El presidente ya no puede. Su capacidad política, intelectual y emocional llegó a una situación límite. Es un hombre no solo físicamente agotado y agobiado, sino un mandatario que ya perdió totalmente la perspectiva de la realidad y no tiene respuestas para evitar el derrumbe.
En medio de la pandemia y la crisis económica más profunda de todos los tiempos, México es gobernado por un jefe de Estado que no ha sabido serlo, que ya no le sirve, que le hace daño y por un régimen destructivo que socava todos los días los cimientos de la estabilidad nacional.
El país es manejado por un hombre que, por alguna razón, opera contra el orden natural de la cosas. La OCDE, por ejemplo, acaba de revelar que el gobierno de López Obrador es el único del G20 que en tiempos pandémicos ha dejado a su suerte a trabajadores y empresarios.
No solo eso. Se ha negado ha cumplir con lo que cualquier estadista está obligado a hacer en tiempos de guerra: a encabezar un gobierno de unidad y un acuerdo nacional para impedir que México –como consecuencia de la emergencia sanitaria y la recesión global– quede convertido en cenizas.
La mano solidaria que hoy extienden los mandatarios europeos, asiáticos e incluso centroamericanos a sus pueblos, contrasta con el garrote que ofrece el presidente mexicano a sus gobernados, especialmente, a quienes llama adversarios.
En tiempos de cólera, AMLO ofrece más cólera. En lugar de fortalecer el pacto federal y la relación con los gobernadores decide centralizar las decisiones, cerrar las puertas a los mandatarios y despreciar los reclamos de ayuda que le hacen las entidades para evitar la expansión de la epidemia.
La actitud del señor López Obrador ha logrado resucitar lo que se creía enterrado y alcanzó su clímax durante la presidencia arbitraria de Santa Anna: la idea de separarse de la federación y la exigencia de recibir un trato económico más justo por parte de un presidencialismo autócrata, soberbio y acaparador.
Para decirlo con unas cuantas palabras, en manos de la 4T no solo corre peligro el futuro económico del país sino la unidad misma de la nación. Vuelven a escucharse los tambores del separatismo y los ecos de la balcanización. Ya hay voces en redes sociales que hablan de un #Nortexit en alusión al Brexit británico.
Cuando el presidente leyó durante la “Mañanera” la diez medidas con la que pretende enfrentar la crisis económica derivada del Covid-19, parecía estar escuchando el acta de defunción del gobierno. Desaparecer diez subsecretarías, reducir nuevamente los salarios a los funcionarios públicos, cancelar el aguinaldo, no ejercer el 75 por ciento del presupuesto para pago de servicios, equivale a anunciar el cierre y la bancarrota de la administración pública.
Se está llegando al surrealismo de tener un presidente todo poderoso, que cree no necesitar de nadie para gobernar, pero con un servicio público totalmente desmantelado, que ya no tendrá capacidad para operar.
¿Qué hacer en medio de esta noche oscura? ¿Cómo relevar al presidente sin romper el orden constitucional? ¿Cómo deshacerse de un gobernante cuya eficacia ya es reprobada tanto internamente como por los organismos financieros internacionales más importantes?
Desde hace mucho, no habían estado tantas cosas en juego como en este momento.
Una salida sin violencia tendría que venir a propuesta de las principales cabezas del gobierno. Muy pronto la disyuntiva va a ser inevitable: mantener a López Obrador en el cargo con todo y lo que eso significa para el futuro del país o salvar a México.
¿Lo podrán convencer sus más cercanos de que renuncie? Es difícil, ojala y por única vez en su vida dejara de pensar únicamente en sí mismo. Ojala y tome la decisión de irse voluntariamente para evitar escenarios de violencia y descomposición nacional.
Las cosas ya llegaron a su límite y es hora de buscar un presidente.
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