Safari anticorrupción
Lo de la degradación de la política mexicana ya lo sabíamos. Sin embargo, pasar de las campañas negras y las noticias falsas en las redes sociales al día en el que la muerte y las incriminaciones supuestamente maquinadas por un soplón se adueñaron de nuestro clima social, simplemente no lo vimos venir. Y eso que todavía estamos lejos de las elecciones de 2021.
Hay un momento en el día, o por la tarde más bien, que los opositores a AMLO esperan ansiosos el reporte de las muertes diarias provocadas por el COVID-19. Luego, sin reparar en mayores pudores, en enjambre activan sus aguijones envenenados en forma de tweets que señalan al régimen como incapaz e indolente para la atención de la pandemia.
Coincido con quienes consideran que el gobierno deberá rendir cuentas respecto de sus actos relacionados con la atención de la pandemia. Sin embargo, lamento decir que, en esta lógica política del conteo fatal, la oposición proyecta un imperdonable vacío de identidad. Sin ideas, sin propuestas, en espera de que las personas fallecidas a causa de la terrible enfermedad, se levanten de su descanso eterno para participar en los sondeos de opinión y restar simpatías al Presidente, así sea un 0.1% en su aprobación.
¿Qué sentido tiene el uso político del dolor y las pérdidas humanas? Como si fuera una especie de matemática de la oscuridad, para ciertos sectores de la oposición, “más muertes es mejor”.
Allá en Palacio Nacional, la perspectiva bajo la cual se busca mitigar la fuerza de la oposición no es del todo diferente. Hay algo histriónico y avieso en el affaire Lozoya. Se puede pensar, en consecuencia, que no existe una pedagogía de la anticorrupción en su tratamiento.
Al contrario, las misteriosas pausas, las filtraciones “espontaneas e inteligentes”, el trato singular que se le ha dado al acusado que, sorpresivamente, ahora es acusador y, sobre todo, el interés especial en que se difundan los nombres antes que los hechos de la supuesta corrupción en la que incurrieron algunos de los señalados por el ex director de Pemex, abren el camino para que los estudiosos de la ley y de los asuntos públicos no tengan otra opción que sospechar del uso político de la justicia para fines electorales o, peor aún, para cobrar facturas personales.
Es cierto que el combate a la corrupción es una exigencia marcada por la mayoría. Los ciudadanos no son ajenos a los excesos y distorsiones a la ley en el ámbito público. Por supuesto que simpatizan con AMLO y algunos de los integrantes del actual régimen que generalmente profesan su aversión a los supuestos actos de corrupción cometidos en el pasado. Sin embargo, uno pensaría que, al combatirla, marcarían distancia de sus antecesores, es decir, primero poner en orden la casa y luego salir de cacería.
Sexenio tras sexenio se repite el mismo modo de obrar caracterizado por la espectacularidad y por su poca eficacia para combatir la corrupción y los excesos de los funcionarios. En el pasado, los golpes espectaculares asentados por los presidentes se dieron en los primeros meses o años de sus administraciones, luego, generalmente, retornaba la simulación y el descaro de cometer los mismos delitos bajo los cuales acusaron o encerraron a sus enemigos políticos. Sólo, al final der su período de gobierno, se lanzaban algunos programas institucionales dirigidos a desaparecer las malas prácticas en la gestión pública.
Se pensó que el nuevo régimen actuaría de forma distinta y que no necesitaría convertir los golpes espectaculares en herramientas para afianzarse en el poder. La sobrada legitimidad con la que inició este gobierno debería bastar para impulsar reformas institucionales e introducir mejores prácticas en la administración pública. No obstante, al igual que sus antecesores, sucumbieron a la tentación de iniciar un safari anticorrupción y exhibir públicamente a sus presas.
La realidad muestra lo difícil que resulta para la oposición estructurar un discurso coherente con el propósito de desgastar al Presidente, por lo cual intentan colgarse de los muertos que está dejando la pandemia.
Del otro lado, con el propósito de contener la caída en su popularidad, para el Presidente resultó más fácil regresar a las prácticas de cacería ejercitadas en el pasado, en lugar de impulsar una política de largo plazo que blinde a las instituciones del Estado.
Ciertamente existe una extraña empatía por la muerte y la cacería de brujas, no de parte de la mayoría de los ciudadanos que esperan que la política salga de ese histórico retroceso y se siga hundiendo en el pozo de la ignominia. No obstante, reconozcamos que, lastimosamente, los muertos y la cacería han sido un éxito mediático debido a su alto contenido dramático.
Sólo espero que en el 2021 la razón se imponga a la pasión. Y la serenidad desbanque a la furia.
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