La amistad duplica las alegrías y divide las angustias por la mitad
Como parte del amor que es, la amistad no sucede y ya. Para que sea verdadera, fuerte y perdure, requiere cuidados y una poderosa inversión en virtudes, de manera que alcance a cubrir los costos de los defectos.
Para los antiguos filósofos griegos, especialmente Aristóteles y Epicúreo, la amistad era la relación más valiosa que existía. Para los druidas celtas era aún más importante: básicamente se trataba de una fusión de almas. Al amigo le llamaban anam cara, que significa “alma gemela”.
No es fácil abrir nuestra alma a otros, porque implica mostrarles nuestras heridas y aspectos que no nos agradan. El otro debe hacer exactamente lo mismo, de lo contrario no es nuestro amigo.
La amistad no es cualquier relación cordial, complicidad, afinidad, pertenencia y/o simpatía. Tampoco es esa relación que hemos idealizado en la que un amigo lo da todo por nosotros en los malos tiempos.
Un amigo no tiene por qué adivinar lo que queremos ni respaldarnos en actitudes y/o conductas autodestructivas, irresponsables o dañinas para otros. Un verdadero amigo tiene que quererse más a él mismo que a nosotros, para poder sostenernos cuando lo necesitemos.
Un amigo no es el que todo el tiempo nos echa porras o nos da por nuestro lado cuando estamos instalados en el victimato y el drama; tampoco el que todo crítica y corrige.
Un amigo es el que respeta nuestras opiniones, aunque no esté de acuerdo, nuestros procesos de vida, preferencias y prioridades. Se adapta a nosotros y nosotros a él, para crear un tiempo y un espacio de vida juntos, en el que coincidir y cobijarse uno al otro.
A un amigo hay que verlo a los ojos, escucharlo, ponerse en sus zapatos, y recibir lo mismo de él, porque la reciprocidad es fundamental para cualquier relación afectiva.
Y todo esto lo estoy discerniendo en este momento porque ahora, como nunca, necesitamos reivindicar la amistad. En tiempos difíciles, cuando hemos perdido el trabajo, seres amados, libertades, etc., necesitamos un alma que toque la nuestra, que nos abrace espiritualmente, pues está siendo difícil que lo haga físicamente.
Para algunos será algo natural, pero hay que recordar que en la era de las redes sociales resulta que todo el que te dé un like y/o coincida contigo en algo es tu “amigo”. Hay personas que ya ni siquiera establecen relaciones directamente, se sienten menos expuestas a ser lastimadas si se ocultan en las redes, porque no solo existe la “foto pa’l face”, ésta es solo una consecuencia del “yo pa’l face”.
La importancia de reconsiderar qué es la amistad y reflexionar en torno a su papel en nuestras vidas, radica en estos momentos en un hecho indubitable: sin amigos verdaderos podemos enloquecer, deprimirnos, perder las ganas de vivir, dejar de encontrarle sentido a nuestra existencia.
Así de importante es la hoy muy devaluada amistad. Si los tenemos, las redes sociales nos ayudan a mantenernos en contacto con nuestros amigos del alma, que pueden ser muchos, muchísimos, puesto que el alma es infinita, pero en general sirven para fugarse, por miedo, de la posibilidad de abrir el alma y la responsabilidad de cuidar del alma de otro.
No basta con salir a la calle, distraerse, ver a los “cuates”, beber unos tragos, para el alma es necesario encontrarse con otras que la abracen, la sustenten. No todo el que nos diga amigo lo es, ni todo el que quiera reconfortarnos logra hacerlo.
El amigo del alma a veces solo tiene que decirnos: “aquí estoy” para hacernos sentir totalmente acompañados y apoyados.
Busque un amigo real, y deje de pensar que están en “face”. Aun cuando sus amigos verdaderos le den like, la exposición pública de su vida no es el canal para establecer un lazo directo del alma, tan necesario en tiempos de pandemia.
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