EL CAZADOR

 

Un filme argentino inquietante, extraño en su factura fílmica, que descoloca con insólitos cambios de giro en el montaje y en su narrativa, que gana en ambigüedad lo suficiente como para plantear inquietudes en los espectadores y que apela a un tema doloroso: las redes de pornografía infantil. “El Cazador” es el último y polémico filme de Marco Berger, quien demuestra seguir haciendo la misma película, con los elementos visuales que ya caracterizan su obra que sigue buceando en el tema de la homosexualidad. 

El realizador de este filme es de los que siempre hacen la misma película, lo cual no constituye un elemento negativo, sino por el contrario, la constatación de un estilo que se va perfilando como personal y autoral. Baste recordar que maestros como Claude Chabrol o Alfred Hitchcock fueron asiduos y reiterativos en sus deseos de retratar la decadencia de la burguesía y del inocente metido en escenarios que no le correspondía, respectivamente, dejando toda una escuela de cómo contar una película a partir de la reflexión de un mismo tema.

Es verdad que trabajar de esta manera es riesgoso, sobre todo cuando algunos repiten historias y motivos, sin que exista auténtica necesidad estética para abordar ese mismo asunto en sus filmografías.

El director argentino Marco Berger parece estar en la línea de realizadores que, con diferentes protagonistas y cambio de escenarios, siempre está contando la misma historia, abordando el mismo estilo e incluso, repitiendo ciertos elementos de la puesta en escena que se reconocen de inmediato como suyos, partiendo por su obsesión por las piscinas y los pies desnudos de sus personajes.

Desde Plan B (2009), las películas de Berger exploran en el tema de la homosexualidad masculina en escenarios que varían, pero tienen semejanzas notorias: el descubrimiento de una sexualidad, la cotidianeidad, la comedia de enredos que a veces se plantean desde el prejuicio e incluso desde los estereotipos más burdos son elementos que su cine retrata y repite a fuerza de generar adhesión o rechazo entre los espectadores.

Su estilo está bien definido: siempre trabaja con protagonistas jóvenes, bien parecidos, de físico cuidado que nunca han sido protagonistas de otros filmes. De allí existen elementos visuales característicos: siempre habrá especial hincapié en mostrar los pies de sus personajes masculinos (algo que hace Tarantino con sus féminas) y, lo más famoso, el llamado “plano Berger” que no es más que un plano detalle de la pelvis de un muchacho protagónico.  Así, muchos dicen que su cine posee una estética gay tan cuidada como los músculos que exhiben sus personajes en cada uno de sus filmes, sus cuerpos desnudos o semi desnudos que casi siempre emergen o tienen contacto con las piscinas de casas en donde ellos suelen quedar solos.

Con todo lo antes descrito, es fácil constatar que poco ha variado la receta en “El cazador”: acá se cuenta el despertar sexual de un adolescente a lo que se une una cuota de suspenso extraña, viscosa, que tiene en una secuencia -los muchachos están solos, viendo televisión en la noche- un instante de genuina tensión, tanto sexual como narrativa. Ese suspenso es extraño, aparece en un instante inusual y se expresa a través de mecanismos como el ojo voyerista que espía, busca y selecciona, el empleo de una banda sonora que se torna inquietante con música de cierta cadencia sostenida, escenas exteriores nocturnas donde no hay diálogos y la tensión como producto de todo aquello acumulado.

Si bien el tema central (y que se descubre de modo extraño) es el de la explotación sexual de menores, en una ciudad donde solo se ven jóvenes porque son escasos los adultos y casi siempre están de viaje o en fiestas, hay un énfasis en que este tema no se explique, no se sostenga por completo ni sirva para provocar un detonante. Por el contrario, parece que Berger solo desea advertir acerca de un tema doloroso, pero no mostrarlo en toda la crudeza que éste tiene en efecto.

En “El cazador” hay un triángulo: dos jóvenes explotados y un adulto inescrupuloso que saca provecho económico de la situación. Pero este tema interesante se desdibuja cuando el director, en una pirueta extraña, introduce a medio relato otra desdibuja cuando surge otra historia -la del protagonista y un menor de 14 años que está al borde de su inicio en la homosexualidad y caer en la explotación- que si bien se conecta con la primera, enrarece el trazado narrativo y se torna una solución más atrevida que necesaria y más extraña que efectiva.

Quizás se trate de un estancamiento en el estilo de Berger. Puede ser. Pero también hay que reconocer que su filme (y esta película en particular) se muestra como una propuesta que despeina saludablemente al cine argentino y lo enfrenta a nuevos derroteros donde falta todavía esa gran obra que demuestre la vigencia de su estética y de sus reiteraciones.

Quizás. Aunque también puede ser que “El cazador” se apoye en una historia sobre el despertar homosexual de Ezequiel, un adolescente de clase media acomodada, que de pronto se ve involucrado en una red de pornografía infantil. El muchacho siempre se desplaza con movimientos mínimos, sin ampulosidades y casi siempre en silencio.

El tema de la aparición del deseo y la exploración homosexual (velada ante el hetero normativismo de su familia que es “normal” en su cotidianeidad), se cruza con la aparición de una red de pornografía gay adolescente en la Deep Web, a partir de un mensaje de WhatsApp de un desconocido. Y es aquí donde el filme se parte en dos, surge otra historia que cuesta enganchar con la primera y cuando se logra permite entender una serie de comportamientos y de situaciones tensas (y harto molestas) que han vivido los personajes.

El filme es el séptimo largometraje del director Marco Berger, director que construye distintos climas para desarrollar la historia, juega con la luz y la sombra de una ciudad como Buenos Aires y emplea con efectividad el sonido ambiente que da cierta intimidad entre personajes y espectadores.

Marco Berger es un joven y prolífico director argentino que debutó con “Plan B”, sumando “Ausente”, “Hawái”, “Mariposa” y “Un rubio”. Su cine se caracteriza por crear un cine que explora la homosexualidad y el deseo con completa naturalidad. Esta vez, introduce el tema de la pornografía infantil y, por eso, esta película es mucho más cruda que sus antecesoras. En todas sus películas, Berger se encarga de generar en el espectador el deseo de mirar hasta sentirse perturbado.

“El cazador” llegó a estrenarse en el Festival Internacional de Cine de Rotterdam, que se hizo entre fines de enero y principios de febrero de 2020, antes de la debacle por la pandemia de Covid-19. En Argentina no alcanzó a estrenarse y su aparición en la plataforma de Netflix le posibilita una llegada y un reconocimiento que se merece.

 

 

 

 

 

Guion y dirección: Marco Berger. Elenco: Juan Barberini, Juan Pablo Cestero, Lautaro Rodríguez, Patricio Rodríguez. Producción: Lucas Santa Ana, Alberto Masliah. Duración: 101 minutos.

 

 

Autor

Agencias