En 1901, sucedió uno de los episodios más escandalosos -para la época- ocurrido en México, cuando un grupo de connotados políticos de la más rancia élite, muchos de los cuales eran hombres de confianza del Presidente Porfirio Díaz, fueron descubiertos por la policía y sometidos a una brutal humillación pública, tema que sirve a esta película de David Pablos como un alegato en contra de la homofobia existente en este país, situación que todavía persiste en el machista panorama azteca.
El filme transcurre en el período conocido como el «porfiriato», y tiene como protagonista a Ignacio de la Torre, diputado, recién casado con la hija del presidente Porfirio Díaz. Este refinado congresista fue el miembro 42 de esa fatídica fiesta, aunque oficialmente nunca estuvo en esa ocasión.
Lo primero que destaca de esta película es su cuidadosa reconstrucción de época, llegando incluso al preciosismo en algunas secuencias y que cierta parte de la crítica ha asociado a la prolijidad y brillantez del clásico de Luchino Visconti, “El Gatopardo”.
De este modo, el director de “Las Elegidas” se inicia con la boda de Ignacio de la Torre (Alfonso Herrera) con Amada, la hija del Presidente Díaz (Mabel Cadena) que, a los pocos minutos de iniciado el largometraje, reconocemos como un hombre que oculta su homosexualidad, aun cuando es un secreto a voces que él solo se ha casado con la hija de Porfirio Díaz como una manera de asegurarse su vida política y tener un escudo protector para su inclinación sexual, a todas luces prohibida en ese entonces.
Lo impactante es que Ignacio trata -sin lograrlo- de cumplir con su rol de esposo fiel, aun cuando nada en Amada lo seduce, menos cuando ella pertenece a un mundo de hipocresías políticas y de condenas sociales.
Entonces, Amada empieza pronto a sospechar que ella no lo complace en la intimidad y se empieza a transformar en la arpía que llevaba en su interior, celosa, herida y sobre todo, humillada en un ámbito en donde las apariencias resultan más importantes que todo lo demás.
Y es que en verdad quien seduce y despierta su sexualidad es Evaristo Rivas (Emmanuel Zurita), uno de los tantos profesionales del diputado. Es tanto su arrebato por ese hombre que lo presenta como un miembro más de una suerte de entidad secreta e iniciática, donde los más ricos y reconocidos miembros de la élite de México viven sin censuras su condición de homosexuales y travestis. La relación entre Ignacio y Evaristo es el eje sobre el cual se construye el motivo central de la película y que se desenvuelve irreversiblemente hacia la condena social y la venganza familiar.
El filme se centra en ellos porque a través de esa relación prohibida, en los mecanismos que asume De la Torre para ocultarla y en sus afanes porque su suegro lo nombre gobernador por Ciudad de México.
El realizador David Pablos hace de su filme un estudio interesante de comportamientos (notable en el caso de la transformación de Amada), aun cuando no siempre logra indagar con mayor profundidad en el lazo que une a los dos amantes, sobre todo desperdiciando el retrato que pudo hacerse de Evaristo, un personaje que se desaprovecha en toda sus potencialidades, teniendo en cuenta que él es el motor del escándalo que significará para el matrimonio de Ignacio y Amada y sufrirá en carne propia las humillaciones de un sistema intolerante, homofóbico y castrador.
También existe cierta frialdad en el relato, porque parece que el director está más preocupado de la belleza del entorno, la prolijidad de la puesta en escena y la elegancia del movimiento de la cámara que alcanza instantes sublimes, perdiéndose el lado más emotivo de una historia que avanza hacia la tragedia de manera brutal y que tiene un plano de desenlace tan patético como doloroso, acompañado de unos grotescos sonidos que hace Amada mientras come (devora) el pan en el desayuno, saboreando su venganza.
Donde sí se agradece la mano firme del director es en las escenas de sexo y en las de intimidad entre los amantes y con la pareja de Ignacio y Amada, respectivamente, porque alcanza sensibilidad, osadía visual y una tensión creciente.
En estricto rigor, la mencionada fiesta que da título al filme solo ocupa unos pocos minutos en el metraje de la cinta y ocurre casi al final, sirviendo apenas como un hecho crucial que acelera el desenlace de la tragedia, pero es un motivo argumental más que poderoso, sobre todo si se considera que es un símbolo de todo lo opuesto a lo que se vive en la sociedad puertas afuera. En el mundo secreto, cerrado y con miembros ingresados vía iniciación, los hombres pueden dar rienda suelta a su verdadera sexualidad, quitarse las inhibiciones y prejuicios, aun cuando sepamos desde el comienzo que toda la libertad que allí se respira choca, de manera abrupta, con las imposiciones, las limitaciones y la hipocresía de una sociedad donde se calla todo en aras del poder y las apariencias.
Es elocuente en este sentido el contraste entre la libertad que vive Ignacio en esas fiestas privadas, en donde hay excesos, orgías y travestismo y la manera en que se comporta en su hogar y la tensa relación que sobrelleva con su mujer que, tras una fachada de dulzura, esconde una frialdad y una incapacidad para entender y aceptar la verdadera naturaleza de su marido. Y de este modo, desde el inicio los espectadores están expectantes respecto de cuándo estallará el escándalo y qué consecuencias tendrá el conocimiento de esa sociedad secreta.
Un detalle para no obviar es que el realizador David Pablos quiso que el silencio tuviera fuerza protagónica, incluso más que la música incidental para dar cabida a la intriga en una historia que ya era conocida en México, pero que aquí aparece como un discurso acerca de la homofobia, de la intolerancia grosera y de los mecanismos del poder establecido para tratar por todos los medios de mantener el orden de las familias.
Como ya dijimos, el filme es inobjetable en su refinamiento visual y en su manejo de cámaras, logrando secuencias prodigiosas como el baile mismo que es una lección de tensión y que culmina con una cámara en picado que aplasta al grupo humano que se concentra y que es apresado. Lo que conspira contra su total aceptación es cierta frialdad respecto a los personajes de Ignacio y Evaristo, aun cuando en su conjunto el filme cuenta bien un episodio oscuro de la historia mexicana que sirve para abrir el debate respecto de temas que hoy son esenciales en la sociedad: la inclusión, la tolerancia, el respeto y la comprensión.
Que el director haya aceptado mostrar este tema es otro elemento importante, considerando que en el seno de la sociedad azteca muchas veces la homosexualidad solo ha servido como material de caricatura y de burlas durante muchos años y que, salvo excepciones, es poco tratado con la profundidad con que se debiera hacer.
Así, “El baile de los 41” sirve también para referirse a la particular situación de la violencia homofóbica mexicana, no por nada hay estudios que aseguran que después de lo que sucede en Brasil, México es el segundo país en el mundo con asesinatos que tienen como víctimas a homosexuales.
Desde luego que este tipo de temas, esta clase de cine, hace bien para despertar discusiones y debates serios, sobre todo cuando se trata de una película sensible y humana, alejada del morbo y que está excelentemente trabajada como producto fílmico.
Este filme se encuentra disponible en la plataforma de Netflix.
Autor
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Periodista, Escritor
Doctor en Proyectos, línea de investigación en Comunicación
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