Este próximo 6 de junio se llevará a cabo la elección más grande de México, y lo es no solo por la cantidad de cargos públicos a elegir, sino por la importancia que su resultado significa para el devenir democrático del país.
Las elecciones locales, por su naturaleza, atienden a necesidades que tienen que ver con el día a día que viven los ciudadanos: la calidad de los servicios públicos primarios,agua potable, drenaje, pavimentación, alumbrado público, limpieza, parques y jardines, etcétera; y el derecho de todas las personas a acceder a ellos en condiciones de igualdad. Mientras que la campaña política en la elección de legisladores siempre es más compleja de desarrollar, porque hay que articular un discurso que muestre a los electores los beneficios concretos de las propuestas legislativas que se abanderan. Esta campaña federal, tal vez por el ambiente de polarización política que vive el país, ha hecho para el electorado aún más difícil percibir cuáles son los planes o programas de gobierno que cada partido plantea en su propuesta legislativa.
Incluso, existe en el imaginario social que solo se presentan a la elección dos corrientes políticas, representadas cada una en su propia alianza, y que la única disyuntiva que se plantea es darle al presidente Andrés Manuel López Obrador la mayoría en la Cámara de Diputados para que continúe con su programa de gobierno, apoyado en modificaciones constitucionales, o, por el contrario, votar porque exista en la Cámara un contrapeso que contenga la actual política desarrollada por el primer mandatario.
En ese marco, tal vez contribuya en algo recordar que el Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, en su diagnóstico, presentado en su toma de posesión, señaló:
«En cuanto a la ineficiencia del modelo económico neoliberal, baste decir que ni siquiera en términos cuantitativos ha dado buenos resultados. Recuérdese que luego de la etapa violenta de la Revolución, desde los años treinta hasta los setenta, del siglo pasado, es decir, durante 40 años, la economía de México creció a una tasa promedio anual del 5 por ciento. Y durante ese mismo periodo, en dos sexenios consecutivos, de 1958 a 1970, cuando fue ministro de Hacienda Antonio Ortíz Mena, la economía del país no solo creció al 6 por ciento anual sino que este avance se obtuvo sin inflación y sin incremento de la deuda pública. Posteriormente hubo 2 gobiernos, de 1970 a 1982, en que la economía también creció a una tasa del 6 por ciento anual pero con graves desequilibrios macroeconómicos, es decir, con inflación y endeudamiento.
En cuanto a la política económica aplicada durante el periodo neoliberal, de 1983 a la fecha, ha sido la más ineficiente en la historia moderna de México. En este tiempo la economía ha crecido en 2 por ciento anual, y tanto por ello como por la tremenda concentración del ingreso en pocas manos, se ha empobrecido a la mayoría de la población hasta llevarla a buscarse la vida en la informalidad, a emigrar masivamente del territorio nacional o a tomar el camino de las conductas antisociales. Lo digo con realismo y sin prejuicios ideológicos: la política económica neoliberal ha sido un desastre, una calamidad para la vida pública del país. Por ejemplo, la reforma energética, que nos dijeron que vendría a salvarnos solo ha significado la caída en la producción de petróleo y el aumento desmedido en los precios de las gasolinas, el gas y la electricidad.
Cuando se aprobó la reforma energética hace 4 años se afirmó que se iba a conseguir inversión extranjera a raudales, como nunca. El resultado es que apenas llegaron 760 millones de dólares de capital foráneo, lo que únicamente representa el 1.9 por ciento de la incipiente inversión pública realizada por Pemex en el mismo periodo, y apenas en 0.7 por ciento de la inversión prometida.
Es tan grave el daño causado al sector energético nacional durante el neoliberalismo, que no solo somos el país petrolero que más gasolinas importa en el mundo, sino que ahora ya estamos comprando petróleo crudo para abastecer a las únicas seis refinerías que apenas sobreviven, téngase en cuenta que precisamente desde hace 40 años no se construye una nueva refinería en el país. Aquí agrego otros saldos de la política económica neoliberal o neoporfirista. De México es originario el maíz, esa planta bendita y somos la nación que más importa maíz en el mundo. Antes del neoliberalismo producíamos y éramos autosuficientes en gasolinas, diesel, gas, energía eléctrica. Ahora compramos más de la mitad de lo que consumimos de estos insumos.
En este periodo el poder adquisitivo del salario mínimo se ha deteriorado en 60 por ciento y el salario de los mexicanos es de los más bajos del planeta. Tenemos el doble de enfermos de diabetes en comparación con países de América Latina. Durante el periodo neoliberal nos convertimos en el segundo país del mundo con mayor migración. Viven y trabajan en Estados Unidos, 24 millones de mexicanos. Y por lo que hace a la violencia, estamos en los primeros lugares del mundo.»
En su discurso López Obrador indicó su ruta:
«El otro distintivo del nuevo gobierno será la separación del poder económico del poder político. El gobierno ya no será un simple facilitador para el saqueo, como ha venido sucediendo. Ya el gobierno no va a ser un comité al servicio de una minoría rapaz. Representará a ricos y pobres, creyentes y libres pensadores, y a todas las mexicanas y mexicanos, al margen de ideologías, orientación sexual, cultura, idioma, lugar de origen, nivel educativo, o posición socioeconómica. Habrá un auténtico Estado de derecho, tal como lo resume la frase de nuestros liberales del siglo XIX, al margen de la ley nada y por encima de la ley nadie.
También transitaremos hacia una verdadera democracia, se acabará la vergonzosa tradición de fraudes electorales. Las elecciones serán limpias y libres y quien utilice recursos públicos o privados para comprar votos y traficar con la pobreza de la gente o el que utilice el presupuesto para favorecer a candidatos o partidos, irá a la cárcel sin derecho a fianza.
El combate a la corrupción y la austeridad nos permitirá liberar suficientes fondos, más de lo que imaginamos, mucho más, para impulsar el desarrollo de México. Con esta fórmula sencilla de acabar con la corrupción y de llevar a la práctica la austeridad republicana, no habrá necesidad de incrementar impuestos en términos reales, y ese es un compromiso que estoy haciendo, ni aumentarán los precios de los combustibles más allá de la inflación.
Haremos a un lado la hipocresía neoliberal. El Estado se ocupará de disminuir las desigualdades sociales, no se seguirá desplazando a la justicia social de la agenda del gobierno. No se condenará a quienes nacen pobres a morir pobres. Todos los seres humanos tienen derecho a vivir y ser felices, es inhumano utilizar al gobierno para defender intereses particulares y desvanecerlo cuando se trata de proteger el beneficio de las mayorías. No es lícito, no es jugar limpio defender la facultad del Estado para rescatar instituciones financieras en quiebra y considerarlo una carga cuando se busca promover el bienestar de los más necesitados.
Es pertinente, pues, exponer con toda claridad que vamos a atender y a respetar a todos. Que vamos a gobernar para todos, pero que le vamos a dar preferencia a los vulnerables y a los desposeídos. Por el bien de todos, primero los pobres.»
Mi intención, lectoras y lectores que me acompañan, es que partan de ese diagnóstico y propuesta de gobierno hecho por el presidente al iniciar su gobierno y los contrasten con los resultados que ustedes han visto y vivido en su persona, su familia y su comunidad los primeros tres años de gobierno de López Obrador; y así, en estos días de reflexión, analicen el sentido de su voto. Y, por favor, no dejen de ir a votar.
José Vega Bautista
@Pepevegasicilia
josevega@nuestrarevista.com.mx
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