ALLENDE Y LÓPEZ

Insiste López Obrador en que lo amenaza un golpe como el sufrido por el presidente de Chile, Salvador Allende, hace casi 47 años.

No veo quién querría darlo ni porqué; no hay entre ambos, más coincidencias que su empeño en llegar a las presidencias de sus respectivos países; Allende, fue candidato cuatro veces; López Obrador, tres.

Allende era marxista y agnóstico y encabezaba “la vía chilena al socialismo”; López Obrador es conservador, miembro de una fraternidad de iglesias evangelistas, saca a relucir su religión a todas horas, y rechaza el socialismo.

Allende ejerció su profesión de médico en los sectores privado y público y valoraba la salud; López Obrador ha estado dedicado a la política y todo, hasta la salud, lo mide en votos.

Allende escuchaba, era culto, conciliador y tenía amigos intelectuales; López es provocador y dueño de la verdad absoluta, desprecia la cultura y a los intelectuales.

Tampoco hay similitud entre los cambios que pretendía el presidente chileno y los que quiere AMLO.

Y no son iguales épocas ni circunstancias:

Un gran sector de las fuerzas armadas y la mayoría de los legisladores estaban contra Allende; que, además, sufría presiones de grupos de izquierda que querían fuera más aprisa, y de empresarios que causaban desabasto para provocar rechazo de la población.

López Obrador tiene a las fuerzas armadas de su parte, y en todas partes; domina las cámaras; no tiene oposición, y el empresariado participa en sus subastas y le compra cachitos de lotería.

La ideología y las declaraciones de Allende contra el imperialismo, preocupaban tanto a Estados Unidos que impulsaron y financiaron el golpe; pero Trump dice estar encantado con López Obrador y éste crítica únicamente, a “los conservadores”.

Allende nacionalizó el cobre, principal riqueza nacional de Chile “siguiendo el ejemplo del general Cárdenas con el petróleo”; López Obrador está acabando con Pemex, principal recurso natural de México.

Allende reconocía la importancia de las relaciones internacionales; a López Obrador, le tienen sin cuidado.

Allende era demócrata, parco para hablar y tan sereno que, en sus últimas palabras trasmitidas por Radio Magallanes a minutos de morir en el bombardeado y humeante palacio de La Moneda, puede percibirse el “metal tranquilo” de su voz; López Obrador no es demócrata, no respeta las leyes, habla todos los días y muchas cosas lo «calientan.”

Allende era consciente de su papel en la Historia y el proceso chileno era visto con interés en muchos países; López, cosecha burlas.

Hace 50 años se formó en Chile la Unidad Popular, -alianza electoral de los partidos comunista, socialdemócrata, socialista y radical, el Movimiento de Acción Popular Unitario y Acción Popular Independiente- que llevó al gobierno a Allende del 4 de noviembre de 1970, al golpe pinochetista del 11 de septiembre de 1973.

Durante ese lapso lo entrevisté cuatro veces.

La primera en 1971, a poco de firmar el decreto de la nacionalización del cobre; la última en enero de 1973, a raíz de su viaje a México invitado por el presidente Echeverría.

Además del audio y video para la televisión, grabé algunas para mí y ahora que fui a Chile, las doné a la Fundación Salvador Allende.

Cada vez que solicité una entrevista, sus jefes de prensa la negaron; pero siempre las conseguí.

Tuve suerte desde la primera vez, porque ese 11 de julio de 1971 al acercarme a él en el Patio de los Naranjos de La Moneda, uno de sus guardaespaldas me dio un codazo en el estómago; grité al sentir el golpe, el Presidente volteó y me preguntó quién era.

Al contestarle que una periodista mexicana ansiosa de entrevistarlo, preguntó si llevaba yo “los pistolones de Pancho Villa” y pidió a su edecán, el capitán de navío Arturo Araya, asesinado dos años después por el grupo paramilitar fascista Patria y Libertad, que tomara mis datos para contactarme.

“¿Cuál es su gracia?”, me interrogó Araya.

Ninguna, contesté despistada sin imaginar que preguntaba mi nombre, no sabía que se necesitara hacer algo especial para entrevistarlo.

Allende y Araya me miraron con azoro y luego rieron; el Presidente me invitó a la firma del decreto que devolvió el cobre a Chile, y a los pocos días lo entrevisté para los noticieros 24 Horas y Hoy Domingo de Telesistema Mexicano, donde entonces trabajaba.

Entre otras muchas cosas me dijo, que no renunciaría a la presidencia como demandaba la oposición y solo saldría del Palacio de La Moneda al terminar su mandato; o, “como Balmaceda, con los pies para delante y en un pijama de madera”.

Salió muerto, pero envuelto en un poncho; prenda usada por los campesinos chilenos parecida a nuestros jorongos, que a toda carrera consiguieron los golpistas.

Mi última entrevista con Allende fue para Canal 11 y el periódico El Día; y cuando en diciembre de 1972 llegué a Santiago, sabía que conseguirla sería difícil.

Acababa de regresar de su viaje a México, Cuba y Rusia, y estaría preparando su informe al Congreso; y se atravesaban las fiestas de Navidad y Año Nuevo.

Se solicitaban un promedio de 30 entrevistas diarias y estaban en la capital chilena periodistas rusos, japoneses, canadienses, cubanos, suecos, alemanes y gringos esperando la suya, cuando se informó que en los próximos tres meses no hablaría con la prensa y menos conmigo, que ya lo había entrevistado.

Pero al principiar enero del 73, me avisaron que la entrevista para México estaba concedida y que, además, Allende me convidaba a almorzar con él en La Moneda.

Durante la comida estuvo bromista, galante y muy atento.

Me regaló un libro con sus discursos y me platicó, que lo emocionó mucho la recepción en las calles del DF.

Y que iba en un vehículo con Echeverría, cuando vio una enorme construcción “y al preguntarle qué era, me contestó que el Metro y me bajó a conocerlo… Casi me muero al ver la cantidad de escalones y desniveles que tenía que bajar y subir y me arrepentí de haber preguntado, porque estaba muy cansado; pero ahora recuerdo eso, como uno de los detalles más simpáticos de mi viaje”.

Había estado en México en dos ocasiones a invitación del general Cárdenas, y desde entonces nuestro país lo impactó “por su cultura, colorido y gran fuerza”.

Y quiso saber qué fue lo que a mí me gustó más, de su visita.

Respondí que su discurso en la Universidad de Guadalajara y pregunté si lo llevaba preparado.

“No, me dijo, pienso que al ver tanto muchacho que cree que hacer la revolución es leer el Manifiesto Comunista y hacer caso de agitadores, pensé en mi propia juventud y los radicales de mi tiempo y el discurso salió…”

“Lo único de valor que tiene es que fue sincero; expresé exactamente lo que sentía respecto a esos jóvenes que lo que tenían que hacer era estudiar y prepararse, para más tarde poder ser auténticos revolucionarios…”

Autor

Teresa Gurza
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