Elecciones 2021, regresa el juego de los espejos
Las campañas políticas rumbo a la elección del 6 de junio se convertirán en un juego de espejos. Lo curioso es que a los jugadores les provoca escozor contrastar su propia imagen con la realidad del tiempo que nos ha tocado vivir. Sera porque el espejo mostraría, a ambas coaliciones, oficialistas y opositores, como esqueletos electorales, desprovistos de propuestas y soluciones viables para enfrentar las crisis de salud, seguridad y empleo que castigan al país.
Siendo que ya lo hemos visto desde el inicio formal del proceso electoral, no será la madurez democrática, definida como esa evolución que debería llevar a los partidos políticos hacia la autoevaluación realista y responsable de sus limitaciones y capacidades, es decir, “mirarse en el espejo”, lo que colme la escena política de los próximos meses.
En cambio, es de esperarse que, en este juego, los actores políticos retomen con mayor fuerza esa vieja estrategia de “mirar hacia otro lado”: negar o disimular sus propias carencias y crear el escenario propicio para que los electores se inconformen con los “otros”. En seguida, al calor del festín electoral, reclamar el voto de miedo o insatisfacción.
La competencia política no se vislumbra distinta de aquella de 2018. En aquel año, el oficialismo aseguraba, en un intento desesperado por trazar una estrategia electoral que posicionara a su candidato, el advenimiento de la catástrofe si los votantes tomaban la decisión de relevarlos del poder. El partido que en ese entonces gobernaba, no realizó el mínimo esfuerzo de autoevaluación honesta, en donde reconociera sus propios errores, y así estar en condiciones de ofrecer mejores soluciones si eran reelectos.
Por su parte, los opositores, que aspiraban a ganar la confianza del electorado, no se preocuparon demasiado en estructurar una propuesta viable de gobierno. Su narrativa consistió más bien, en una alegoría de santidad gubernativa: nosotros somos inmunes al virus de la corrupción y te garantizamos que, al desterrarla, acabaremos con la pobreza.
El miedo, por una parte, y la infelicidad, por la otra, fueron los factores que determinaron las preferencias en aquellas elecciones. Si, al momento de votar, desaparecen la razón y el juicio, el ejercicio para la rendición de cuentas corre el riesgo de empañarse: ¿cómo los electores pueden exigir resultados a un gobierno por el cual no sufragaron a causa del temor y el recelo; lo mismo si lo hicieron debido a la desdicha que les causaban los anteriores gobiernos?
¿Qué ha sucedido tres años después del inicio de aquella elección de 2018? Nuestra primera respuesta podría ser: ¡Absolutamente nada! El panorama político es el mismo, incluso recrudecido por la polarización que se ha dado en los últimos meses desde que dio inicio la pandemia.
Si acaso, la diferencia podría estar en que en aquel año había tres fuerzas políticas que se disputaban la presidencia y la mayoría de ambas Cámaras. En esta ocasión, en un significativo número de distritos electorales y gubernaturas en juego, habrá sólo dos opciones: el oficialismo representado por quienes eran los opositores, la coalición integrada por Morena, PVEM y PT; y la actual oposición, conformada por PAN, PRI y PRD.
Por lo demás, se infiere que, de nueva cuenta, durante las campañas de este año, el marketing electoral, la comunicación, las alianzas, la movilización y el manejo de las redes sociales, cibergranjas y fake news, se utilizarán no para ganar electores, sino con el propósito de restar simpatías al adversario, reclamar el voto del miedo y la insatisfacción; tal y como sucedió en 2018.
Ese recalentado de técnicas electorales, que alimentará las estrategias de la mayoría de los partidos políticos, donde el juego consiste en evitar la autoevaluación responsable y crítica, podría nublar, una vez más, el sano juicio de los electores para seleccionar aquella opción que ofrezca las mejores soluciones que permitan a las instituciones enfrentar las secuelas de la pandemia y de la crisis económica más profunda de las últimas décadas.
Bien harían, ambas coaliciones, en reflejar, aunque sea por un momento, su rostro en el espejo y contrastar sus propuestas con esa realidad que al final siempre se impone.
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