Reivindicar a la Malinche
“Y tu lengua será palabra de luz y tu palabra, pincel de flores, palabra de colores que con tu voz pintará nuevos códices”. Laura Esquivel[1]
Hacer un recuento histórico sobre las mujeres olvidadas, subestimadas, mal interpretadas, y/o injustamente castigadas, es una faena perpetua. No termina con la destrucción de los techos de cristal, de los barrotes de las cárceles que encierran a mujeres por su derecho a decidir sobre su cuerpo, ni de las nuevas plataformas qué se aprovechan de la falsa percepción de empoderamiento de las mujeres.
Aunque suene ambiguo, casi todo lo que nos rodea está sujeto a evolución, cuando menos a cambio. Las formas de opresión por razón de sexo-género no son la excepción. Máxime cuando comprendemos que, a pesar de múltiples ramificaciones, la raíz es una sola. Es así, cómo a través de la Malinche en la fragmentación del imperio azteca, Sor Juana Inés de la Cruz durante el periodo barroco, Josefa Ortiz cómo romántica empedernida, pero no de Domínguez, sino de la independencia, o, por otro lado, María Cristina Salmorán en la vanguardia, y Marisela Escobedo en la actualidad, no son tan distintas en realidad[2].
Malinalli, Malintzin, la Malinche o Doña Marina, fueron los distintos nombres qué se le dieron a lo largo de su vida. Mujer, morena, india y esclava entre esclavas del sincretismo cultural de la conquista. Ella no estaba enamorada de Cortés, no conoció ese producto netamente occidental, invención de los trovadores provenzales y castellanos del siglo XII europeo[3]. No es cierto, qué como sostiene Octavio Paz, ella sea el símbolo de la entrega, de la amante india fascinada, seducida y violada por los españoles[4].
Mas bien, Malintzin se negó el ser reducida a la propiedad de Cortés. En su lugar, dentro su cuarta dimensión de aparente inferioridad se materializó como el instrumento de interpretación y traducción de las lenguas indígenas náhuatl y maya en la conquista de la ciudad de oro. Osó dejar de ser una vasalla de Moctezuma al tiempo que se desenvolvió en el don de la palabra que la abrazaba, por medio de sus funciones de consejera y portavoz de Hernán. Así fue como sobresalió en la bélica coyuntura en la que se encontraba.
Aró el surco que dio lugar a un antes y un después en la historia. No traicionó a su raza prehispánica. ¿A caso se puede hablar de traición cuando la comunidad a la que perteneces se olvida de tu valor intrínseco como ser humano, y eres objeto de consumo? Pueden tratar de atenuar la situación apelando a la normalización de la esclavización; empero, ¿por eso está bien?, ¿por no ser la única en esas circunstancias? ¿por eso era necesario qué se sometiera a su madre quién fue la primera en comercializar con ella?, y después a sus amos, y futuros compradores independientemente al título que ostentaran respecto a ella.
Sí, por eso era reprobable que sintiera una llamarada de rebeldía. Porque en una batalla de dos culturas netamente patriarcales, dónde el dominio de las tierras sobrepasa la valía de las y los individuos, no da lugar a enaltecer los valores y acciones de Malintzin como: mujer, indígena, y esclava.
Malinalli estaba en total desacuerdo con la manera en que ellos gobernaban, se oponía a un sistema que determinaba lo que una mujer valía, lo que los dioses querían y la cantidad de sangre que reclamaban para subsistir. Estaba convencida de que urgía un cambio social, político y espiritual. Sabía que la época más gloriosa de sus antepasados se había dado en el tiempo del señor Quetzalcóatl y por eso mismo ella anhelaba tanto su retorno. (Esquivel, 2006, p. 10).
Tampoco es que se entregara a los brazos abiertos de Cortés, como si de alguna manera lo más grande a lo que pudiera aspirar fuera el ser la mujer del conquistador. Es erróneo, qué como la cultura patriarcal y la idiosincrasia falocentrista nos ha hecho creer, sea la Malinche, la “chingada”[5] en persona, por abrirse al exterior, a los extranjeros. No es, como sostuvo el muralista José Clemente Orozco, la Eva mexicana; figura con la que pretenden aludir a la gran traidora[6].
Amparar la premisa de que la Malinche es una traidora, denota la falta de reconocimiento de su personalidad, y promueve la objetivación de la mujer. En atención a que, a diferencia del resto de mujeres que fueron vendidas como esclavas, sus capacidades le permitieron marcar un antes y un después en el destino de las diversas comunidades indígenas de lo que hoy conocemos como México.
Malinalli es una figura emblemática en la lucha feminista de la historia hispanoamericana. Es una mujer indígena que triunfó en medio de dos culturas en conflicto que determinó el devenir de una civilización. Encarna la subversión misma. En este sentido, podemos determinar dos razones principales por las qué, se distingue entre las memorias:
1) Porque es una deuda histórica que prevalece en la cotidianeidad de las mexicanas.[7], Se perpetua en cada una de nosotras, y se refleja incluso en acciones de mujeres que no siempre son conscientes de estar actuando en pro de sus derechos y su emancipación. Todas y cada una desde nuestras trincheras estamos sujetas a autoexplorarnos, redefinirnos y reinventarnos a lo largo de los constantes duelos de un proceso de deconstrucción feminista; nos queramos reconocer o no, como tales.
2) Para reivindicar su labor simbólica, y desmentir los mitos que la envuelven. Es ponerle un alto a la campaña de desprestigio de una mujer qué traiciona a una patria qué naturalmente, ni siquiera existía en ese momento de la historia. Lo único qué traicionó, fue la idea de vivir sometida en distintos aspectos de su vida. Haya sido a su madre, sus dueños, o a toda una cultura.
Para seguir esta línea de pensamiento, aconsejo leer a Laura Esquivel en su obra Malinche, a Rosario Castellanos en su dramaturgia El Eterno Femenino, a Elena Garro en su cuento La culpa es de los Tlaxcaltecas, así como a Lucía Guerra en su libro Frutos Extraños.
La autora es estudiante de Derecho en la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Autónoma de Coahuila
[1] Esquivel, L. (2006). Malinche. México: Santillana Ediciones Generales S. A. de C. V., p. 7.
[2] A propósito del mural “Mujeres a través de la Historia de México” realizado por Omar Leza, en la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Autónoma de Coahuila.
[3] Castellanos, R. (2003). El eterno femenino. México: Fondo de Cultura Económica, p. 92.
[4] Paz, O. (1992). El laberinto de la soledad. México: Fondo de Cultura Económica, p. 35.
[5] P. 31.
[6] P. 36.
[7] De todas las mujeres, pero en el caso específico, se limita el marco referencial al territorio mexicano.
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