SESSION 9
Hay toda una tradición en el cine terrorífico respecto a los lugares abandonados, sitios en donde alguna vez ocurrió un hecho ominoso que repercute años después, alterando las vidas de personas directa o indirectamente involucrados. Así, mansiones fantasmales, casas donde sucedieron crímenes deleznables o instituciones que quedaron abandonadas por algún misterioso motivo, son elementos que fascinan a los espectadores ávidos de sobresaltos o de juegos psicológicos. “Session 9”, del director Brad Anderson, tiene precisamente los elementos que constituyen la base de ese subgénero fílmico: un hospital psiquiátrico abandonado, en medio de un bosque, es utilizado como escenario para un filme que avanza lentamente desde la normalidad a la desmesura, reflotando con pericia elementos característicos: un pasado tenebroso, una especie de maldición que envuelve al vetusto edificio y una serie de pistas que se van desplegando, hacen que este relato en apariencias modesto, adquiera una estatura interesante, tanto como película para la entretención durante la cuarentena como para material de análisis.
“Session 9” es una película de 2001, de producción estadounidense, que tiene un inicio muy sencillo: dos hombres van a visitar un abandonado hospital psiquiátrico porque desean ganarse la licitación de unos trabajos de remodelación y retiro de materiales peligrosos, contratados.
Desde ese inicio se nos entregan ciertos elementos que son importantes para el desarrollo del filme: el empresario está atravesando por un período difícil, acaba de ser padre, tiene necesidades económicas y la relación con su mujer está debilitada. Por eso le urge ganarse este contrato y acorta el tiempo de entrega de la primera fase de las obras a una semana, con tal de obtener un bono de diez mil dólares.
Para alcanzar a desarrollar el trabajo en siete días, contratan a un equipo de cinco hombres para retirar en una semana los residuos de amianto de un hospital psiquiátrico abandonado, que está siendo ofrecido para restauración.
El equipo, protegido por sus trajes especiales, va avanzando por las distintas salas y túneles del enorme lugar que está construido en forma de un murciélago durmiendo con las alas extendidas. A medida que se van internando en el lugar, van descubriendo espeluznantes salones y pasillos del lugar, empezando a descubrir por qué ese hospital fue cerrado y abandonado en medio del bosque.
De manera resumida, en la primera visita al lugar, antes de comenzar las obras, el empresario y su ingeniero, reciben una serie de explicaciones de parte del guardia que cuida el ingreso, evitando que los adolescentes o los borrachos se apoderen del sitio y lo vandalicen: el Hospital Mental de Denvers, en Massachussets, fue abandonado hace quince años, nadie sabe bien la razón y los vecinos evitan acercarse al lugar y de esa institución solo queda su hermosa fachada en medio del bosque.
Pero como Gordon Fleming (Peter Mullan), el escocés que dirige Hazmat Elimination Co., necesita con urgencia adjudicarse este contrato para retirar los peligrosos residuos de amianto del hospital, accede a cerrar el acuerdo y promete que todas las obras iniciales estarán listas en siete días.
De este modo, firmado el contrato, el ingeniero Bill Griggs (Paul Guilfoyle) y sus hombres van adentrándose en el lugar, y a medida que pasa el tiempo, cada uno de ellos se va sintiendo fascinado por ese lugar, buscando pistas de los misterios que guarda ese abandonado hospital, en donde ocurrieron muchos casos siniestros, hubo experimentos con seres humanos y existen en algún subterráneo cintas magnetofónicas que atestiguan el clima de horror que se vivió allí, décadas antes.
“Session 9” obtuvo el premio al mejor director en 2001 en el prestigioso Festival de Cine Fantástico de Sitges, oportunidad en la que destacaron de la cinta su desasosegante capacidad para generar atracción unida a una hipnótica cualidad fantasmal desarrollada con evidente inteligencia.
TERRORES ANTIGUOS, TERRORES NUEVOS
Lo fascinante de este largometraje es que navega por dos tendencias, cada una de las cuales logra llegar a su objetivo, aun cuando en apariencias sea una simple película de sobresaltos.
Por una parte, la más obvia, es que este filme está pensado para sobresaltar, para generar miedo en un sentido superficial, a punta de sombras, de música incidental y de efectismos. En ese contexto, usa los elementos típicos y alcanza en varios de sus tramos a asustar a los espectadores.
Pero, en otro análisis, el más interesante, la película hace suyas numerosos ingredientes psicológicos, estilísticos y narrativos que demuestran que su director-autor Brad Anderson, junto a su coescritor y coprotagonista Stephen Gevedon, trataron de ir más allá del típico esquema de la mansión encantada. Y si bien no lograron una pieza maestra del estilo de “El Resplandor”, la maciza y siempre venerada obra terrorífica de Stanley Kubrick de 1980, al menos obtuvieron un trabajo inquietante en sus fisuras estéticas y en el empleo del espacio.
Lo mejor que tiene “Session 9” es que las subtramas son más interesantes que el típico desarrollo general: acá hay un grupo de personajes en cierto modo encerrados en un hospital psiquiátrico abandonado, fascinados por su tenebroso pasado, cada uno de los cuales cargan culpas, problemas y frustraciones varias, lo que los hace más proclives a dejarse seducir por ese ambiente de terror que ronda en los pasillos, corredores, piezas y subterráneos del desolado lugar.
Con inteligencia y en escenas de gran tensión, descubrimos que existe un marido que carga la culpa por un matrimonio infeliz, una paternidad insatisfactoria, mientras el grupo carga con relaciones de dominación social y/o generacional entre los personajes, mientras que también se descubre que en ellos predomina el hastío de un trabajo no deseado, la frustración por carreras universitarias no concluidas y las ansias por lograr una fortuna a toda costa.
Y, curiosamente, mientras nos vamos dando cuenta de las falencias y necesidades de esos hombres, el clima de tensión crece y en paralelo con el tema fantasmagórico, también nos inquieta saber en qué momento y de qué manera se va a manifestar esa tensión que cada uno de ellos carga y que queda magníficamente expresada en esa secuencia de la conversación entre el tío y su sobrino, miembros del equipo de trabajo, que hablan de temas aparentemente superficiales, mientras la cámara desciende con sutileza hasta mostrarnos que están conversando encima de tumbas semi destruidas en un inmenso jardín.
Por este motivo, lo mejor que tiene “Session 9” es esa original manera de crear suspenso con elementos que son diarios, cotidianos y que exceden con mucho al habitual cuento de terror de la casa embrujada. Puede que no sea una obra maestra del sobresalto, cierto, arrastrando un final algo acelerado y confuso, pero nadie puede negar a esta película que posee elegancia en su puesta en escena, un excelente provecho de los recovecos del recinto para generar sobresaltos varios y, por encima de todo esto, una exquisita tensión que surge desde lo cotidiano, de lo común, de momentos en que pareciera no suceder nada, aunque en el fondo el terror está frente a los espectadores de manera total. Una película así es el vehículo seguro para una buena tarde de cine, sobre todo cuando hace mucho frío.
Autor
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Periodista, Escritor
Doctor en Proyectos, línea de investigación en Comunicación
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