A través de sus personajes, sus anécdotas y sus lugares
POR JUAN JOSÉ CASAS GARCÍA
Elena Huerta
“Hace días me sorprendió un amigo al que le contaba algo que sucedió hace quince años, qué buena memoria tienes, me dijo, pero resulta que mis recuerdos datan de hace mucho más tiempo, con frecuencia recuerdo pasajes de mis tres o cuatro años de edad”. Así comienzan las memorias de la pintora saltillense Elena Enriqueta Huerta Múzquiz. Sus recuerdos se remontan hacia los primeros años de vida. Borges, por otro lado, diría en alguna de sus obras que sólo una persona tuvo el derecho de pronunciar ese verbo sagrado, Ireneo Funes. Sea como fuere -y arrebatando el verbo recordar a Funes el memorioso- la verdad es que las memorias de Huerta cumplen una doble función y es ahí donde radica su riqueza: es a la vez un viaje por su vida personal, pero también un testimonio de las formas de convivencia social en México es lo que se llama historia de la vida cotidiana. En ese sentido, la vida de Elena, y sobretodo sus narraciones, podrían ser descritas como una verdadera fuente -depende del interés del investigador- de la historia.
Elena Huerta nació en Saltillo el 15 de julio de 1908. De sus primeros recuerdos se desprenden dos hechos interesantes: el primero es una memoria de un hombre al cual apodaban “pata coja” por haber perdido la pierna y utilizar una de palo, el segundo sobre la Revolución. En el primero, “pata coja” trabajaba y al regresar a casa su pata de palo resonaba entre las calles. Lo que es interesante destacar es el cuento de la madre, “un día te llevará”, le dijo a Elenita. Es destacable cómo los padres inventan historias para disciplinar a los hijos con personajes de la vida diaria de una ciudad, pintándolos como antagonistas de la vida personal (a mí me dijeron que me llevaría el ropavejero).
No son nuevas entonces este tipo de historias ni este tipo de personajes, normalmente rechazados por la sociedad, que deambulan por las calles angostas de piedra bola como las describió Huerta en una ciudad limpia y bella: “en el ambiente limpio, lavadito y transparente después de la lluvia, me parecía preciosa mi ciudad”, una ciudad con agua que bajaba por esas calles de tierra rojiza con un color chocolate. Se podría describir una ciudad pequeña al norte de México, sin automóviles ni pavimento. Sin embargo, el recuerdo más notable de la niñez de Elena sobre la ciudad de Saltillo es sobre los eventos que giran en torno a la Revolución Mexicana. Su padre andaba “en la bola”, es decir, con los revolucionarios, de modo que escaseaba la comida, pero tenían una servidora del hogar que era tlaxcalteca. Así que para inicios del siglo XX aún había indios tlaxcaltecas en la ciudad, aunque Huerta no comenta si hablaba náhuatl. No había mucho alimento, su padre estaba contra los federales porfiristas. De ello se destacan dos situaciones, Elena cuenta que el alimento llegaba desde el campo de batalla directamente a su casa, en otras palabras, algunos revolucionarios podían recolectar comida y enviarla en sacos hasta las ciudades donde se encontraba su familia. Eran enviados por ayudantes acompañados de cartas que contaban la situación de la guerra. Lo segundo es que la familia Huerta, además de contar con un líder revolucionario en las filas de Carranza, eran también adeptos al movimiento, como seguramente lo fueron varias familias de la ciudad.
Relata Elena que eran tiempos de guerra y que ella jugaba con palos junto a sus compañeros a simular las batallas. Los palos eran rifles y caballos. En alguna ocasión oficiales del ejército federal catearon su casa en busca de armas, Elenita les dijo dónde estaban, su madre se asustó y la pequeña niña los llevó junto a los palos, el asunto no pasó a mayores. No obstante, Huerta señala que en realidad sí tenían rifles para los revolucionarios que guardaban en la casa de su abuela, de ahí que su madre se asustara. El último recuerdo de Elenita es el desfile de hombres barbudos, sucios y a caballo que entraron a Saltillo, “es la revolución triunfante”, le dijo su padre que se encontraba entre los hombres ecuestres.
