¿Qué tiene de malo consultar a un psicólogo?
Para la mayoría de nosotros, la salud mental es, por lo menos, una extrañeza. La percibimos ajena y lejana, propia de los centros psiquiátricos o como una moda de los gurús de la felicidad y la elevación espiritual.
Ignoramos o esquivamos a quienes nos recomiendan iniciar una terapia psicológica para enfrentar la angustia, la depresión o el enojo.
Huimos de todo aquello que nos ofrece el éxito, el bienestar y la felicidad a cambio de escuchar un audiolibro o acudir a una conferencia impartida por un sanador de la mente, conocidos como Life Coach.
La pandemia, sin embargo, ha provocado un giro inesperado que nos obliga a repensar el concepto que teníamos acerca de la salud mental.
No es difícil entender y asumir, por ejemplo, que el coronavirus expandió la adversidad por todas partes en forma de enfermedad, muerte y desempleo, por lo que, junto al aislamiento social, multiplicó una serie de calamidades relacionadas con la frustración, la tristeza, la ansiedad, la violencia y todo tipo de preocupaciones.
Quedó claro entonces, que el virus no sólo invade los pulmones de sus víctimas, también acecha, sacude y trastoca la mente de las personas, familias, pueblos y ciudades enteras.
El trauma provocado por la enfermedad y los efectos psicológicos y sociales del aislamiento, fueron los factores más importantes que provocaron la expansión de la ansiedad y, por consecuencia, la necesidad, ahora sí, de buscar ayuda de un especialista.
Pero incluso, la pandemia, que en pleno siglo XXI, en 2020, justo en el año en el que la humanidad realizó tres nuevas misiones al planeta Marte, nos recordó que, a pesar de los grandes avances tecnológicos, seguimos siendo extremadamente vulnerables frente a las fuerzas y los secretos de la naturaleza. Situación que eleva la frustración al sentirnos decepcionados de nosotros mismos y de nuestras capacidades.
El hombre astuto y poderoso, con planes de colonizar nuevos mundos en poco tiempo; vanidoso y arrogante cuando un físico teórico explica el origen del universo y la esencia de la materia; sobrado al momento de presumir la construcción de rascacielos y otras increíbles obras de la ingeniería civil; y francamente insufrible si se trata de desplegar el desarrollo de su tecnología médica, de comunicaciones y de guerra.
Pues sí, ese valiente Homo sapiens enmudeció y, como si retrocediera tres mil años en su historia sobre la Tierra, se arrodilló e hizo una reverencia frente a la deidad y el poderío de un microorganismo cientos de veces más pequeño que una neurona.
De ahí que la desesperación frente a los infortunios que trajo la pandemia, nos demostró que la mente, la mayor fortaleza que tiene el ser humano para entender y transformar la naturaleza es, a su vez, su lado más “débil”.
Por lo tanto, en mi opinión, uno de los padecimientos que se tienen que atender en el futuro son las grietas psicológicas dejadas por la pandemia y el aislamiento social, no para ser “felices” ni tampoco para convertirnos en superhombres de la “Nueva Era”, sino para algo más simple, llano y humano: sobrevivir.
No es casualidad que, ante el aumento inusual de suicidios, el Gobierno de Japón creó, a principios de este año, un ministerio o secretaría para atender la soledad y evitar los suicidios.
El país nipón guarda una historia sombría del suicidio. Se mezclan factores de honor, vergüenza y sacrificio. Sin embargo, para su Gobierno, quedó claro que la desesperación provocada por la pandemia y el aislamiento, agudizó el problema (llegó un momento en el que se registraron un mayor número de suicidios que muertes por coronavirus). Por lo que, como señalé párrafos arriba, los japoneses dieron un giro en la importancia que le otorgan a las enfermedades mentales, al considerarlas un problema de salud pública más allá de los casos psiquiátricos o los tratamientos alternativos para sanar la mente.
Por lo tanto, de aquí en adelante, las personas deberán estar dispuestas a buscar atención profesional para tratar la ansiedad y controlar sus emociones.
La política pública, por su parte, deberá ingresar a una nueva etapa en donde se sustituya al diazepam por programas dirigidos al desarrollo de habilidades para que el ser humano construya resiliencia, incluyendo, por ejemplo, la inclusión de una materia académica desde los primeros años de la escuela.
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