Somos seres políticos inmersos en sociedades cambiantes, es decir, contamos con la capacidad y habilidad para organizarnos y transmitir valores en una sociedad caracterizada por el cambio permanente e incluso desilusionador. Es obvio ver cambios trascendentes en la forma de hacer política, porque las relaciones y el ambiente influyen, impactan directamente moldeándonos.
Aunque centenaria como idea, comparado con otras organizaciones políticas, llevamos poco tiempo con la democracia, si la comparamos con el desarrollo natural y humano en el tiempo, quizá estamos entrando en su fase de rebeldía o adolescencia. Y aquello que caracterizó al poder político del siglo XX, no era resultado de la madurez de una vida adulta, sino quizá propia del acondicionamiento infantil de apego disciplinar a las reglas. En la infancia comunicación, en la adolescencia conexión para dictarnos el comportamiento. Pero ante esta hipótesis es evidente que hoy vemos cambios, exigencias, protestas, participaciones y silencios que nos dicen que los ideales que hemos tratado de alcanzar no necesariamente suplen las dificultados que tenemos por atravesar.
Vivimos una sociedad líquida, según Bauman, una sociedad que se escapa con el tiempo, vivimos efímeros momentos y nos parece cada vez más común el cambio, nos estamos preparando constantemente para ello, las competencias de flexibilidad y adaptación se exigen como competencias medulares en cualquier formación. Al cambio lo mueve la crisis con mayor eficacia que la bonanza. Google, el buscador, arroja más de 700 millones de búsquedas relacionadas con crisis en los últimos meses y tan solo 30 millones de búsquedas de la palabra estabilidad. Vemos la crisis como el detonante del cambio, y el cambio no lo consideramos importante sino urgente. Cuando sacrificamos lo importante en el altar de lo urgente no salen buenas cosas.
El gobierno debe ofrecer un dominio de lo urgente contra lo importante, pero sobre todo debe mantenerse en el tiempo, para ello se enfrenta a una realidad, una reforma permanente. En esa vocación de cambio, el peligro está en saber lo que no queremos, pero no lo que queremos. En lo negativo no pueden construirse políticas públicas claras o con una conclusión virtuosa.
La sociedad fragmentada solo genera organismos y no instituciones. En el mejor sentido de los términos. Los partidos políticos y su forma de preparación política parece ser una institución que está condenada a quedarse en el pasado y ahora están evolucionando en colectivos que responden a una necesidad específica y luego deben morir, ya sabemos que colectivos exitosos como MORENA, que llevaron al poder a López Obrador, ha sido un fracaso político como partido.
Los partidos políticos ofrecen una plantilla basada en la relación, en la capacitación y adecuación a una realidad que cada día cambia. Incluso los principios y los valores que enarbolan los partidos son capaces de unirse en coaliciones cuando se llega a un acuerdo político, cuando un partido de izquierda se une a un partido de derecha por un candidato en común, dejan de ser partidos para ser colectivos. Problemas complejos son transformados en mensajes sencillos, esa es la clave de la comunicación política. Los políticos deben ser líderes de los movimientos sociales, líderes del cambio y de las tendencias y no receptores solitarios de esos movimientos.
Yo soy Héctor Gil Müller y estoy a tus órdenes.
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