La corrupción no es un fenómeno exclusivo de los países en vías de desarrollo. Por el contrario, ese cáncer también existe en el primer mundo, pero a diferencia de lo que sucede en una Banana Republic, allá rara vez hay impunidad. Nada de que “mi compadre es diputado”, o que “el magistrado es mi brother”, o que “yo soy del partido en el gobierno”. Nada. En un país donde reina el estado de derecho, el que la hace la paga. Ejemplo de la semana: Francia y el expresidente Nicolás Sarkozy.
Resulta que este personaje estaba siendo juzgado por una investigación en la que se le acusaba de haber recibido dinero de la heredera de la empresa de cosméticos L’Oreal para su campaña presidencial del 2007. A lo cual, Sarkozy buscó la ayuda de un juez para que le suministrara información de su caso a cambio de conseguirle un puesto de retiro sabroso en Mónaco. “Usted rasca mi espalda, yo rasco la suya, señor juez”.
Típico de la cultura de Macondo. Pero en Francia la justicia sí hace su chamba, y en esta ocasión el expresidente, su abogado y el juez sobornado, fueron encontrados culpables y sentenciados a pasar tres años en fresco bote, bueno en realidad será en arraigo domiciliario, pero para Sarkozy es una sentencia demoledora puesto que era la única figura notable de la derecha francesa que tenía aspiraciones de volver a contender por la presidencia el próximo año. La ruta jurídica, aun en el proceso de apelación, le complica la estrategia electoral.
Va a pasar algo similar en Estados Unidos cuando los fiscales de Nueva York presenten cargos contra Donald Trump sobre evasión fiscal. Un caso que llevan años construyendo y que el expresidente bloqueó sistemáticamente mientras estuvo en la silla. O que me dicen de la reciente renuncia del Primer Ministro del Estonia Juri Ratas, muy sui generis el nombre, por malversar fondos de alivio a la pandemia. La moraleja es que todo puerco le llega su Navidad, pero ésta llega más rápido cuando hay instituciones sólidas y procuración de justicia eficiente.
Por eso me parece que los gobernantes y candidatos en lo subsecuente no deberían prometer que lucharán contra la corrupción, sino contra la impunidad. La primera es imposible de erradicar porque reza el dicho “en arca abierta, hasta el más justo peca”; pero que haya castigo apropiado para quien cometa un acto indebido, sin escudarse en su influencia política, es el verdadero reto y lo que separa a los países desarrollados de los feudos donde impera la justicia selectiva y el tráfico de influencias. Ustedes pónganle el nombre.
Israel Navarro es Estratega Político del Instituto de Artes y Oficios en Comunicación Estratégica. Twitter @navarroisrael
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