A LA BÁSCULA

El valor de las instituciones

 Lo que ocurrió en días pasados en la capital de los Estados Unidos, concretamente en las instalaciones del Capitolio, la sede del Senado y la Cámara de Representantes de nuestro vecino país del norte, no fue otra cosa que el culmen de una administración encabezada por un populista, radical, manipulador y mentiroso como lo es Donald Trump; es decir lo que sucedió no fue algo espontáneo o que surgiera ahí mismo, al momento.

Si algo tendríamos que reconocerle a Trump, es que nunca ocultó sus intenciones hacia dónde conducir a su país y de rebote a muchísimos otros países más, por no decir que el mundo entero. Siempre fue un mentiroso empedernido, a tal grado que en su administración se inauguró un área de empresas dedicadas al análisis y la medición de popularidad del Presidente, y día a día le contaban las falsedades que recetaba, bien a través de su cuenta de twitter mediante la que gobernaba, o en las conferencias que ofrecía a los medios.

Paranoico, permanentemente enfrentaba batallas con molinos de viento, y encontraba enemigos en todos lados, entre los medios de comunicación y entre quienes no comulgaban con su forma de pensar.

Agresivo y prepotente, nunca dudó durante los cuatro años de su mandato, en amenazar e intimidar a sus pares de países de cualquier parte del mundo, y como un ejemplo, al nuestro, en el que impuso en todo momento sus condiciones, lo que a unos días de dejar el cargo volvió a mencionar en forma de agradecimiento al Presidente mexicano por haber desplegado 27 mil efectivos de la Guardia Nacional para proteger la frontera norteamericana y frenar el paso de los migrantes centroamericanos, como ‘pago’ por no aplicar aranceles a productos mexicanos.

Pero dentro de su país, más que para gobernar, Trump invirtió los cuatro años de su gobierno en crear una enorme red de seguidores fanáticos que le creen con una ‘lealtad a ciegas’ todo lo que dice, no le cuestionan nada y se tragan siempre todas las mentiras que todavía sigue vociferando.

Si las imágenes que vimos de la irrupción violenta en el Capitolio, nos las presentan como escenas de hechos ocurridos en cualquier país latinoamericano, en el Argentina de las dictaduras militares, en el derrocamiento de Salvador Allende en Chile, en el Nicaragua de los Somoza, en el Venezuela de Chávez o Maduro, en el Bolivia de Evo Morales o cualquier otro, las compramos. Estados Unidos, quien siempre se ha asumido como el ‘policía universal’ vigilando a todos, se olvidó de mirar hacia adentro para darse cuenta de lo que se estaba cocinando en sus propias entrañas, desde lo más alto del poder.

Y si bien después de esos hechos el paladín de la democracia, de los derechos humanos, de las libertades, quedó exhibido con su sistema democrático débil y obsoleto, las cosas se frenaron porque las instituciones norteamericanas aún existen e hicieron valer su peso.

Aún amigos y aliados de Trump en el Senado y la Cámara de Representantes, decidieron dar un paso al costado y no seguir apoyando un proyecto violento e insurrecto. Los hechos, impulsaron a que ese mismo día por la noche se formalizara en voz del vicepresidente Mike Pence, el triunfo irrefutable de Joe Biden.

Es decir, todas las mentiras y el engaño con que mantuvo cuatro años su mandato, a Donald Trump se le desplomaron cuando arengó e incitó a la turba de fanáticos a marchar de la Casa Blanca hacia el Capitolio ‘para salvar a América’. Las instituciones, y representantes de su partido en ambas cámaras, decidieron no seguirle apoyando cuando vieron que la democracia –y aún la estabilidad- de su país estaba en juego.

Dice un viejo adagio popular que cuando veas las barbas de tu vecino cortar, hay que poner las propias a remojar.

Quizá valdría la pena reflexionar si en México tenemos instituciones tan sólidas y fuertes como para hacer valer su peso en una hipotética situación similar. Del otro lado de la frontera ya se vio que allá todavía hay instituciones y anteponen la democracia y la estabilidad de su país por encima de intereses partidistas, personales o de grupos.

De este lado del Bravo ha venido ocurriendo lo contrario, desmantelando y desapareciéndolas, y tampoco se puede decir que se hayan ocultado esas intenciones cuando aún antes de llegar al poder se lanzó aquél grito de batalla “Al diablo con las instituciones”.

Decía otro antiguo adagio: Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos. Y se remataría con lo que decía un viejo amigo mío: “Nomás lo malo aprenden”.

 

laotraplana@gmail.com

 

@JulanParraIba

Autor

El Heraldo de Saltillo
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