Con un inicio inquietante, este thriller se desdibuja en sus intenciones y termina de manera fallida, restándole el poder de sugerencia que se insinuaba, sobre todo con un protagonista con Síndrome de Asperger que resulta testigo de un crimen en una habitación del hotel donde trabaja como recepcionista y resulta sospechoso del suceso debido a una extraña afición: vigilar a los clientes a través de cámaras ocultas en los cuartos. Si bien el filme es entretenido, se desaprovecha su excelente cuarteto de protagonistas: Tye Sheridan, Ana de Armas, Helen Hunt y John Leguizamo, desperdiciando múltiples lecturas que el relato ofrecía a partir del atípico comportamiento del joven inocente transformado en el sospechoso número uno de este alevoso acontecimiento.
La fascinación por mirar.
Bart (Tye Sheridan) trabaja por las noches en un hotel como recepcionista. El lugar es tranquilo, muy bien ubicado, cómodo y silencioso. Pero, el joven Bart que padece Asperger ha colocado cámaras en varias de las habitaciones con un objetivo razonable, aunque discutible: utiliza las grabaciones como una manera de aprender cómo interactúan las personas, dada la dificultad que tiene para relacionarse con los demás, dada su condición.
Esta fascinación por mirar, que otras películas han explotado de manera mucho más notable -recuérdese piezas maestras como “La ventana indiscreta”, “El fotógrafo del pánico”, “Doble de cuerpo” u otras más comerciales como “Sliver”- es un recurso que le sirve al protagonista para tratar de adquirir técnicas para interactuar con los demás, pero le trae la mala fortuna de ser testigo involuntario de un crimen nocturno en una de las habitaciones del hasta ahora pacífico hotel donde Bart trabaja. En estricto rigor, que el protagonista espíe de esta manera a los huéspedes no resiste análisis, aun cuando el director insista en que de esa manera el joven intenta superar sus limitaciones comunicativas que le impone su condición de Asperger.
La habitación 124.
Era una noche tranquila cuando llega al hotel Karen (Jacque Gray) y se registra en la habitación 124, de donde nunca saldrá con vida. El suceso es observado por Bart quien es testigo de cómo un hombre se acerca a la puerta corrediza e inicia una sorpresiva pelea con la mujer. Bart corre tratando de salvar a la chica, pero un seco disparo rompe la quietud de la noche.
El joven trata de recuperar las cámaras ocultas, aunque olvida una y -vaya conveniencia- la encuentra el detective que queda a cargo del caso. Diversas circunstancias incriminan al joven que, en vez de ser despedido y en atención a su desempeño en los años anteriores, es trasladado a una sucursal del hotel.
Es entonces que el énfasis y la tensión inicial (que no estaba nada de mal e inquietaba por la condición del protagonista) se desdibuja de pronto, sobre todo porque “El empleado nocturno” intenta ser una pieza de cine negro moderno, pero no alcanza a adquirir un estilo, un sello o un enfoque lo suficientemente ambiguo como para alcanzar sus pretensiones, aun cuando es evidente que el director intenta imitar lo inimitable: la fórmula patentada para siempre por Alfred Hitchcock.
La chica de la piscina.
En el nuevo trabajo, Bart conocerá a la hermosa Andrea (Ana de Armas). La chica es encantadora y, de alguna manera, el joven piensa que ella le puede ayudar a comunicarse con los demás, abandonando por fin las pantallas de computadoras que hasta ahora lo tienen cautivo. Ella coquetea suavemente con el joven, lo comprende -le dice- porque ella tuvo un hermano que también era Asperger que al parecer se suicidó en una clínica y se acerca a él, emergiendo desnuda de la piscina del hotel.
Desafortunadamente, hay muchos reparos a esta película de Netflix. El ritmo se hace lento, le falta más tensión y sobre todo explicaciones más coherentes para los comportamientos de cada personaje, sobre todo considerando que en un thriller esa coherencia es uno de los pilares del género y hacia el final todo se precipita de manera tan rápida que muchos espectadores se sentirán estafados con ese final que encierra todas las claves, pero resulta en extremo abrupto.
Dirigida por Michael Cristofer y disponible en el catálogo de Netflix, tal vez uno de los puntos más fuertes que tiene esta película es que su personaje central sea Asperger, lo que el actor interpreta de manera sobria, entregando una performance bastante interesante respecto de las reacciones y las maneras repetitivas y mecánicas que incluye su comportamiento.
La obsesión por observar la intimidad de las personas relacionada con su impedimento para entablar vínculos, sumado al crimen, lo convierten en el típico inocente en el lugar equivocado, cuyo comportamiento es legalmente reprochable y punible. A partir de esto, deberá tratar de demostrar su inocencia, aunque su condición le resulta un impedimento, porque en vez de colaborar con la policía, oculta información, destruye evidencias y no trata de colaborar. Así, el cerco se va haciendo más estrecho, hasta que sobreviene el final que, ya dijimos, resulta críptico y acelerado para la mayoría de los espectadores que, incluso, pueden quedar perdidos tratando de encajar las piezas que el director ofrece.
A pesar de todos los elementos de que disponía el realizador, partiendo por la condición del protagonista que pudo resultar en extremo interesante en el ámbito de un thriller, a la película definitivamente le falta tensión, carece de toda emoción y tanto los secundarios como las motivaciones y conductas de todos, resultan en extremo ilógicas en un contexto donde ha ocurrido un alevoso asesinato nocturno.
Pareciera entonces que se trata de un típico filme donde pasa poco, aunque algunos queden con la sensación de que se perdieron mucho. Si solo busca entretención sin ningún otro propósito, adelante. Si es de los espectadores que ama el thriller, ha visto mucho Hitchcock y le fascinan los juegos y giros inesperados, absténgase, porque acá nada de eso está disponible. Es lo que se conoce como un filme fallido, lo que siempre resulta una lástima teniendo tantas posibilidades en la palma de la mano.
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