Carl Schmitt entendió la política como conflicto y reduciendo su contenida a la confrontación entre amigos y enemigos. Hace tiempo que nuestro país vive en una dinámica similar, o amigo o enemigo. Cabe destacar que la visión que Schmitt tenía de lo político, desencadenaba irremediablemente en violencia, el concepto de amigo, enemigo y lucha adquieren entonces un sentido ante la posibilidad real de matar físicamente.
Sabemos que el Presidente de México es amigo de los pobres, del pueblo bueno, de Venezuela, de algunos migrantes y paren de contar. Más difícil es saber quién está en papel de enemigo. El más visible son los neoliberales. Pero también hay medios maiceados, conservadores, mafias, corruptos, empresarios y otros tantos colectivos difusos. Frente a todos ellos hay conflicto permanente, la idea siempre presente de que la transformación prometida lleva irreductiblemente a la eliminación del enemigo en turno.
Surge la duda de si el enemigo neoliberal lo es exclusivamente en lo económico. Puesto que ese liberalismo que hoy se rechaza es el mismo que en su momento impulsó Juárez contra conservadores, iglesia e imperialistas. Debemos preguntarnos si el rechazo a los postulados del neoliberalismo se limita a los dineros o llega también al estado laico, a la democracia, a la defensa de los derechos humanos y equidad de género entre otros.
Hemos presenciado cientos de conflictos del Presidente y sus enemigos. Hemos visto muy pocos, en realidad casi ningún consenso. Salvo la coperacha con empresarios o el acuerdo con los hospitales poco espacio se da a la búsqueda del espacio común entre quienes conviven en el ecosistema político mexicano.
El concepto de la política como conflicto olvida que no todo desacuerdo implica un antagonismo irreconciliable, que no siempre la eliminación del enemigo es necesario para sobrevivir. Frente a esa visión “caliente” de la política, Sartori describe una versión “fría”, donde los acuerdos son posibles y necesarios. Silva-Herzog Márquez nos explica en “la idiotez de lo perfecto”, que es tan falsa la política sin conflicto como aquella que es exclusivamente conflicto. Ver la política nacional exclusivamente como un espacio de confrontación a muerte es una ruta riesgosa para el país.
Schmitt fue el abogado que dio forma jurídica a la barbarie del nazismo, férreo enemigo del liberalismo, lo veía como la negación de la política, como simple cobardía. La doctrina de Schmitt fue desechada incluso antes de acabada la guerra, y sobrevive a nuestros días cobijada por el franquismo en España y por algunos dictadores latinoamericanos. Hoy sirve para dejar claros los riesgos de dar vida a una doctrina de la ilegalidad.
Contra la visión de Schmitt se erige el liberalismo, que en palabras de Ortega y Gasset, tiene como principal virtud la de poder vivir y convivir con el enemigo. El Presidente de México se equivoca al pensar que la transformación del país requiere de un conflicto a muerte permanente, la política del enemigo no sirve para resolver todo. La gran ventaja es que en la cúspide del presidencialismo mexicano se acuñó la frase de que el presidente no se equivoca, y si se equivoca, vuelve a mandar. Está el Presidente en buen momento para volver a mandar, y recurrir a la antipolítica del consenso liberal y desechar la política bélica de Schmitt.
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