Empiezas a volar cuando abandonas las creencias limitantes
Brian Tracy
Si –como expliqué en el artículo anterior–, la madurez no se parece a lo que creemos que es; o sea, no se trata de llegar a una edad o de asumir una serie de responsabilidades, es evidente que la inmadurez también tiene poco que ver con lo que pensamos acerca de ella.
La madurez, en resumen, es un proceso permanente y evolutivo de desestructuración y reestructuración mental, que se caracteriza por ir, conscientemente, en contra de aquello a lo que nos aferramos más que a nada en la vida, hasta el punto de morir si es necesario: nuestras creencias.
Nos aferramos porque “creemos que aquello que creemos” es la verdad y la realidad. Así pues, según nosotros, siempre estamos defendiendo la verdad y manteniéndonos en la realidad. Sin embargo, nuestras creencias nos limitan, nos confinan, restringen nuestras posibilidades, disminuyen nuestras capacidades y distorsionan nuestra visión, cuando pretendemos extenderlas más allá de su vida útil.
La razón por la cual las confundimos con la verdad y la realidad es, como decía Louise Hay, la famosa guía espiritual y autora de múltiples libros: “Aprendemos nuestros sistemas de creencias siendo niños muy pequeños, y luego nos movemos por la vida creando experiencias para que coincidan con nuestras creencias”.
Ciertamente, nuestras creencias nos dan identidad y sentido de vida, pero son “escalones” en el camino del crecimiento, no hábitats mentales y emocionales en los que debemos, o siquiera podemos, permanecer toda nuestra vida, porque el costo es el sufrimiento.
Este sufrimiento es producto de la visión distorsionada en que se convierte una creencia cuando ya no funciona, pero no queremos cambiarla o ni siquiera nos damos cuenta.
La percepción y, en consecuencia, las interpretaciones irracionales de que se compone esta visión han sido identificadas claramente por la psicología y clasificadas en 15 “distorsiones cognitivas”, de las cuales no hay uno solo de nosotros que se salve.
Se trata de las áreas de inmadurez en nuestras vidas, porque todas provienen de nuestra forma emocionalmente insana de interpretar las experiencias, la cual está, a su vez, determinada por nuestras creencias limitantes.
Ahora, saque papel y lápiz, y sea honesto consigo mismo:
Abstracción selectiva: solo se percibe lo congruente con el estado anímico. Ya sabe ahora por qué nos pasa en la vida justo lo que no queremos que nos pase.
Pensamiento polarizado: divide el mundo en buenos y malos. Aquel que presente un rasgo que consideremos reprobable, será reprobado en su totalidad.
Sobre generalización: la mente es perezosa, para simplificar y resolver rápido piensa en términos de “todo”, “nada”, “siempre”, “nunca”. Una vez que algo malo sucede, sucederá siempre.
Interpretación del pensamiento: presuponer las intenciones de los demás, por lo general de manera desfavorable.
Visión catastrófica: adelantar desgracias, especialmente para la propia vida.
Personalización: relacionar todos los acontecimientos y acciones de otros consigo mismo.
Falacia de control: se cree poder controlar las situaciones, sucesos y conductas ajenas.
Falacia de injusticia: valorar como injusto todo aquello que no coincide con los deseos personales.
Razonamiento emocional: considerar que las emociones y sentimientos siempre reflejan eventos reales. Si la persona se siente ofendida es porque alguien la ofendió realmente.
Falacia del cambio ajeno: considerar que el bienestar propio depende de los actos de los demás. Por tanto, son ellos los que deben cambiar.
Etiquetación: mediante la generalización, designar características específicas, como la famosa sentencia de que “todos los hombres (todas las mujeres) son iguales”.
Los deberías: exigencia a sí mismo y a los demás a partir de las cosas que tendrían que ocurrir por fuerza.
Culpabilidad: atribuir sin evidencias la responsabilidad de los eventos que nos perturban a otros.
Falacia de razón: no escuchar las razones ajenas por creerse en posesión de la verdad.
Falacia de recompensa divina: esperar que los problemas se resuelvan por sí solos o mágicamente.
¿Cuántas palomeó?
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