En México, la escuela pospandemia debe ser cercana a la vida de los alumnos, asegura el investigador emérito Ángel Díaz Barriga Casales
Ciudad de México.- De 1950 a finales de 2010, el promedio de escolaridad a nivel mundial se incrementó tres veces para quedar en 7.2 años, es decir, poco más que el inicio de la secundaria, de acuerdo con el Banco Mundial.
Y aunque casi se ha alcanzado la cobertura universal en el ingreso a la primaria, se estima que hay aproximadamente de 250 millones de niñas, niños y adolescentes fuera de la escuela, según el Global Education Monitoring Report de 2020, afirma la académica del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación (IISUE), Judith Pérez Castro.
“El problema es que no todos los alumnos permanecen en la escuela y de los que permanecen, no todos aprenden”, agrega la experta en diversidad sociocultural en la educación.
En la secundaria se ha alcanzado una cobertura de casi 50 por ciento -a excepción de países de África Subsahariana- y la enseñanza superior prácticamente se ha cuadruplicado, pero atiende apenas a 37 por ciento de los jóvenes en edad de cursar estos estudios.
“Sí hemos caminado, pero esos logros se pierden en el mar de carencias porque tenemos sociedades muy desiguales”, asevera en ocasión del Día Internacional de la Educación, a conmemorarse el 24 de enero.
La también doctora en Ciencia Social expuso que esta efeméride se estableció en 2018 con el objetivo de reconocer el aporte de la educación al desarrollo individual y de las sociedades, y para trazar una estrategia que permita alcanzar el Objetivo de Desarrollo Sostenible Número 4, tarea todavía pendiente.
Este Objetivo indica que “al 2030 se debe de garantizar una educación de calidad, inclusiva y equitativa para todos, y promover las oportunidades de aprendizaje”.
La enseñanza, prosiguió la universitaria, es un derecho humano consagrado en nuestra Constitución y en diversos ordenamientos internacionales, pero aún falta cristalizarse.
El investigador emérito del IISUE, Ángel Díaz Barriga Casales, expuso que el objetivo de la escuela y la educación es formar sujetos que entiendan las necesidades de su entorno y se integren a él, desarrollando procesos de autoaprendizaje.
La educación es un logro social que se obtuvo tras la Revolución Francesa. En nuestro país, en el siglo XIX, y principalmente en el XX, se hizo un esfuerzo para que la enseñanza primaria llegara a casi todos los hogares, el sistema se hizo masivo: inició con la instrucción primaria, luego con la secundaria y ahora se busca la universalización del bachillerato.
“Sin embargo, en esa masificación la escuela perdió el sentido originario que tenía, que era formar para atender los problemas de la sociedad”, advierte el doctor en pedagogía.
Nuestro sistema educativo hace tiempo que no ofrece a los estudiantes lo que requieren en el siglo XXI. Y la actual pandemia es una oportunidad para pensar qué pasa con nuestro sistema educativo y qué le demandamos, aseguró.
Acento de desigualdades
La emergencia sanitaria por la COVID-19, agrega la académica Pérez Castro, puso de manifiesto la vulnerabilidad de los individuos y las sociedades, así como de los sistemas educativos. “La UNESCO estima que alrededor de un millardo 478 millones de niñas, niños y jóvenes han sido afectados por los cierres parciales y totales de sus instituciones, lo que representa 84.5 por ciento de la matrícula total a nivel mundial”.
Los alumnos más pobres sufrirán mayores afectaciones por no tener apoyo académico en casa porque sus padres no los pueden acompañar o ayudar con las tareas, carecen de equipo de cómputo o acceso a internet; o bien, porque deben salir a trabajar para apoyar a sus progenitores quienes dejaron de percibir ingresos.
Se estima que también habrá pérdida de conocimientos básicos y habilidades sociales -como ocurre en las vacaciones de verano cuando los niños no retroalimentan sus aprendizajes- y más en aquellos que nunca ingresaron presencialmente al sistema educativo, como los alumnos de preescolar que empezaron con clases en línea, o los que pasaron de un nivel educativo a otro.
“La Northwest Evaluation Association estimó que en Estados Unidos los chicos van a perder, en español, alrededor del 30 por ciento de sus aprendizajes; y en matemáticas, un 50 por ciento, con todo y que se continuaron las clases en línea.
