En marzo de 2017, Andrés Manuel López Obrador viajó a Washington para denunciar ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos “las racistas políticas de Donald Trump.”
Acompañado de John Ackerman, Netzaí Sandoval y Lázaro Cárdenas Batel, el entonces candidato a la presidencia mexicana reprobó el trato que Trump daba a los migrantes; se opuso “de forma clara y contundente” al muro que alzaría en la frontera con México y criticó al presidente Peña Nieto, por el Tratado de Libre Comercio, reprochándole su sumisión ante el mandatario estadounidense.
Pero, tan sólidas son sus convicciones, que tres años después de aquellas fulminantes acusaciones, cambió radicalmente de opinión; y no viaja ahora a Washington para reclamar a Trump, sino para “agradecerle personalmente” su bondad para con México.
Eso dice, pero la verdad es que no sabemos que lo motivó a aceptar su invitación, en momentos que está airado y dando patadas de ahogado por su probable derrota electoral, del próximo noviembre.
Y como característica de López Obrador es la incongruencia, a este su primer viaje al extranjero desde que asumió la presidencia – y al que Trump ha bajado importancia diciendo que no es visita de Estado sino reunión de trabajo- no llevó al “pueblo bueno y sabio” que lo eligió; sino a empresarios fifí, a los que en innumerables ocasiones ha calificado como corruptos.
Por lo que hemos visto en los últimos 18 meses, López Obrador se agachará ante Trump y éste lo maltratará; conductas de las que dieron un anticipo esta semana.
Trump tuiteó un video y fotografías de su visita de hace pocos días a Arizona, posando ante el muro y reiterando que México lo pagará.
Y López Obrador se hizo la prueba del Covid, a la que tantas veces se rehusó desde que empezó la pandemia que aseguró no llegaría y a la que desde hace dos meses pregona tiene domada, sin admitir que está en su apogeo.
Al informar del test hecho horas antes de abordar el avión, declaró “no puedo ir enfermo a EU sería irresponsable de mi parte»; pero nada le importó serlo, ante cientos de mexicanos que abrazaba y besaba en las giras por el país, que interrumpió solo tres semanas.
Lo cierto, es que tuvo que hacérsela porque el gobierno estadounidense puso como condición para su entrada a la Casa Blanca, que los integrantes de la comitiva enseñaran comprobante de estar libres del virus; y por si acaso, tendrán que hacerse otra prueba al llegar a Washington.
Y también tuvo que subir al avión gringo, usando mascarilla; a lo que en México se niega.
Es este un viaje que no debiera hacer por múltiples razones; y desde muchos lados y en todas formas, se le dijo que no fuera.
Pero obtuso como es o quizás porque sólo él sabe que le debe a Trump o que le va a pedir, decidió acudir aún sabiendo que no redundará en beneficios para México y pese a los elevados contagios y muertes aquí y allá.
Los dos presidentes son sumamente parecidos en su conservadurismo, mentiras, inconsecuencias, narcisismo, ignorancia y desconocimiento de la realidad y la política internacional.
Y por eso, los jefes de muchas naciones les huyen.
Como lo hizo Trudeau, de quien López Obrador había anunciado iría también a Washington, porque Canadá es el tercer país del tratado comercial (T-MEC) que finalmente y luego de casi cuatro años de negociaciones entró en vigencia este primero de julio.
Al decidir no ir, el canadiense evitó tener que sentarse a dialogar con un dúo de desquiciados impredecibles; que, además, por su irresponsabilidad y el pésimo manejo inicial del virus, son responsables de la magnitud alcanzada en sus países.
Si recibe mal trato, López Obrador no podrá decir que no lo sabía.
Se le advirtió que Trump lo usará para parar golpes y le exigirá mejores garantías para los inversionistas, más fuerza policial para impedir que las caravanas de centroamericanos crucen a EU, y mayor eficacia en el combate a la inseguridad y el tráfico de drogas.
Y si los beneficios para México, son más que dudosos; para Trump, todo será ganancia.
Expresarse mal de México y los mexicanos frente a López Obrador, estando en plena campaña para su reelección, le dará bonos cuando las encuestas lo ponen varios puntos abajo del candidato demócrata, Joe Biden.
Y quitará la atención de los votantes, del desastre económico y sanitario causado por las secuelas del coronavirus y los estallidos anti-racistas.
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