Al ser Venustiano Carranza presidente de México, el padre de Elena, Adolfo Huerta, fue ascendido al grado de general y Jefe de Armas de la ciudad de Saltillo. Tenían buena relación y Elenita recordó que, en algún momento de la presidencia, Carranza fue a cenar a su casa que se encontraba frente a la Alameda. Estudio en la Escuela Anexa a la Normal, al lado de su casa.
De la ciudad de Saltillo también destaca el desfile que se organizaba para conmemorar la Independencia con los alumnos de las primarias y del Ateneo, vestidos como alemanes o porfiristas según la visión de Elena. El ambiente de México era de guerra, la guerra que es el pasatiempo favorito del ser humano. La presidencia de Carranza fue contemporánea de la Primera Guerra mundial, Elenita hace ver que los juguetes de su hermano eran, precisamente, los ejércitos de la llamada Gran Guerra.
Elena y su familia abandonarían Saltillo cuando Villa tomó la ciudad de Torreón (lo hemos repetido ya un par de veces, los líderes revolucionarios chocaron intereses entre sí) ya que en aquella ciudad Villa vejó a las familias carrancistas. Huyeron a la ciudad de Laredo. Al regresar después de un tiempo, su padre debía entregar las tropas a Obregón, pero en Piedras Negras cayó enfermo y murió. Elena recuerda que ni ella ni ninguno de sus hermanos vieron a su padre enfermo en cama, su madre les dijo que murió porque vio al general Obregón. Estos recuerdos de la joven Elena nos llevan a observar la atmósfera política en la ciudad de Saltillo, las tensiones locales y el miedo al ser invadidos por un ejército, cosas parecidas escribe Luis Gonzáles y González en su bellísima obra Pueblo en vilo tomando al pueblo como actor principal de su historia.
Algunas de las actividades sociales y de entretenimiento, además de asistir al casino a los bailes (para la gente que se lo podía costear) era pasear por la Alameda y por la Plaza de Armas, pues la Banda del Municipio tocaba todos los jueves y domingos con una puntualidad religiosa. Tiempo después estas veladas se trasladarían a la plaza san Francisco. Estas actividades eran nocturnas y ya existía la luz eléctrica en la ciudad, pero se cortaba a la media noche con lo cual cada casa contaba aún con velas.
Cuando Elena Huerta crece, después de contar algunas otras anécdotas no de igual importancia, pero sí interesantes, llega el período de formación artística. Elena estudió en la primera academia de pintura del estado de Coahuila, que había sido fundada nada más que por Rubén Herrera (la escuela de Artes Plásticas de la Universidad Autónoma de Coahuila y el museo de arte de la ciudad llevan ahora su nombre). Su familia, excepto su madre, nunca la apoyó. “Decían que si iba a tener que trabajar, la carrera menos indicada era ésa”. Pintaba incluso con pinceles y pintura prestados por sus compañeras de clase. Al graduarse de su carrera tomó clases extra de figura humana vestida con el maestro Rubén Herrera en 1926, no obstante Herrera le comentó “Nenita -como me decían todos en la academia por ser la más pequeña- si va a México y piensa seguir la carrera, vaya a San Carlos, la academia de pintura y estudie el desnudo, pues es fundamental conocer la figura humana”. El año siguiente Elena Huerta viajaría a la ciudad de México con 19 años, viajando en el tren Águila Azteca, el más rápido de su tiempo. Tardó 24 horas en llegar.
