Con el objetivo de construir un mejor futuro para las mexicanas y mexicanos, recuperando el crecimiento económico, el Estado de Derecho y el orden democrático frente a un régimen que mira al pasado, intervencionista y autoritario, los dirigentes de los partidos Revolucionario Institucional, Acción Nacional y de la Revolución Democrática decidieron firmar una coalición parcial para contender en las elecciones federales de 2021.
Llamada Va por México, la alianza recibió el respaldo de activistas y empresarios como Claudio X. González, Demetrio Sodi, Beatriz Pagés y Gustavo de Hoyos. En su estrategia los tres partidos, plantean una alianza que incluya a actores de la sociedad con el fin de construir una nueva mayoría opositora en la Cámara de Diputados en el 2021 y, “desde ahí, reconducir las políticas públicas en beneficio de todas y todos los mexicanos”.
Gran trabajo tendrán estos meses los miembros de esta alianza y sus patrocinadores, sobre todo si consideramos algunas de las causas que llevaron al triunfo al actual presidente Andrés Manuel López Obrador.
“Mi teoría es que en las pasadas elecciones presidenciales hubo un doble castigo. La gente nos decía: ‘no sólo no voy a votar por ellos (llámese PRI, PAN, PRD, empresarios, líderes sindicales y jerarcas católicos), sino que además voy a votar por el que más les duele, por el que más afecte sus privilegios’”, cuenta Valle Rivas, quien colaboró con Rolando Ocampo Alcántar, el coordinador de Opinión Pública de Meade y encargado de llevar el pulso sobre las simpatías no sólo de su candidato, sino de Ricardo Anaya y López Obrador.
De acuerdo con las mediciones que, día a día, hizo el equipo de Meade, ésta fue la primera elección en la que se votó más “en contra de algo” que “a favor de alguien”. En otras palabras, de los 30 millones de votos que obtuvo el tabasqueño, más de la mitad corresponden a personas que buscaron dar un escarmiento a las élites corruptas, y menos de la mitad son sufragios por simpatía con las propuestas o ideas de López Obrador.
El cálculo cobra sentido si se considera que en las elecciones de 2006 López Obrador había obtenido un techo de 14.6 millones de votos (menos de la mitad de los 30.1 millones de sufragios cosechados en 2018) y que en 2012 se cayó a 9.7 millones de votos (apenas 32% de los conseguidos en 2018).
Hoy se sabe, pues, que el líder de la izquierda no fue el único que ganó los comicios del 1 de julio, la mayoría de los votos los obtuvo el repudio hacia las élites, que se vieron rebasadas en las pasadas elecciones, pues ninguna maniobra o posicionamiento que llevaron a cabo contra el tabasqueño logró restarle votos.
“No se puede entender el sólido triunfo de López Obrador y su partido sin notar que fueron ellos los que ‘cacharon’ de manera contundente a este gran segmento de la población que dijo algo como: ‘yo voy a votar porque ya no nos gobiernen los mismos de siempre’. Ninguna otra fuerza política supo ser atractiva para capitalizar de forma importante esta insatisfacción”, reflexiona Valle Rivas. (Eje Central)
A tres años de aquello, por supuesto que el ejercicio del poder; la toma de algunas decisiones; la actual crisis económica y de salud, derivada de la pandemia que estamos viviendo; así como temas aún no resueltos como el de la inseguridad pública, han desgastado la imagen del presidente y su partido.
La situación y el escenario no es el mismo del 2018, los motivos del elector pueden haber cambiado, ahora se encuentra en una nueva disyuntiva: en la elección de este año, que es una especie de referéndum, le ratifica el poder en la Cámara de Diputados al Presidente o se lo brinda a la alianza opositora.
José Vega Bautista
@Pepevegasicilia
josevega@nuestrarevista.com.mx
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