Prueba de validez para la 4T o culpar al neoliberalismo
Algo se sacude bajo el resistente techo de la Cuarta Transformación. A punto de llegar a su madurez en el poder, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha optado por adelantar, al menos mediáticamente, la sucesión. Dejando para después, la discusión sobre los problemas que se han presentado para alcanzar los objetivos de Gobierno fijados al inicio de su administración.
No es que la 4T haya entrado en una crisis, pero la gravedad de los indicadores, sobre todo en las materias de seguridad y crecimiento de la pobreza, demanda al presidente más contundencia en sus respuestas y menos política.
Frente al ingreso de casi 10 millones de mexicanos a la pobreza extrema durante el último año y la acumulación de más de 72 mil homicidios dolosos en lo que va de la administración, no parece muy útil, al menos para el país, que el presidente invierta tiempo en hablar de política rumbo a la sucesión presidencial, lo cual no debería ocurrir antes de 2023.
En realidad, el éxito de la 4T debería estar vinculado con los resultados, principalmente en asuntos de combate a la pobreza y la seguridad. Por lo que, no obstante que Morena, su brazo electoral, se mantiene en lo alto de las preferencias, quiero pensar que el presidente tiene claro que durante los próximos años, incluso meses, el proyecto que él encabeza se someterá a las más rigurosas pruebas de validez y eficacia.
La principal de ellas proviene de la “entropía política”: el poder erosiona a los gobiernos y junto a él, los movimientos y sus líderes también se van desgastando. En la mayoría de las ocasiones, los cambios de regímenes dependen de la baja calidad en las políticas de Gobierno, porque, aunque los dirigentes estén vacunados contra la corrupción, no logran captar que los ciudadanos, incluyendo los simpatizantes, no viven de la esperanza como sí lo hacen de los resultados.
Por lo tanto, en los años por venir, será cada vez más difícil para el presidente construir mayorías y encontrar el respaldo popular que el grueso de los electores le han dispensado. Es la crisis de legitimidad y la ausencia de consensos lo que provocará una mayor carencia de respuestas, las cuales deberán de ser validas políticamente y efectivas para alcanzar los resultados que, hasta el momento, se le han negado al nuevo régimen. Presionar al PRI para fundar una nueva mayoría en la próxima legislatura, es un claro ejemplo de ello.
Tienen algo de razón quienes piensan que la supervivencia y la trascendencia de un movimiento de izquierda están relacionados con la capacidad de ofrecer soluciones a los problemas que los denominados gobiernos neoliberales fueron incapaces de resolver, entre ellos, la criminalidad, la pobreza, la desigualdad, la corrupción y la rendición de cuentas.
De otra manera, podría considerarse, no sin algo de ironía, que la 4T empieza a parecerse a su más recalcitrante némesis, al menos en lo que se refiere a ese viejo estilo de gobierno que se creía sepultado; un poco autoritario porque se concebían intocables, sin la obligación de ofrecer resultados. Sí, ese antiguo régimen en donde “pasaba de todo y no se decía ni mu”.
En seguridad, por ejemplo, como ya lo mencioné en la ocasión pasada, algunas zonas del país afrontan uno de los más crudos inviernos. No sólo se ha incrementado el número de homicidios dolosos; después de algunos actos de violencia atroces (denominados así por la organización Causa Común), se evidenciaron también fisuras en la estrategia nacional de combate al crimen, sobre todo en lo que respecta a la coordinación entre los distintos órdenes de Gobierno.
El combate a la pobreza, por su parte, se considera una de las promesas más importantes de la 4T. Sin embargo, la nueva política de bienestar se ha encarado con una realidad compleja y concreta. Ya sea por la pandemia y la crisis económica, la falta de inversión o la ausencia de un programa de estímulos para la creación de empleos, los organismos autorizados reportan un incremento de la pobreza extrema de hasta 9.8 millones de personas en 2020.
Cuando todavía era candidato, allá en junio de 2018, Andrés Manuel López Obrador prometió que durante su Gobierno habría “democracia plena”. Sin embargo, su ofrecimiento se refería a la versión “minimalista” de la democracia: elecciones libres y respeto al voto. Asunto que ya se venía solucionando desde la creación del INE.
En realidad, la interpretación “robusta” de la democracia demanda soluciones frente a los problemas sustantivos de funcionamiento. No habrá, por lo tanto, Cuarta Transformación sin seguridad, progreso y rendición de cuentas. La retórica anti neoliberal deberá abrir paso a la gestión dirigida al logro de resultados.
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