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La mañanera del día martes pasado a la fecha de publicación de este artículo me llamó la atención, una estampa se proyectaba y hacía historia, un subsecretario conducía una rueda de prensa propiedad del Presidente. Un subsecretario exponía los datos sobre la pandemia COVID19 mientras el presidente de pie aguardaba más de 20 minutos que duró la intervención. Tomó preguntas, respondió y cedió la palabra con la facilidad que dan las decenas de ruedas que ha conducido durante esta contingencia sanitaria.
Sin lugar a dudas el subsecretario ha captado un importante poder, no solo mediático sino también público. En México, como en otros muchos lugares, quizá por nuestra cultura o también por el folklor, damos cierta divinidad al médico. No es en vano la gran cantidad de nombres religiosos dados a los centros médicos, en México el sector salud ha purificado y beatificado a muchos, y aunque no ha impulsado proyectos políticos si ha limpiado y disminuido detractores a quienes han pasado por su blanco poder.
Pero el subsecretario cuando concluyó no recibió agradecimientos, sino un parco; “bueno, a la tarde continuamos”, un par de referencias posteriores a las que se mostró sonriente y alistado.
La esencia de un equipo está en el compromiso y en la coordinación que hace que lo que se logre sea mayor a la suma de sus partes, o en este caso mayor a las contribuciones que individualmente sus miembros pudieran lograr. Pero construir equipos así, requiere no solo la seguridad del rumbo, sino también la gracia del reconocimiento. Es evidente que el Presidente y el Secretario de Salud han dado facultades y atribuciones al subsecretario, mismas que ha sabido aprovechar y aumentar, pero la oportunidad ahí estaba, no solo de mostrarse humilde, sino de aprovechar un escenario que proyectara el trabajo articulado y satisfactorio del equipo. La oportunidad estuvo y se dejó pasar.
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Hace una semana, mi padre falleció, pudo partir en familia y en paz, tras una vida buena, donde cosechó lo que sembró y como buenos frutos sé que lo disfrutó.
De mi padre siempre recibí apoyo, el suficiente y necesario para estarle siempre agradecido, su ausencia cala y seguramente calará por siempre, pero el recuerdo que se vuelve gratitud vive más fuerte, al final la nostalgia, que es el dolor por lo lejano, no es tan fuerte, porque cuando se quiere jamás se aleja, no cuidamos lo que tenemos, cuidamos solo lo que queremos.
Al final la vida es de atravesar desiertos y llegar a buenos valles y hay vidas que llegan. Como escribió Homero, “he construido un monumento más alto que las regias montañas y más duro que fuerte metal, cuando muera, no lo haré del todo” y como él, mi padre, construyó con amor el amor, puedo decir que lo logró.
Mi papá, el ingeniero ingenioso, no solo construyó en su vida, sino en muchas otras más, en la de mi madre, mi hermana, y en la mía, construyó en consejo y en ejemplo. Aun no puedo saber si lo he hecho bien o mal el seguir su ejemplo, pero ahí estará, un ejemplo para hacer equipo, un ejemplo para siempre.
Yo soy Héctor Gil Müller, hijo de Héctor Gil Ruiz y estoy a tus órdenes.
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