CRÓNICAS TURÍSTICAS

Puerto Vallarta, un buen ron, un poco de frío y un recuerdo inolvidable

            Diciembre es un mes complicado para viajar, a donde quiera que se decida llegar habrá gente, mucha gente, pensando en despedir al año con el mejor entusiasmo posible. Como piscis, amo el mar, me encanta la playa y no hay un lugar que disfrute más que estar a la orilla del mar en un día especial y Puerto Vallarta, Jalisco, fue la elección ideal para ello.

Es cierto que el viaje perfecto no existe, hay vacaciones espectaculares, impresionantes e inolvidables, aun con sus detalles complicados. Todos son perfectibles y el que realizamos en familia no fue la excepción, por su simbolismo e intensidad.

El camino hasta Mismaloya, lugar donde nos hospedamos, que se ubica a 35 minutos de Vallarta fue extenuante. Por las fechas en que decidimos viajar, es decir, el 28 de diciembre, el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México era un verdadero caos, saturado en todas sus salas y con retraso en prácticamente todos sus vuelos, por la cantidad de paseantes que esperábamos subir a un avión.

La salida fue a las 8 de la mañana, motivo por el cual debimos llegar a las 6:30 de la madrugada y levantarnos 2 horas antes, en otras palabras, solo dormimos un rato la noche anterior.

El trayecto de 880 kilómetros en aeronave es bastante rápido, cuando mucho, en 1 hora y 30 minutos ya descendíamos del avión y justo al dar el primer paso en la ciudad costera, la humedad levantó la mano para hacerse presente y nos hizo arrepentirnos de la ropa abrigadora por el frío nocturno de la Ciudad de México.

Años sin visitar la hermosa costa jalisciense, pero resultó una ocasión muy especial. Caminar por su arena porosa compartiendo un último viaje, los últimos brindis, las últimas charlas y sí, la última gran cena con Doña Linda, la de fin de año, marcó de manera determinante este grandioso viaje.

Repensarlo es emotivo en todos los sentidos. El fantástico desayuno en el hotel era el momento de compartir opiniones, de planear los recorridos del día. La lluvia, sí, la lluvia nos obligaba a modificar el itinerario que durante semanas habíamos definido.

Muy cerca de nuestro hotel, a 200 metros se encuentra la playa Mismaloya, un lugar muy tranquilo, que a pesar de la densidad de visitantes que había en diciembre, siempre nos tenía un lugar reservado en sus mesitas a la orilla del mar, resguardados del poco sol, que por momentos se asomaba y plasmaba su sonrisa cadenciosa a las relajantes olas del mar jalisciense.

El clima fresco, que mayormente acompañó nuestras decembrinas vacaciones, nos obligaba a buscar actividades fuera del agua, ni la piscina del hotel tenía la temperatura para sumergirse, así que aprovechamos para trasladarnos al malecón de Vallarta y recorrerlo de principio a fin, con toda la familia que hizo el viaje.

La caminata provocó sed y la sed nos llevó a un par de bares, en uno saciamos nuestros deseos de cerveza y en el otro, en La Bodeguita del Medio compramos algunos souvenires y sondeamos el terreno para volver por la noche.

La tarde pasó rápido, volvimos al hotel a ducharnos y alistarnos para una noche de rumba y cena cubana. La entrada fue caótica y complicada, la espera provocó hambre y más sed y cuando decaía el ánimo… por fin entramos.

El sonido de la rumba fue nuestra guía camino a la mesa que nos asignaron. A la derecha Kary, a la izquierda Doña Linda. Pedimos cada quien su platillo y por tradición, un mojito típico el original (ron Havana Club, hierbabuena, agua gasificada y hielos), para el espectacular brindis.

A la llegada del mesero, pedí unas lonjas de cerdo asadas a las brasas durante 12 horas, que verdaderamente fue una grandiosa cena, tan impresionante, que ni bailando hasta que ya no podía más, pude motivar a mi intestino a realizar la obligada digestión.

La salida del bar sonó a despedida, acompañados de mi canción favorita, “Lágrimas negras”, caminamos a la puerta, mientras nos deleitábamos con el espectáculo de la mar en calma, caminado por el malecón, una sensación de paz y tranquilidad, que acompañada de los mojitos bailarines, nos empujaba a descansar.

La última noche en Vallarta fue la cena de Año Nuevo, en un lujoso hotel de la zona, la cual resultó poco agradable, por el frío intenso que se sintió, sin embargo, el ron ayudó a mitigar el clima, pero la nostalgia de hoy, con los recuerdos de Doña Linda departiendo con nosotros, esos solo se mitigan con la charla.

Un respetuoso y afectivo recuerdo de Doña Herlinda Moreno, mi suegra.

Recuerde que viajar es un deleite y más cuando se hace en compañía. Lo espero en la próxima Crónica Turística y le dejo mi correo electrónico para cualquier comentario o sugerencia trejohector@gmail.com y lo invito a seguirme en Spotify en Trejohector.

 

 

 

 

Autor

El Heraldo de Saltillo
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