Persistencia, flexibilidad y optimismo se deben desarrollar en el entorno social
Ciudad de México.- La educación tradicional se concentra más en la formación cognitiva que en la socioemocional, y ante situaciones desafiantes es necesario trabajar en las competencias de pensamiento crítico, toma de decisiones y resolución de problemas.
Así lo expresó Mariana Gutiérrez Lara, investigadora de la Facultad de Psicología de la UNAM, quien dijo que de esta manera se mejora el desarrollo profesional y la vida adulta de las nuevas generaciones.
Al explicar cuáles son las características que presentan las personas con habilidades blandas o socioemocionales, detalló que tienen mejor manejo de los tiempos o de los procesos, su desempeño es mayor en varios ámbitos; se sienten más cómodas, satisfechas y seguras con su entorno, incluso con figuras de autoridad.
“Se aprenden en casa inicialmente, porque las personas cercanas son quienes se las enseñan; por ejemplo, la regulación emocional. El aspecto positivo es que nunca se terminan de aprender en los diferentes escenarios a lo largo de la vida: escuela, trabajo, deporte y otros grupos de la comunidad”, aseveró.
La Organización Mundial de la Salud las llama “habilidades para la vida”, porque tienen un impacto en todas las actividades humanas a lo largo de la vida. Para esta institución son diez: manejo de emociones y sentimientos, empatía, manejo de tensiones y estrés, relaciones interpersonales, manejo de problemas y conflictos, comunicación asertiva, autoconocimiento, toma de decisiones, pensamiento creativo y pensamiento crítico.
Al referirse a los efectos de la pandemia en las personas, consideró que la educación formal requiere habilidades para el manejo de estrés y tolerancia a la frustración, porque aunque las condiciones no han sido las idóneas para maestros y para alumnos es necesario continuar con el estudio a través del uso de la tecnología.
“Esta circunstancia puede ejercer demasiada presión sobre los jóvenes, pero pueden descargarla a través de espacios de relajación, descanso, juego, ocio, ejercicio o con la actividad que más les gusta. Es importante hacer que los jóvenes identifiquen sus puntos a favor para encontrar la mejor manera de salir adelante de este y otros eventos difíciles con el fin de fortalecerse”, enfatizó.
Cómo fomentarlas
De acuerdo con la coordinadora de Psicología Clínica y de la Salud, el primer paso para adquirir habilidades blandas es que un joven o adulto identifique sus recursos personales (fortalezas y cualidades), pero también sus áreas de oportunidad en relación a la identificación y regulación de sus emociones y a sus características como compañero social.
Por ejemplo, ubicarse como “solucionador” más que como generador de problemas, puede ser un buen inicio para interesarse en generar habilidades socioemocionales.
Para aprender esas habilidades puede servir observar a personas que ya tienen esas habilidades y aprenderlas a través de la interacción con ellas. También se puede acudir con un especialista toda vez que a través de talleres de entrenamiento brinden actividades y ejercicios prácticos; posteriormente, se puede llevar al espacio académico o laboral y ajustarlo.
Uno de los retos en este tipo de talleres reflexivos, manifestó, radica en cómo invitamos a los jóvenes a participar, porque son voluntarios y algunos no alcanzan a darse cuenta de la importancia que tiene que se den la oportunidad de conocerlos; no obstante quienes asisten se sienten con el ánimo de enfrentar desafíos laborales y académicos.
Puntualizó en que el rol como profesor a cualquier nivel influye en la formación de sus alumnos, porque para ellos son modelos a seguir dentro de los salones, laboratorios, pasillos o prácticas de campo. A través de un clima socioemocional, los profesores pueden favorecer que los jóvenes se sientan cómodos y dispuestos a aprender, y fomentarles habilidades que podrán utilizar el resto de su vida.
Gutiérrez Lara externó que en talleres para adultos, incluidos padres de familia y docentes, se incide en contar con un espacio de reflexión, convivencia e interacción para que se den cuenta de cuáles habilidades les hacen falta y cuáles deben comenzar a desarrollar, a través de prácticas conductuales.
“Necesitamos jóvenes más motivados y para ello se requiere persistencia, flexibilidad y optimismo, tres elementos que deben aprender en su entorno social de apego. La posibilidad de ajustarse a las condiciones cambiantes del entorno junto con la resiliencia, permiten que las personas se desarrollen sintiéndose más fortalecidas”, concluyó. (UNAM)
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