“Estos investigadores consideran que en general se perderá un año completo, como si no hubiera habido ninguna actividad, lo que es muy preocupante. Hablamos de Estados Unidos que tiene mejores condiciones que muchos países en desarrollo; si lo planteamos para América Latina o África donde el nivel educativo es bastante bajo, entonces podemos imaginar que esto mermará en el cumplimiento de los Objetivos del Desarrollo Sostenible”, remarca la universitaria.
Y estas cifras se tornan más problemáticas si se analizan por grupos vulnerables como las niñas, pues se calcula que sólo 19 por ciento de los sistemas educativos alcanzó la paridad de género.
Apoyo social a la escuela pospandemia
La investigadora sostiene que la escuela puede trabajar para contar con buenos maestros, mejorar sus programas, pero difícilmente tendrá éxito si se mantienen las desigualdades tan marcadas en las sociedades que hacen que niños lleguen a las aulas sin comer, que deban trabajar al mismo tiempo que estudian; con niñas que son violentadas o deben hacerse cargo de sus hermanos o del hogar.
“Un primer paso es asegurar los derechos económicos, sociales y culturales de la población porque están firmados por los países, pero remontar estos atrasos ha sido casi imposible. Otro, es fortalecer la capacidad de las instituciones educativas y dar paso a directivos y maestros de esas pequeñas o grandes escuelas, pues ahora tenemos muchos problemas para coordinarnos porque todas las decisiones se toman a nivel central”, añade.
Además, se requiere que la escuela y los maestros estén preparados para cambios de escenarios que cada vez son más frecuentes y porque no se puede aspirar a regresar a la educación como era antes de la pandemia: se tienen que construir respuestas adecuadas a la nueva forma de vida.
“Tenemos que fortalecer el trabajo de los profesionales de la educación para adecuarnos a nuevas formas de enseñanza, nuevo currículum, nuevas estrategias. Eso no lo hace ningún software, ninguna computadora, lo hacemos nosotros. Tenemos que construir respuestas para fortalecer y ampliar las opciones educativas de las niñas, niños y jóvenes. La UNAM ha sido una pionera en muchos de estos aspectos”, asevera Pérez Castro.
Para Díaz Barriga Casales, doctor Honoris causa por diversas universidades nacionales y del extranjero, en México se debe pensar en la escuela pospandemia completamente distinta a la que hoy tenemos: debe ser más cercana a la vida de los alumnos y eso implica atender las necesidades del niño de la zona indígena, que son diferentes a las de un niño de la urbe, de un área rural o una zona urbano-marginada.
“Si la autoridad educativa piensa que la escuela de la pospandemia es la que teníamos con tecnologías, está desaprovechando la oportunidad de repensarla. Hay que atreverse, el futuro del sistema educativo mexicano no puede ser homogéneo, no puede haber más ’la escuela mexicana’ sino ‘las escuelas mexicanas’ que están enfrentándose a los problemas de sus estudiantes de acuerdo con cada uno de sus entornos”, insiste.
Esto implica abrir la posibilidad a la experimentación y construir desde la diversidad, invitar a discutir a las comunidades docentes y a diferentes sectores sociales para rearmar, poco a poco, el sistema educativo.
“Tenemos que llegar a acuerdos sociales que nos permitan convivir en este país formado por muchas culturas, con muchas contradicciones y con diferentes sectores. Así se tiene que empezar a construir la escuela del mañana: desde la diferencia y desde la pedagogía porque ésta es la gran ausente en las políticas educativas; no se trata de ver qué se debe hacer, sino qué se puede hacer”, subraya.
Judith Pérez Castro asegura que la emergencia sanitaria también ha puesto de manifiesto que ni los profesores, alumnos o padres de familia pueden ser sustituidos en el proceso enseñanza-aprendizaje.
“Las computadoras, el internet, la televisión nos han ayudado en este periodo, pero el trabajo que hace el profesor, la relación que tiene con sus estudiantes, el apoyo que brindan los directivos, el trabajo conjunto y el diálogo con los padres de familia, no se puede sustituir con ninguna tecnología y quienes hacen apologías de ésta se equivocan”, concluye. (UNAM)
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