Somos portadores de nuestro cielo y nuestro infierno
Allan Kardec
A estas alturas de la pandemia, ya hay más casos de Covid 19 imaginarios que reales. Los ataques de pánico son cada vez más extendidos y frecuentes, sobre todo en la población confinada en sus casas, que se llena de ansiedad.
Quienes deben salir a conseguir el sustento o realizar tareas indispensables para la sociedad tienen evidentemente otras prioridades que les permiten no obsesionarse con la posibilidad de contagio. Solo podemos confiar en que no menospreciarán la peligrosidad del virus ni la importancia de las medidas de seguridad, porque los que estamos en cuarentena, nos guste o no, dependemos de ellos.
Mientras tanto, el encierro aumenta los casos de violencia intrafamiliar, magnifica las patologías emocionales que venimos arrastrando de años, como la depresión y la ira contenida, hace obvia nuestra incompetencia para manejar la ansiedad, el estrés y el miedo, potencia la necesidad de paliativos como el alcohol o cualquier otra adicción, y multiplica el número de hipocondriacos, entre otros problemas “íntimos” que acostumbramos ocultar, primero a nosotros mismos.
Cuando esto acabe, todos estos problemas que he descrito y más habrán crecido si no nos tomamos en serio el asunto de la salud mental, que es aún más importante que la física, porque en realidad es el origen de aquella.
Si no aceptamos que estamos asustados, estresados, llenos de miedo, que no toleramos la incertidumbre ni manejamos bien la convivencia de 24 horas con nuestros seres amados; si no lo hablamos, lo canalizamos adecuadamente y buscamos ayuda, saldremos a la calle, tras meses de cuarentena, a sumar locura potenciada a la ya crecida patología social recrudecida por la crisis sanitaria.
Entonces haremos realidad, nosotros mismos, ese mundo apocalíptico que tanto tememos, contagiando nuestro pánico a quien se nos acerque, lo sepamos o no, porque el miedo potenciado también es en muchos casos, es más, en la mayoría, asintomático o cuando menos encubierto.
Los seres humanos somos como antenas repetidoras, cada uno de nosotros capta las señales con las que vibra y las envía a diestra y siniestra. Lo que enviemos es lo que haremos realidad como colectivo. Es nuestra elección, primariamente, como individuos. Una gran responsabilidad, ¿verdad? Atrás quedó la era en que su vida personal le concernía solo a usted.
Vea a lo que nos estamos enfrentando cada uno de nosotros en cuarentena: según los últimos informes en relación a la Salud Mental (OMS 2011) en el mundo la depresión es la principal causa de discapacidad a escala mundial y este año 2020 sería la primera causa de enfermedad en el mundo desarrollado. De acuerdo a los especialistas, el confinamiento y el desempleo están entre las principales causas de depresión y ansiedad, aumentan la probabilidad de desarrollar conductas agresivas y adicciones.
Millones están hoy perdiendo sus empleos y muchos otros trabajadores de la informalidad viendo mermados sus ingresos a causa de ello. Todos dependemos de todos, está más que claro, y aun así hay personas, desafortunadamente no pocas, encerradas en sus pequeños mundos personales, en la ignorancia o la negación voluntaria, para no hacerse responsables de su parte. Estos son los que se han convertido en un peligro de contagio para sus semejantes.
Esta circunstancia pone de manifiesto la existencia de patologías sociales o psicosociopatías, de acuerdo a Erich From, tan extendidas y frecuentes que las hemos normalizado, es decir, las consideramos una forma aceptable de actuar en la convivencia social o, aun cuando las censuremos, no hacemos nada para detenerlas, en aras de respetar la mal entendida esfera de lo privado.
A esta normalización de patologías colectivas se le denomina también “normosis” y se le ha clasificado de varias formas. De ella todos somos responsables, partícipes y víctimas.
En el próximo artículo veremos esas clasificaciones y sus efectos, para que podamos decidir qué vamos a hacer cuando salgamos de nuestras casas.
delasfuentesopina@gmail.com
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