicó un artículo académico sonando la alarma por el marcado incremento en las muertes de adultos blancos estadounidenses de mediana edad que residían en las zonas rurales y carecían de títulos profesionales, acuñando el término “muertes de desesperación”. Las llamó así porque su muerte era lenta, ocasionada por el abuso del tabaco, el alcohol y los opiáceos.
Lo que sorprende es que esa misma historia ahora sucede entre los adultos jóvenes estadounidenses, y las causas resultan muy similares. Los suicidios y homicidios están entre las principales causas de fallecimiento, provocadas en una medida importante por la alta disponibilidad de armas de fuego. Sin embargo, la causa principal es la sobredosis de drogas, la cual tiene dos orígenes: la crisis económica derivada de la pandemia, y el surgimiento de nuevas y más letales drogas en el mercado. Vaya, los adultos jovenes estadoundenses son víctimas de la ubicuidad de las drogas y las armas, lo cual se ha visto agravado debido a las pocas oportunidades laborales derivado de la pandemia. Y ante la similitud del contexto mexicano, resulta imposible no pensar en la situación actual de nuestros adultos jóvenes.
En México, las consecuencias derivadas de la negligencia política y la pandemia han sido catastróficas: el caos administrativo y las reducciones presupuestales en el sector salud, aunado a la contracción económica y la falta de estímulos fiscales ante la pandemia, han traído alrededor de 600 mil muertos y millones de desempleados. Si a lo anterior agregamos el aumento en los homicidios dolosos y la creciente presencia del crimen organizado en el país, el panorama para los adúltos jóvenes mexicanos luce desolador. El remedio del gobierno federal ha resultado francamente irrisorio, tan irrisorio que resulta trágico. Las Becas Benito Juárez son un programa clientelar que no ha traído, ni traerá, resultados. La contrarreforma educativa augura la falta de profesionalización en el sector y la carencia de formación técnica para los jóvenes. La incertidumbre política azuzada por el presidente de la República solo ha ocasionado falta de inversión, contracción económica y desempleo.
Los adultos jóvenes están pasando por un mal momento en gran parte del mundo. Los mexicanos, ni se diga. Y aunque no encontramos métricas tan específicas como en el caso estadounidense, seguramente en nuestro país son más desalentadoras aún.
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Autor
- Licenciado en derecho por la Universidad Iberoamericana (UIA). Maestro en estudios internacionales, y en administración pública y política pública, por el Tecnológico de Monterrey (ITESM). Ha publicado diversos artículos en Reforma y La Crónica de Hoy, y actualmente escribe una columna semanal en los principales diarios de distintos estados del país. Su trayectoria profesional se ha centrado en campañas políticas. Amante de la historia y fiel creyente en el debate público.
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