Película fallida, aunque interesante, demuestra que aun cuando el director inglés Joe Wright da un pie en falso en su interesante carrera fílmica, lo que hace de esta película un placer culpable es su nada disimulado parentesco con el clásico de Alfred Hitchcock “La Ventana Indiscreta”. Como suele ocurrir, es un filme que no aporta a la calidad de los títulos anteriormente realizados -la elegante “Orgullo y Prejuicio”, la notable “Expiación”- y queda como un entretenido juego psicológico que no logra el nivel que se merecía, pero se deja ver como un elegante envoltorio para un contenido poco sustancioso.
La más reciente de las películas del catálogo de Netflix, “La mujer en la ventana” (2021) obedece a una regla casi invariable: se trata de una pieza menor, de aquellas que se olvidan cuando se buscan las obras más significativas de su creador.
Tal vez le juegue en contra lo que supuestamente sería su punto más atractivo: su apego al clásico de Alfred Hitchcock “La ventana indiscreta” (1954) obliga a entrar en odiosas comparaciones, sobre todo cuando no se disimula para nada el modelo original y carece de la sutileza, las implicancias psicológicas y sexuales que tiene el brillante ejercicio visual del maestro del suspenso. De hecho, varios críticos han resaltado que el evidente parentesco con ese clásico no hace sino causar molestia, sobre todo cuando se pone demasiado énfasis en establecer que se trata de una “relectura” del trabajo que hizo brillar la carrera de Sir Alfred.
Adaptando la novela homónima del neoyorkino Daniel Mallory (2018), muy pronto se aparta de la notable intriga del maestro británico y de sus sutilezas, acercándose mucho más a ese género denominado como giallo que hizo destacar las piezas de directores italianos como Mario Bava, Lucio Fulci o Darío Argento.
Otro detalle que llama poderosamente la atención es el porqué un realizador tan sensible a retratar épocas, comportamientos y duelo de caracteres se haya embarcado en un thriller psicológico como éste, con una serie de vueltas de tuerca en su delirante guion y que no parece encajar para nada en el estilo y refinamiento que antes demostró con creces en sus filmes “Orgullo y prejuicio” (2005), la indispensable “Expiación, más allá de la pasión” (2007), “El solista” (2009) e incluso supo demostrar habilidad visual con “Hanna” (2011) y salir airoso de un ejercicio de estilo tan exigente como “Anna Karenina” (2012), experimentar en una película tan extraña y atípica como “Pan: Viaje a Nunca Jamás” (2015) y alcanzar de nuevo un camino seguro en “El instante más oscuro” (2017).
¿Dónde se encuentra el punto más débil de esta nueva propuesta del director Joe Wright?
Quizás en que la historia de Daniel Mallroy (firmada con el seudónimo de A. J. Finn) resulta añeja en esta época y no tiene ningún elemento que la haga meritoria, diferente o provocativa, limitándose a entregar más de lo mismo. Si la base literaria resulta caduca, el filme también aparece como anticuado, forzado y llevado al límite en su traslación a la pantalla grande.
Otro problema que emana de este filme es que el realizador no hace mayores esfuerzos por descolgarse de ese lastre literario y no ofrece su habitual encanto en la planificación visual, no utiliza ese brillante manejo del plano secuencia ni su deslumbrante puesta en escena que, por ejemplo, eleva a “Expiación” como una de sus joyas cinematográficas.
Da la sensación de que el director frena sus habituales rasgos fílmicos (manierismos que, por lo demás, lo elevaron como un director fino y respetable) y no entrega ninguna otra característica que saque de la medianía a este filme. Lo que queda de su estilo habitual son algunos planos algo torcidos, ese constante montaje dinámico y el empleo de una banda sonora que se integra y subraya lo necesario, autoría de un compositor como Danny Elfman que todavía no es reconocido en su cabal maestría.
Punto a favor de “La mujer en la ventana” es su reparto multiestelar que encabeza Amy Adams, Gary Oldman, Julianne Moore o Jennifer Jason Leigh, que aportan al menos con su probada eficacia y su indiscutido encanto actoral.
La historia es retorcida y demasiado subrayada, mostrando a Anna Fox, psicóloga que sufre de agorafobia (ojo con la referencia nada disimulada a Sigourney Weaver en Copycat). Ella es madre de una niña que vive con su ex marido, a los que hace rato no ha visto. Pasa encerrada en su pieza viendo películas viejas y se dedica a mirar, a observar qué sucede más allá de su ventana (y acá entra el fantasma inevitable de Hitchcock) y está hace rato obsesionada con una familia recién llegada al edificio de enfrente, sin que se sepa bien la razón, al punto que recela de ellos, sin que haya un porqué bien definido. Además, todos los inquilinos parecen culpables de algo y uno como espectador empieza a pensar en algún instante si la protagonista está enferma o está alucinando.
De ahí hasta un crimen ocurrido delante de sus narices, la película es un espiral de preguntas sin respuesta, de tramposos giros de guion y de referencias para nada sutiles a mucho cine que hizo del mirar, del atisbar, su materia prima.
El último tercio de la película es una suma de exageraciones, locuras varias y descontrol, aunque no siempre se justifica esa montaña rusa de tantos elementos que poco aportan a la verosimilitud del guion y al conjunto de una película que pudo ser una interesante relectura del clásico hitchcokiano pero no alcanza a jugar con la idea de la intertextualidad que alguna vez sí logró Brian De Palma, apoyándose precisamente en el propio Hitchcock y también en Michelangelo Antonioni, con resultados más que plausibles que, por desgracia, no sucede con esta extraña, deslavada e innecesaria película donde nos divertimos pero solo por complicidad.
Autor
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Periodista, Escritor
Doctor en Proyectos, línea de investigación en Comunicación
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