Una comida en La Batalla con Francisco I. Madero
(Ecatepec, Estado de México)
El domingo siempre ha sido el día de la semana que más odio, porque es el preámbulo para volver a las actividades cotidianas, pero también porque es el día que todo mundo quiere salir a las calles, los restaurantes están llenos, en los cines hay que esperar y hasta para comprar una paleta de hielo hay que hacer fila.
Contrariamente, mis recuerdos añejos de los domingos son memorables, pues traen remembranzas de mis amados abuelos paternos, Lupe Camacho y Martiniano Trejo, a quienes visitábamos sin falta, después de nuestro partido de futbol en la Liga Infantil. Ahí éramos testigos, mi hermano y yo, de la pasión futbolera y afición hereditaria por las Chivas Rayadas del Guadalajara, la cual por cierto, no adquirimos.
Qué recuerdos aquellos, pero hoy en domingo, la necesidad de salir a comer nos tiene ocupados, pues buscamos un lugar tranquilo, donde podamos comer con calma, sin abrumarnos por tantos comensales y sobre todo que se encuentre cerca de casa, que no debamos trasladarnos tan lejos, precisamente, porque es domingo y no es un día tan agradable para viajar, al menos para mí.
Salvo pescado, todo tipo de comida me agrada, sin embargo, no encontramos en las búsquedas de Google Maps un lugar que nos pareciera atractivo para acudir, así que improvisamos, nos subimos al coche y decidimos emprender una misión complicada.
En vista de que el municipio de Ecatepec (demarcación vecina) tiene muchos restaurantes, aunque también es una especie de alerta en temas de seguridad, nos obstinamos en buscar un restaurante en la cabecera municipal llamada San Cristóbal, por la cercanía con nuestra vivienda.
El camino en realidad no es tan distante, en menos de 20 minutos, pasando por callejones y pequeñas calles con muchos autos estacionados afuera de las casas, llegamos a la avenida Revolución, unas de las principales de esta cabecera municipal.
Hemos escuchado tantas noticias preocupantes de la inseguridad de este municipio, que venimos con observando por todos los flancos, cual batallón rumbo al combate, estamos alertas de prácticamente todo lo que sucede a nuestro alrededor, incluso en el semáforo que nos toca en rojo, subimos el vidrio de la ventanilla para no ser sorprendidos.
Zigzagueamos por las calles del Centro, viendo lugares donde tengamos cabida para comer y donde veamos algo que nos atraiga, algo que provoque nuestro antojo, hasta que por fin, en la calle de 5 de Mayo (conmemorativa de la Batalla de Puebla) en el número 30, vemos un lugar pequeño, curioso, pintoresco y de donde va saliendo un numeroso grupo de personas, muy probablemente una familia entera, que se retiran del lugar muy satisfechos.
Nos inspira confianza y el aroma de la carnita asada que están preparando, nos llama al interior, donde afortunadamente encontramos una mesa desocupada, muy cerca de la entrada.
El entorno nos parece divertido, con una decoración atípica, llena de motivos revolucionarios, incluso una carabina que se yergue por encima de las botellas del pequeño bar, del que solo nos divide una barrita de concreto, pintada de color naranja, con ornamentación de madera, muy bonita.
Rápidamente llega el mesero a tomar nuestra orden… que bueno, porque llegamos con hambre, la travesía en alerta nos provocó más apetito del que nos imaginábamos cuando salimos de casa.
El delicioso aroma que inundaba el ambiente nos facilitó la elección de la comida. Ambos pedimos una carnita asada con su respectiva guarnición, aunque como aperitivo pedimos agua fresca, de mango para ser precisos, que por cierto, estaba deliciosa, con sus hielos cuadraditos que sonaba al chocar, como música para mis oídos.
La comida no tardo en llegar, la sorpresa aun nos tomaba de la mano, viendo todo lo que decoraba el lugar y escuchando a otros comensales cercanos comentar lo mismo, los sorprendente del sitio, aunque nuestra sorpresa aún no se consumaba del todo.
Entre charla y comida, fui dejando vacío el plato, poco a poco veía como mermaba mi ración alimenticia, que me había parecido adecuada, al punto de considerarme satisfecho, sin exceso. En el plato, la imagen de Francisco I. Madero aparecía imponente, como felicitándonos por haber elegido ese restaurante, de entre todos los de la zona.
La comida había terminado y las sorpresas también. Era domingo así que había que volver a casa para aprovechar al máximo las últimas horas de descanso, antes de volver al trabajo una semana más.
Recuerde que viajar es un deleite y más cuando se hace en compañía. Lo espero en la próxima Crónica Turística y lo invito a que me siga en las redes sociales a través de Twitter en @Cinematgrafo04, en Facebook con “distraccionuniversitaria” y mi correo electrónico para cualquier comentario o sugerencia trejohector@gmail.com
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