Al igual que en Saltillo, las memorias de Elena Huerta sobre la Ciudad de México son de una importancia histórica. A la par que relata su vida, se vislumbra el México político y social postrevolucionario. Sus primeros trabajos fueron de telefonista (aunque tiempo después también trabajaría como maestra de dibujo en la SEP), Elena debía trabajar para costearse la vida en la capital y fue en ese momento, alejada de Saltillo, cuando conoció la realidad de su país: “en aquel tiempo era muy raro y muy mal visto que las mujeres de clase media trabajasen, incluso un primo, a raíz de mi ingreso a Teléfonos, impidió que sus hermanas me siguieran invitando”.
Más adelante en sus memorias Elena describe otra forma más de machismo, algunas de las mujeres de la compañía debían ser “consecuentes” con sus jefes, de lo contrario eran despedidas. El sindicato, por su parte, no ayudaba a las mujeres. Elena no sólo vivió la violencia del machismo en México, sino también el nulo apoyo del sindicato que suponía debía protegerla a ella y a sus compañeras y compañeros, además de la persecución política. Es por esta razón que Elena Huerta abrazó el socialismo como movimiento de emancipación del trabajador y vio con buenos ojos, “como un vuelo”, el gobierno del general Lázaro Cárdenas.
Ingresó a la Academia de San Carlos para seguir estudiando pintura en 1928. Este hecho, además de su postura ideológica socialista, la llevaron a conocer a las grandes figuras del arte y de la literatura de América Latina. Conoció a Diego Rivera, Tina Modotti, David Alfaro Siqueiros, Rodolfo Usigli, José Revueltas y Pablo Neruda. Además de pintora, Huerta también se incursionó en la literatura escribiendo algunos cuentos y obras de teatro guiñol con contenido social. Co-fundó así la Compañía de Teatro Infantil, la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios y formó parte del Taller de Gráfica Popular.
Vivió y visitó el extranjero. Estuvo en Estados Unidos, la URSS, China y Cuba, lugares que le acercaron más al socialismo. Regresó finalmente a México a finales de los 40. Es en esta época que su obra como pintora es realmente conocida. Ella fue muralista, pero en su época (que no se aleja de la nuestra) el machismo no la dejó trabajar, puesto que las obras para murales más importantes se la llevaban los hombres. En su ciudad natal fue por fin contratada para decorar la Universidad Antonio Narro y el Tecnológico de Saltillo. Fue además profesora en Saltillo y Monterrey -existe incluso una escuela primaria con su nombre en esta ciudad, pero no una calle o avenida importante en su ciudad natal. Fue contratada en 1972 por el presidente municipal de Saltillo, Luis Horacio Salinas, para que pintase la Presidencia Municipal (hoy Centro Cultural Vito Alessio Robles). La obra se terminó en 1975 para conmemorar los 400 años de la ciudad. Se trata del mural más grande pintado por una mujer en México, que plasma un periplo por más de 400 años de historia de Saltillo en más de 400 metros cuadrados.
Alberto Híjar Serrano, quien presenta sus memorias, argumenta que “Elena Huerta no es una artista en el sentido habitual del término, porque es mucho más: escribe, pinta, graba, agita, organiza, es más bien una trabajadora de la cultura socialista que se distingue por su sencillez y su eficacia”. Sus memorias publicadas por el Gobierno del estado de Coahuila en 1999 y editadas, entre otros por Híjar Serrano y Julian Herbert, tituladas El círculo que se cierra, son un testimonio de su vida y del devenir histórico de Saltillo y de México.
Los recuerdos de Elena Huerta terminan en 1997, año de su muerte. Elena recordó y recordó bien, del verbo en latín recordis, que quiere decir volver a pasar por el corazón.
ELENA HUERTA MÚZQUIZ nació en la ciudad de Saltillo en el año de 1908, fue hija del general Adolfo Huerta (quien fuera gobernador provisional del Estado de Coahuila del 4 al 6 de septiembre de 1915) y de doña Elena Múzquiz Valdés (cuyo padre fue el licenciado José María Muzquiz gobernador interino de Coahuila en 1893 y luego constitucional en 1894).
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