Recientemente el presidente estadounidense Joseph R. Biden Jr. anunció el retiro completo de tropas estadounidenses de Afganistán, país conocido como el “cementerio de imperios”. Los estadounidenses aplicaron una diversidad de estrategias de seguridad que finalmente fracasaron, estrategias que curiosamente guardan similitud con aquellas adoptadas por el gobierno mexicano en contra del crimen organizado. Hay lecciones comunes, a pesar de las vastas diferencias entre ambos contextos.
La estrategia inicial en Afganistán durante la presidencia de George W. Bush se podría resumir con la frase “light footprint” (huella ligera), la cual consistió en mantener un mínimo de presencia militar cuyo único fin era entrar a territorio insurgente, eliminar al enemigo y retirarse. Sin embargo, la estrategia no funcionó ya que las fuerzas de seguridad dejaban vacíos de poder que eran llenados rápidamente por los insurgentes. Algo similar ha ocurrido en México, donde durante la presidencia de EPN hubo un retraimiento de las Fuerzas Armadas que ha continuado durante el sexenio de AMLO, ocasionando vacíos de poder que han sido llenados inmediatamente por el crimen organizado.
Durante la presidencia de Donald J. Trump la estrategia cambió. Esta consistió en enfrentar continuamente al enemigo con la idea de causarle tantas bajas que le fuese imposible continuar la guerra. No funcionó, ya que trajo como consecuencia el enojo de la población ante las inevitables muertes colaterales y un flujo constante de jóvenes reclutas en las filas insurgentes. En México la historia es nuevamente semejante, ya que durante el sexenio de Felipe Calderón la estrategia gubernamental estribó en eliminar a la mayor cantidad posible de sicarios para que, después de un alza en la violencia producto de la confrontación, esta finalmente disminuyese. Sin embargo, no dio resultados ante una población mexicana joven sin oportunidades laborales que tiene en el crimen organizado una ruta de escape.
La única estrategia estadounidense que hubiese podido tener éxito en Afganistán fue aquella aplicada durante la administración de Barack H. Obama, la cual consistió en aumentar las fuerzas militares estadounidenses y afganas con dos fines: combatir al enemigo y controlar el territorio para que el Estado entrase a gobernar. Sin embargo, esta estrategia requería de mucho tiempo y dinero ante el atraso afgano, un costo que el pueblo estadounidense no estaba dispuesto a pagar. Como bien dice un antiguo proverbio afgano: “ustedes tienen los relojes, nosotros tenemos el tiempo”. No obstante, esta es la estrategia que debe de seguir el gobierno mexicano en su propio país.
El alza en la violencia a partir de 2014 se debe, en una medida importante, a la pugna entre organizaciones del crimen organizado producto del retiro de las Fuerzas Armadas de amplias zonas del territorio nacional. Y por ello la reciente declaración del general Glen VanHerk, jefe del Comando Norte de los Estados Unidos, donde señaló que las organizaciones criminales mexicanas controlan el 35% del territorio nacional. Y por ello también las raras y muy francas declaraciones del exembajador estadounidense, Christopher Landau, criticando a AMLO por haber adoptado una actitud de “laissez faire” (dejar hacer) respecto del crimen organizado.
¿La respuesta del jefe del Ejecutivo mexicano? “Somos humanistas”. Y el crimen organizado, de humanismo, se come un taco.
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Autor
- Licenciado en derecho por la Universidad Iberoamericana (UIA). Maestro en estudios internacionales, y en administración pública y política pública, por el Tecnológico de Monterrey (ITESM). Ha publicado diversos artículos en Reforma y La Crónica de Hoy, y actualmente escribe una columna semanal en los principales diarios de distintos estados del país. Su trayectoria profesional se ha centrado en campañas políticas. Amante de la historia y fiel creyente en el debate público.
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