Despotismo, pero no ilustrado
El “despotismo ilustrado” nació en Europa durante la segunda mitad del S. XVIII. Los monarcas europeos se propusieron implementar las nuevas ideas de la Ilustración, aunque sin rendir su poder absoluto. Eran déspotas, pero ilustrados. Una forma de gobierno que cabe destacar nos pudiese ayudar a mejor entender el actual gobierno de Andrés Manuel López Obrador.
El “despotismo” es, según la Real Academia Española (RAE), la “autoridad absoluta no limitada por las leyes”. El déspota propio del despotismo ilustrado efectivamente estaba por encima de toda legislación y además representaba una figura paternalista. Ambas características se encuentran hoy en día, en una medida importante, en el propio presidente de la República. Por una parte, a menos de dos años de gobierno existen una gran cantidad de palabras y acciones que apuntan a un significativo desprecio por la ley. Solamente durante el primer cuatrimestre de 2019 hubo un aumento de 393% en las acciones de inconstitucionalidad y de 259% en las controversias constitucionales promovidas ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación (Ma. Amparo Casar y José Antonio Polo, “Sí o sí: Me canso ganso”, Nexos, 01/07/19). ¿Cómo olvidar el famoso y abiertamente ilegal memorándum donde se desea dejar sin efecto la reforma educativa? Por otra parte, el paternalismo se observa primordialmente en los programas sociales: otorgados por el presidente y no el Estado, de la manera más directamente posible y sin condicionalidad alguna, incrementando así la dependencia de la autoridad. Sus palabras han sido claras: “Los pobres son como animalitos a los que hay que darles de comer porque tienen sentimientos”.
La “Ilustración” es, según la RAE, “acción y efecto de ilustrar”. E “ilustrar” es, según la misma fuente, “dar luz al entendimiento”. La Ilustración propia del despotismo ilustrado consistía en rodearse de las personas más brillantes y hacer uso de los últimos avances técnicos y científicos para implementar diversas reformas estatales. La modernización del aparato burocrático era un propósito fundamental. Y el presidente es básicamente antitético a lo anterior. Por una parte, parece haber una guerra contra la modernización misma: desde los recortes presupuestales en ciencia y tecnología, pasando por la corrosión del laicismo hasta el desprecio hacia artistas e intelectuales. Por otra parte, parece haber igualmente una guerra contra el aparato burocrático mismo: reducciones significativas en salarios, salida y despido de innumerables funcionarios e indiferencia a la profesionalización de cuadros públicos. “Los científicos apoyaron siempre a Porfirio Díaz y al conservadurismo…”, ”Si hablamos en términos cuantitativos, 90 por ciento honestidad, 10 por ciento experiencia. ¿Cómo la ven?” nos dice el presidente.
Pero hay un punto adicional: mientras que los déspotas ilustrados claramente se oponían a darle voz a la población, AMLO dice darle voz aunque solo escucha la suya propia. Les niega carácter moral a sus opositores y se eleva como el portavoz “del pueblo”. Azuza las llamas de la súper-polarización política. Debilita la democracia-liberal.
Tenemos un jefe de Estado con tendencias despóticas y significativas carencias ilustradas. Un despotismo que además debilita al Estado, incita la polarización y aborrece la cultura, la ciencia y la tecnología. Es el peor de los mundos.
www.plaza-civica.com @FernandoNGE
Autor
- Licenciado en derecho por la Universidad Iberoamericana (UIA). Maestro en estudios internacionales, y en administración pública y política pública, por el Tecnológico de Monterrey (ITESM). Ha publicado diversos artículos en Reforma y La Crónica de Hoy, y actualmente escribe una columna semanal en los principales diarios de distintos estados del país. Su trayectoria profesional se ha centrado en campañas políticas. Amante de la historia y fiel creyente en el debate público.
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