La plantilla de profesores del Instituto Nacional de Administración Pública, en mi época de estudios de maestría, era realmente interesante: funcionarios públicos y Doctores de la UNAM y de la UAM, todos destacados sin lugar a duda. Recuerdo a Oscar De Lassé, Director General de Investigaciones Políticas y Sociales de la Secretaría de Gobernación, en la época de Manuel Bartlett como secretario.
Vestido de Englishman, el joven director se presentaba acompañado por una corte de subalternos encabezados por su secretario particular. Paseando por la tarima doctoral nadie paraba a De Lassé. Entre sus manos Staatslehre (empastado en piel, of course), el tratado de Teoría del Estado del riguroso alemán Hermann Heller. Caminaba de un lado a otro, mientras citaba y recitaba. Contrastaba la teoría con el ejercicio del poder, él tenía ejemplos de sobra de cómo el Estado mexicano y su gobierno se mantenían más campantes que Mr. Walker, a pesar de los pesares.
Un día la realidad nos despertó, vamos, tocó a la puerta. Ya para terminar el mes de las madres un joven muy sport acercó sigilosamente su arma a la espalda del influyente periodista Manuel Buendía, quien entraba a un estacionamiento, de la congestionada Zona Rosa de la ciudad de México, en busca de su vehículo. A quemarropa, mortales proyectiles penetraron el cuerpo de Buendía que al caer inerte cimbró las viejas estructuras de la seguridad política del país.
Manuel Buendía había hecho de su columna política Red Privada una de las más leídas e influyentes, no solo por contar con información de primera mano, sino por el alto nivel de procesamiento político que de ésta hacía. La sospecha de un crimen desde el gobierno permeó de inmediato. Sus recientes investigaciones acerca de la relación narcotráfico-poder público, el argumento.
Llegué por primera vez al edificio de la Secretaría de Gobernación el día del sepelio de Manuel Buendía. Citado a examen por Oscar De Lassé, quien permanecía, por razones obvias, atado de tiempo completo a su oficina en espera de los pormenores de la ceremonia fúnebre a la que había asistido la alta clase política encabezada por el Presidente de la República, Miguel de la Madrid.
El Palacio del Covián, el enigmático edificio, símbolo del ejercicio del poder político de México, era un gran atractivo para quienes nos preparábamos para iniciar nuestra participación en la cosa pública, para los que deseábamos hacer de esto nuestro oficio.
El ambiente está muy nebuloso, comentó el Satita, rompiendo el silencio fúnebre de todos los compañeros que, reunidos en la sala de juntas, esperábamos el arribo del maestro. No seas pendejo Satanás ¿cuándo ha habido claridad en este lugar? Queda pero contundente fue la respuesta que recibió como único comentario. El temor a estar vigilados nos obligó a retornar al mutismo. Tal vez esa era la magia de Gobernación, hacerte sentir espiado hasta entorpecerte.
Escoltado por su secretario y un fotógrafo, Oscar De Lassé entró a la sala, ordenando de inmediato se nos retratara de uno por uno. Es para acordarme de los que participaron en clase, complemento de la evaluación, aclaró. Nuestra suspicacia nos llevó a otras conjeturas, la verdad es que a lo mejor ni rollo traía la cámara, pero uno siempre prefiere hacerse la vida interesante.
Días después me encontré a mi maestro bailando como chavo en medio de la pista del Vogue, la discoteca de moda al sur de la ciudad de México, de jeans, camisa de manta blanca y pelo suelto, había dejado lejos el disfraz de formalidad en el que se apoyaba para sobrevivir en un trabajo tan serio, en un cargo muy deseado. Aquí el desmadre, la bailada, el grito, la tomada, el desenfreno: mesa de pista para el licenciado De Lassé, exigía su secretario, para de inmediato transformarse en el amigo de Oscar. Llámale por su nombre aquí es tu cuate, afuera: respetillo mi tigre.
Docente de la Escuela Nacional de Estudios Profesionales “Acatlán”, Oscar fue invitado por Manuel Bartlett a participar en la campaña de Miguel de la Madrid, candidato del PRI a la presidencia de la República en 1982. Al triunfo, de la Madrid nombró a Bartlett Secretario de Gobernación y el, a su vez, a De Lasse Director de Investigaciones Políticas y Sociales.
Desde la llegada de Oscar a la I.P.S., como le llamábamos, percibíamos una relación poco cordial con el Director Federal de Seguridad, José Antonio Zorrilla; eran diferentes estilos y diferentes funciones. Mientras la tristemente celebre D.F.S realizaba funciones de carácter policiaco operativas y labores de recopilación de información, incluso por medios clandestinos, la I.P.S. procesaba alguna de esta información convirtiéndola en herramienta de análisis político para la toma de decisiones de gobierno.
Oscar siempre supo que Zorrilla se reservaba para sí información importante, obligándolo a trabajar solo con los residuos. Sin la suficiente información sensible, lo único que le queda al analista es su imaginación, más adelante lo supe y lo entendí.
José Antonio Zorrilla fue condenado por la autoría intelectual del homicidio del periodista Manuel Buendía; uno de sus agentes, Rafael Moro Ávila, como su ejecutor. Manuel Bartlett Díaz es el actual director de la Comisión Federal de Electricidad.
José Vega Bautista
@Pepevegasicilia
josevega@nuestrarevista.com.mx
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