EL MESÓN DE SAN ANTONIO

 Para Edmundo Jacobo Molina 

La pandemia del Coronavirus, una narración en vilo

Después de una semana de reclusión, los resultados contra la pandemia no son nada estimulantes. A la fecha, no tenemos una idea clara de lo que pasa y se propagan gran cantidad de opiniones y remedios para prevenirla y salir de ella.

La idea del otro es una de las explicaciones más frecuentadas. El otro es Wuhan, China, y es también la preocupación por el oriental que invadió América a finales del siglo XIX, especialmente Estados Unidos por la costa de California, este miedo y enojo lo llamaban fiebre amarilla. Esta designación es un claro racismo al considerar a los chinos seres inferiores en condición de esclavos.

Echar la culpa al extranjero se da en México cuando el invasor trasmite nuevas enfermedades a los cuales el originario no es inmune ni tiene remedios apropiados. El sarampión, la viruela, la salmonella acabaron con gran cantidad de la población.  “La enfermedad provocó entre 12 y 15 millones de muertos (la población azteca se estima que era de unos 25 millones) que sufrieron fiebre alta, su piel se llenó de puntos rojos y vomitaron y sangraron de forma abundante”, detallan los historiadores.

Fray Juan de Torquemada en 1576, cuando la enfermedad original resistía una segunda descarga, decía:

“Las fiebres eran contagiosas, ardientes y continuas, en su mayoría letales. La lengua quedaba seca y negra. Enorme sed. Los afectados por el cocoliztli (gran mal) experimentaron también delirios, disentería y convulsiones. Los españoles tenían su propio nombre para la enfermedad: lo llamaban “pujamiento de sangre” (por el sangrado abundante)”.

Imagine, estimado lector, la idea que se hicieron nuestros antepasados de aquellos españoles altaneros, de voz fuerte, llenos de barba y salpullido, con aquel mal en su cuerpo, en su cuerpo forrado de hojalata y con brotes granos y pus.

De entrada daban miedo, y rogaban a Huitzilopochtli que no los tocaran ni que se fijaran en ellos. Los europeos nos habían invadido no sólo con armas y estrategias militares, sino también con la enfermedad grande, esa que mata. No tengo una referencia cierta pero, ¿qué hicieron con los muertos? ¿Los enterraron, los incineraron, los lanzaron al mar? Lo cierto es que el contagio fue intenso y mortal.

La reflexión puesta así resulta superficial, una narración incompleta y en buena medida tamizada por el sentimiento de miedo -el miedo que muchos sentimos hoy- “donde las enfermedades de la carne se diagnostican mediante el estado del alma”.

Quizá por ello queda la idea de que el mexicano es melancólico, medio tristón y hace del rito de la muerte un festejo. Esto me lleva a una reflexión: “No basta con observar la descomposición de la carne y sus efectos sociales: hay que explicarla, ordenarla, darle cause narrativo, aliento épico y forma estética”.

En el México actual no atinamos, aunque tampoco los otros países, y nos hacen una narración adecuada, que no completa, de lo que acontece con la pandemia. Sabemos que es un virus que viene de China (otra vez los chinos en cuestión), que la enfermedad se trasmite por las zonas húmedas de las personas (por ello debemos lavarnos las manos, no estornudar libremente, asear los lugares que son de contacto usual, desinfectar con cloro), y sabemos también que tenemos un sistema de salud precario con incontables insuficiencias. Decíamos que el virus viene de fuera y que tenemos que preocuparnos, pero debemos ocuparnos más de los contagios que empiezan a surgir desde dentro, entre nosotros mismos.

Nuestra máxima autoridad, el presidente de la República, un poco juguetón como es su costumbre, cuando el Covid-19 era sólo una amenaza del imperio, decía que los mexicanos éramos fuertes y que un microbio nada nos haría. Pero cuando la enfermedad llegó y se hizo real, quiso acomodar el discurso asegurando que a él no le haría nada el virus porque el pueblo lo salvaguarda y le dan estampitas para protegerse (en el mundo se pitorrearon de él, las televisoras extranjeras hicieron cera y pabilo de los dichos). Y algunos gobernadores emanados del partido en el poder, quisieron quedar bien con AMLO y se aventaron frases para la posteridad, como aquella de Miguel Barbosa en Puebla: “la pandemia sólo da a los ricos, a los pobres no nos da”. Frente a tales opiniones ¿qué posibilidad tenemos de salir de esta pandemia?

Por lo pronto, usted cuídese, estimado lector, resguárdese, lave sus manos con frecuencia y estornude en el ángulo del brazo, no salga de casa sólo para lo indispensable, sólo así podremos platicarnos la historia completa de esta pandemia.

 

Autor

Alfonso Vazquez Sotelo