El Tequila de Tequila para el alma y corazón
En una gallarda crónica de lo jalisciense cotidiano, Manuel Esperón escribió en la década de los cuarenta la letra “Cocula”, donde describe la parte gloriosa en la que destacó está zona del estado…
“De Cocula es el mariachi, de Tecalitlán los sones”,
“De San Pedro su cantar, de Tequila su mezcal”,
“Y los machos de Jalisco, afamados por entrones para eso traen pantalones”.
Con esa tonadita llegamos a nuestro destino, donde como primera actividad incursionamos en una visita guiada un lugar emblemático de la región, uno de los espacios en donde el mezcal de agave azul nació. Ahí Karina y yo, nos encontramos en un ambiente festivo, lleno de jolgorio y revuelo, muy seguramente causado por la virtuosa bebida.
“Arriba, al frente, al centro y pa´dentro”, esa fue la frase más recatada que escuchamos al interior de “La Aguirreña”, una de las tequileras (destiladoras) ubicadas en el Pueblo Mágico de Tequila, Jalisco, donde ese cristalino líquido milagroso se usa para alegrar el alma y sanar el corazón, al menos eso dice un muralito callejero que encontramos en una tienda de la calle Sixto Girón en camino al Centro de la Ciudad.
La llegada a Tequila fue por la tarde, lo cual ayudó notoriamente a mantenernos relajados, el sol se había ocultado parcialmente por la hora del día (5 de la tarde) y por una ligera nubosidad que reducía la temperatura a unos agradables 20 grados, que nos permitían caminar y observar todo a nuestro alrededor.
Caminábamos al Centro, apurados únicamente por el hambre que nos pisaba los talones para buscar la emblemática Calle del Hambre -ciertamente como en Cuautitlán Izcalli- donde luego de llenar nuestros ojos de productos para adquirir, conseguimos llegar con un jarrito de barro en la mano.
Ese jarrito lo habíamos comprado en la destiladora, donde nos hablaron del origen del tequila y nos dieron una muestra de sus productos, convirtiendo nuestra visita como escuchas y observadores en activos instrumentos de investigación, al paladear tres tipos diferentes de tequila, el blanco, el reposado y el añejo, que honestamente ninguno de ellos me gustó.
Al acercarnos a una de las barras del lugar, la pericia del cantinero y el aroma de las palomas que estaba preparando (tequila con jugo de limón, naranja y refresco o soda de toronja, con un jarro de barro escarchado con chile piquín y sal), nos atrajeron para adquirir una bebida preparada, que a pesar del mal tequila del lugar, había conseguido deleitarnos con uno de los tragos más deliciosos que había probado en mucho tiempo.
Es verdad que la sazón de una persona es indispensable para que un buen plato tenga un gran sabor, pero en lo que a las bebidas se refiere, la buena mano de un cantinero es necesaria para cautivar el paladar de los parroquianos y ese trago, verdaderamente nos cautivó. Karina y yo decidimos probar otra de estas bebidas con un tequila más fino, afuera del lugar.
Pero retomando el asunto de la comida, que nos hizo caminar apresurados para conseguirla, nos llevó a una callesita pequeña, a un lado del mercado del Centro, donde vimos muchos puestos de tacos y si hacemos memoria y recordamos que los mejores tacos del país son hechos por jaliscienses, no dudamos en pedir de todo tipo. Comenzamos con tacos al pastor, luego de suadero, luego de bistec y terminamos con tacos de cecina adobada.
La experiencia alimenticia fue impactante del todo. Probablemente dos factores influyeron en que paladeáramos los mejores tacos de los últimos meses, por un lado, el hambre que nos aquejaba, pues habíamos desayunado muy temprano, alrededor de las 9 de la mañana, así que ya urgía alimentarnos; por otro lado, la sazón del taquero, que rápidamente nos había atendido, a pesar de que tenía su puesto rodeado de mucha gente, atraída por el delicioso aroma.
Luego de saciar nuestra hambre de tantas horas sin alimento, nos relajamos todavía más y caminamos al jardín principal, donde el sonido de unos norteños interpretando “La Chona” y con un grupo de jóvenes bailando a su alrededor nos invitaron a acercarnos, para buscar donde podíamos rellenar el jarrito de barro con otra paloma.
Es justo comentarle, amigo lector, que en Tequila se puede beber en la calle, siempre y cuando no se altere el orden, por lo que es legal traer su trago mientras se camina por las calles de la ciudad.
Caminando vimos uno de los tantos negocios donde se preparan las palomas y pedimos la nuestra con un tequila más comercial, el “Tradicional” de la casa José Cuervo, bebida que nos fascinó y nos invitó a seguir tomando fotografías para conservar el momento, el cual se selló con la compra de unos esquites de la región, antojo de Kary desde que llegamos al Pueblo Mágico.
Sin duda, un lugar hermoso para visitar con calma, considerando que se encuentra a unos 620 kilómetros de la Ciudad de México, es decir, poco más de 7 horas de camino en automóvil o a 70 kilómetros de Guadalajara o poco más de una hora de distancia.
Recuerde que viajar es un deleite y más cuando se hace en compañía. Lo espero en la próxima Crónica Turística y lo invito a que me siga en las redes sociales a través de Twitter en @Cinematgrafo04, en Facebook con “distraccionuniversitaria” y mi correo electrónico para cualquier comentario o sugerencia trejohector@gmail.com
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