En el pasado reciente, cuando aún existía el Estado Mayor Presidencial, la visita de un presidente de México a cualquier ciudad implicaba caos y complicaciones.
No se vivían ni remotamente las condiciones de inseguridad que hoy asolan a México, pero en torno al presidente se creaba un cerco que trastocaba incluso las actividades de quienes estaban ajenos a esa visita.
Y quienes eran invitados a alguno de los eventos se tenían que ajustar a las exigencias que impusiera el Estado Mayor, según el presidente del que se tratara y el momento del sexenio en que se estuviera, las medidas de seguridad cambiaban.
Generalmente en los primeros años los presidentes eran más accesibles, y las medidas de seguridad más relajadas. En el ocaso de los sexenios, y con la popularidad por los suelos, el Estado Mayor se ponía más estricto.
No respetaba el cuerpo de guardias presidenciales fueros, rangos, ni estatus social. Cuadrados y sin criterio, imponían hasta llegar a extremos irracionales.
Cuando el primero de diciembre de 1981 José López Portillo visitó Saltillo para asistir a la toma de protesta de José de las Fuentes Rodríguez como gobernador, en el filtro de seguridad que instaló el Estado Mayor Presidencial a la entrada del Teatro de la Ciudad, no se permitió el acceso a los diputados locales porque no llevaban identificación, gafete ni invitación.
Los diputados se retiraron al Congreso. Estaba a punto de llegar López Portillo y un mando del EMP reparó en que no se podría iniciar la sesión pues no estaban los legisladores. Tuvieron que ir a pedir disculpas al Poder Legislativo de Coahuila.
Doce años después, en el mismo recinto, los guardias presidenciales que escoltaban entonces a Carlos Salinas de Gortari no permitieron el acceso a muchos de los invitados especiales de Rogelio Montemayor Seguy a su toma de posesión.
El propio Montemayor Seguy llamó personalmente en los días siguientes a algunos de esos invitados a disculparse por el mal trato. Él mismo había sido objeto de una situación similar en Palacio de Gobierno.
Tras la sesión del Legislativo en que Montemayor rindió protesta, hubo un evento en el patio central de Palacio de Gobierno, y al término de este habría una reunión privada en el Salón Gobernadores para que el gabinete entrante saludara a Salinas de Gortari.
Los militares condujeron a Salinas por las escaleras y cerraron el paso, Montemayor se entretuvo en el patio saludando a invitados y cuando quiso subir no se lo permitían, pues no tenía identificación ni gafete, hasta que alguien hizo ver a los guardias que se trataba del gobernador.
En julio de 2004 Vicente Fox estuvo en Saltillo para participar en una reunión nacional de Procuradores, y al evento inaugural en el Museo del Desierto no se permitió el acceso al entonces alcalde Humberto Moreira Valdés. De nuevo a pedir disculpas.
Y así muchas anécdotas debe haber, pero en lo que más notoria era la imposición del Estado Mayor era en el atuendo de los invitados, si el presidente vestía «casual» y alguien llegaba con corbata lo obligaban a que se la quitara. Fuera quien fuera.
Así de estrictos. Así de ridículos.
Por eso, aunque se vio como un exceso y un riesgo que López Obrador desapareciera de un plumazo al Estado Mayor, también se reconoció que es bueno no tener ya ese tipo de imposiciones. Quizá lo único bueno que haya ocurrido en este sexenio.
En la reunión de la Conago esta semana en San Luis Potosí quedó en claro que ya no hay quien imponga atuendos y estilos. Según se ve en la foto oficial, la mayoría de los gobernadores que acudieron atendieron a la razón y utilizaron cubrebocas, no así el presidente y algunos que lo imitan en su gesto necio.
Lo más grave, todos los funcionarios relacionados con el Sector Salud acudieron sin cubrebocas, prefieren ser sumisos a la necedad presidencial que cuidar su vida y dar ejemplo. Con el rostro descubierto aparecen en la foto oficial Jorge Alcocer, Secretario de Salud, Juan Antonio Ferrer, director del INSABI, y Zoé Robledo del IMSS, lo mismo que los titulares de Marina, Defensa, Hacienda, Trabajo y PEMEX.
La Secretaría de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, con todo y que afirma tener unas «gotas mágicas» para prevenir el contagio, es consciente de su condición vulnerable y ella sí tomó la prevención del cubrebocas. Primero mis dientes, después mis parientes…
Estamos aún en una contingencia que exige un actuar responsable de todos, por ello es censurable que el gabinete federal muestre ese desdén por las medidas preventivas, nada más para no incordiar a su jefe. Si las imposiciones del Estado Mayor Presidencial en el pasado eran ridículas y exageradas, estas actitudes sumisas que son voluntarias rayan en la negligencia.
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